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Carnaval de La Chimba: Florcita no estás solo. Por Paquita Rivera y Alex Ibarra Peña

El barrio La Chimba apenas pasando el río Mapocho por calle Independencia hacia el norte de la ciudad tiene cierta similaridad con la ciudad de Lima del lado del Rimac a espaldas del Palacio Trujillo: “del viejo puente del río y la alameda”. Este hecho sólo lo señalo como una cuestión anecdótica que en algún sentido sirve para recordar como las metrópolis colonizadas van estableciendo límites de clase en la ocupación del espacio en la estructura de una ciudad.

Ya desde hace más de una década, La Chimba se viste de fiesta adornada con los colores pertenecientes al emblema Wiphala que varios Pueblos Originarios Andinos han asumido como símbolo de su identidad. El hermoso barrio santiaguino luce con orgullo su belleza para recibir la fiesta de la inter/multiculturalidad en torno a los derechos sin fronteras que reclaman en contra del racismo que reciben especialmente las niñas y niños hijos de migrantes en nuestro país, hay una preocupación por aquellas víctimas que se ven forzadas a abandonar el territorio en el que nacieron.

Es una fiesta de carácter popular que se convierte en carnaval callejero, comparsas y bandas llenan de sonoridades nuestraamericanas propias de distintos países de nuestra región conosureña. Sin embargo, los ritmos que se imponen son marineras, tobas, sikus, y sin duda abundan los caporales. De este modo, las calles de La Chimba son trocitos culturales que remiten a Oruro, Cuzco, Tilcara o La Tirana.

El privilegio de verse inmerso en esta fiesta de la multiculturalidad, nos libera por instantes, de la barrera de las fronteras. No necesitamos un avión para trasladarnos a ese universo multicolor de fiesta de danza y música. No es difícil imaginar a la mujer andina emocionada nuevamente con la cercanía del carnaval. Como probablemente solía suceder hace algunos años o incluso menos tiempo, en sus tierras de origen. Casi podríamos palpar esas manos tal vez toscas y oscuras por el sol y la bendita sangre indígena, cosiendo lentejuelas, bordando soles, personajes coloridos y misteriosos en chaquetas, gorros y polleras, distribuyendo plumas por doquier; trabajando con alegría de espíritu en pos de el festivo evento en el cual lucirá tal esplendoroso atuendo. Es posible escuchar las disonancias de esos instrumentos de bronce muchas veces mal calibrados, pero interpretados desde las entrañas, que traen a nuestros oídos sones inolvidables e inanalizables desde el oído occidental-tradicional. Sonidos que nos conectan con nuestras inevitables raíces, las que muchos valoramos y otros muchos han intentado olvidar sumergidos en la contemporaneidad y el inmediatismo del frío y consumista presente de la sociedad globalizada.

Carnaval apenas perceptible para el resto de la ciudad que se encuentra ausente de esta gran fiesta que remece de emoción al permitirnos conectar empáticamente con nuestra herencia andina. Perfectamente se puede aludir a la erupción del magma telúrico en nuestra sangre avivando el cuerpo, imagen simétrica a las de nuestros volcanes que en ríos recorren el subsuelo. No hay duda que la identidad andina nos pertenece y con ella alcanzamos carta de ciudadanía al interior del abya yala.

Esta tarde de abril carnavalero en La Chimba, como todo carnaval desborda en exceso, son centenares de danzantes y músicos que recorren sus calles con el entusiasmo de la fiesta, con la novedad de que en esta fiesta no hay aún intervención del catolicismo. Es un homenaje al aporte cultural, espiritual, social y económico que hacen los migrantes en nuestro país en su proceso de integración tantas veces negada y no aceptada en plena significación. Por otra parte, esta fiesta nos permite asumir la identidad andina que tenemos, la cual es previa a la división del territorio impuesta por la figura del Estado-nación que al servicio de la modernidad/capitalista intenta homogenizar a la cultura en la lengua y en las costumbres. Aquí aparece el subsuelo político que conforman las distintas capas societales que no han sucumbido a pesar de la violencia constante que siguen sufriendo desde las instituciones racistas que replican una práctica colonial, es un acto de la resistencia de esas culturas andinas que son paradigmáticas desde sus formas de vida ancestrales.

En este carnaval no se discute sobre el mar para Bolivia, es clara la conciencia de que el territorio andino ancestral -anterior al Estado-nación- incluye el mar. La tierra es de sus dueños originarios y no de los capitalistas apropiadores de lo ajeno que convierten la propiedad colectiva en bienes privados, excluyendo a toda una ciudadanía de la participación justa de los bienes de la naturaleza respetada. Esta lección sobre nuestra identidad andina, aporta otros fundamentos para no aceptar ese nacionalismo acrítico que afloró hace unos días en contra del reclamo boliviano por el acceso al mar. El mar que era propiedad colectiva de los Pueblos Originarios Andinos, aparece apropiado por capitalistas que además olvidan que el mar es de los peces, y el Estado-nación con su aparataje de difusión a través de los medios de comunicación sometidos, se somete al poder del capital y traiciona el imperativo que constituye la restauración histórica de la pertenencia colectiva de la tierra y el mar.

La expresión musical se convierte en un instrumento que apela al pensar, en cuanto es una forma de expresión de conexión inmediata con nuestros sentidos. La música es un acontecimiento de relación inmediata, su mensaje es sanador y constituye un elemento privilegiado para la concientización de la realidad. La música abre el corazón del ser humano y dispone su cuerpo para una proximidad distinta con el otro, convirtiéndose en un animador esencial para la comunidad humana que asume formas de ser alternativas a las lógicas imperantes del individualismo y de la acumulación de los bienes. El carnaval es una fiesta posibilitadora del encuentro en la calle, el espacio público vuelve a ser el lugar común en el que conviven alegremente los miembros de la comunidad.

Para no apartarnos de la reflexión a la que nos lleva este carnaval, podemos terminar ponderando esta fiesta carnavalera y callejera. Es en el espacio público en donde pueden converger las distintas manifestaciones creativas, que desde una lógica de la resistencia proliferarán en estos años de negación de los beneficios a las clases populares que se evidencia en las muestras de fortalecimiento de una estructura económica y política a favor de los dueños del capital. El encuentro con la creación artística se convierte siempre en ejercicio terapeútico que colabora con la necesidad de alcanzar mejores niveles de vida a partir de una práctica cívica-política que no acepta el monopolio de las formas de hacer lo político. La calle es el principal lugar en el cual se debe manifestar la resistencia frente a aquellas prácticas que agobian a los excluidos. La reunión de grupos humanos que asumen una identidad andina debe asumir el desafío de radicalizar su proceso de concientización de lo urgente que es la instalación de un “buen vivir” superador del proyecto extractivista, en cuanto éste no comprende la importancia de la vida. La realización de estos carnavales favorecen la concientización de nuestra identidad borrada y se convierten en una instancia de resistencia a la homogenización cultural y a la monopolización de las formas políticas. El carnaval es un espacio para la construcción de las utopías.

Paquita Rivera
Alex Ibarra Peña
Colectivo Música y Filosofía

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