En ocasión de los juegos olímpicos de Sídney, en 2000, Australia celebró con alegría la reconciliación nacional entre aborígenes y descendientes de migrantes europeos. La ceremonia de apertura puso en escena la historia del pueblo australiano primigenio, y la atleta de origen aborigen Cathy Freeman encendió la llama olímpica. Diecisiete años más tarde, la cuestión del derecho a la tierra y de la deuda colonial envenena de nuevo a la sociedad.
El 30 de mayo de 2015, cerca de cien militantes aborígenes Nyungar que, desde el mes de marzo acampaban en la isla Heirisson, en pleno centro de Perth (Australia Occidental), se movilizaron. Banderas de su nación, negra, amarilla y roja, flameaban con el viento. La isla sagrada de Matargarup, como se la denomina en lengua Nyungar, exhibe la estatua de Yagan. En el siglo XIX, la cabeza de este jefe guerrero, considerado como un héroe de la resistencia a la colonización, estuvo expuesta en Liverpool como “curiosidad antropológica”. Recién en 1997 fue repatriada. Todos los meses, los organizadores del campamento invitan a los ciudadanos, blancos o negros, a discutir los derechos de los aborígenes, convertidos en “refugiados en su propio país”...
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