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Catastrofismos y pesimismos. Por Ángel Saldomando

Hace poco el diario argentino Página 12 publicó un articulo de Emir Sader, ex director de Clacso y connotado militante de la izquierda en Brasil, titulado “Contra el catastrofismo” (25/9/2014). Su escrito enumera todas las razones abundantes para ser catastrofistas y/o fatalistas en el mundo actual. Contra ello, critica ceder a ese estado de percepción. Lo califica además como un posicionamiento que deriva en el escepticismo y el cinismo, lo que termina siempre sirviendo a la derecha y a los sectores conservadores. Demuestra de paso que las predicciones fatalistas no se realizan, cita como ejemplo las predicciones negras de Malthus no verificadas y los progresos contra el hambre. Sin embargo, es posible detectar una amalgama en todas estas afirmaciones que dejan muy mal parada a la duda, al papel de la crítica y al saludable escepticismo. Si seguimos su línea de reflexión sólo quedaría ser optimista inveterado.

Conviene analizar con más detenimiento esta visión. Ha sido una característica de la izquierda disponer de optimismo histórico, conducente al inevitable triunfo del socialismo y de la civilización contra la barbarie. También ello se ha acompañado de dosis más dramáticas de inmolación cuando se visualizaba la revolución como inminente o cuando había que resistir durante periodos de oscurantismo y represión. Sin duda que sin algo de mística los sacrificios son difíciles de asumir, algo sabemos de eso en América latina.

Pero aquí hablamos de una visión más general transportada por el artículo, la de disponer de optimismo histórico contra el pesimismo sistémico. En este sentido al articulo de Sader le falta historia y contexto o dicho de otro modo, relacionarlo con las saludables enseñanzas que deja la experiencia, aunque esto sea siempre discutible.

Desde los años 30 del siglo pasado las previsiones optimistas disminuyeron significativamente en el mundo. El fascismo-nazismo y el estalinismo, la guerra mundial e Hiroshima contribuyeron poderosamente a la percepción de que el mundo había quedado sin esperanza o cuando menos en un borde muy peligroso. A pesar de los progresos en la medicina y la agricultura. Solo el optimismo burocrático de los partidos comunistas seguía su curso de acuerdo a la última directiva.

El crecimiento de posguerra, la descolonización y la difusión de ideas desarrollistas para el tercer mundo, generaron una segunda ola de optimismo. No se crea una nación ni se desarrolla un país sin optimismo.

La reestructuración capitalista que generó la ola neoliberal y su posterior hegemonía, frente a la incapacidad o la imposibilidad de la izquierda de ofrecer respuestas, dieron curso a un nuevo pesimismo global. A ello se agregaron evidencias nuevas sobre un mundo finito, en agotamiento sistémico, con derrotas estratégicas para la Unión soviética y China que se plegaron al nuevo orden, no importa si con mas o menos estado o mas o menos democracia, como discute el Banco Mundial o la OCDE. Para lo esencial eso no les importa.

Las bases para un nuevo optimismo, regionalmente más circunscritas, nacen ahora de diversos movimientos sociales y de los esfuerzos de gobiernos progresistas en América Latina, con destinos inciertos y alianzas pragmáticas en la globalización. Para muchos esto es un nuevo ciclo favorable a las fuerzas de cambio y progreso. Cierto, es mejor que las dictaduras y el neoliberalismo puro y duro. Ahora, en términos generales dado que hay situaciones muy diversas entre países, hay más democracia, más programas sociales y un aire de regionalismo progresista.

Sin embargo este nuevo ciclo de optimismo tiene sus virtudes y sus riesgos. La principal virtud es la degenerar esperanza y búsqueda de soluciones inmediatas para grandes sectores sociales, golpeados por la ola neoliberal y los modelos económicos oligárquicos.

El riesgo es que por argumentar sólo en un sentido, se borre todo el trayecto histórico que nos inocula un pesimismo saludable porque nos hace mas lucidos o al menos mas equilibrados.

El capitalismo es una máquina loca que nos ha puesto en una crisis de civilización. O dicho de otro modo, es el sistema más irracional e ineficaz de producir y de consumir, contrariamente a lo que se enseña en las escuelas de economía. Y además, no lleva el germen de su autodestrucción como creía Marx, lleva el potencial de destrucción de la especie. Y contra ello, por ahora, no hay antídoto. Eso es el pesimismo sistémico. Pero su lado positivo es que nos lleva a interrogarnos sobre el potencial de cada acción y de cada idea, en relación a la cuestión de fondo, ¿Qué grano de arena aporta?

La necesidad de consistencia en la acción humana va ahora en el sentido de nuevas y mayores exigencias. Y si bien hay tiempos, cortos, medianos y largos plazos, ello no reduce la necesidad de consistencia mas bien la acrecienta.

Por ello, los optimismos de corto plazo, se quedan en eso y tienden a pasar por alto la consistencia. Ilustremos el debate. ¿Se puede tener buenos programas sociales pero ignorar el modelo económico? ¿Se puede predicar sobre relaciones internacionales justas y apoyar grupos económicos y transnacionales igualmente predadoras solo por tener bandera nacional? ¿Se puede teorizar el buen vivir y darle garrote a comunidades indígenas? ¿Se puede hablar de desarrollo en los mismos términos que el capital, el de las plantas nucleares, mega proyectos insostenibles o extractivismo intenso? ¿Se puede hablar de democracia y no verificar derechos y libertades? ¿Se puede hablar de cambio climático y estimular acciones gravemente dañinas?

Realismos, pragmatismos y táctica vendrán a justificar uno y otro término que tensiona la búsqueda de consistencia necesaria. No elimina la contradicción pero podría obligar, cuando menos, a asumirla con todas sus variantes. Eso haría el discurso más creíble.

Ello implica abrir los debates y no cerrarlos con descalificativos que tienen el mismo tufillo rampante de siempre a estalinismo y a poseedores de la verdad de toda ideología. Después de todo, muchos pesimistas rusos, poetas, escritores y científicos, nos advirtieron sobre la deriva del bolchevismo y el estalinismo antes de terminar en campos de concentración. La escuela de Fráncfort sobre el autoritarismo y el nazismo antes de ser apresados, suicidarse o exiliarse. También apegados a una cierta idea de verificación de los optimismos con estándares de democracia e igualdad se ha advertido y se advierte sobre la evolución de Cuba, Nicaragua, Venezuela. Ambientalistas, movimientos de base, indígenas, advierten sobre la autocomplacencia y sobre las tensiones en Bolivia, Chile, Ecuador, Brasil y Argentina.

Nada es perfecto convengamos, pero el optimismo a toda costa generalmente oficialista, baja las defensas y la consideración critica, aunque se vista de duda y de pesimismo, nos mantiene alerta y lúcidos.

Aunque con preocupaciones afectivas como motivación, Gramsci acuñó la frase, célebre, sobre la necesidad de disponer del pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad. Como se hace camino al andar y como sabemos que no hay sociedad utópica de llegada, cada paso cuenta. Eso exige responsabilidad y consistencia, contra todo optimismo simplista de niño scout, ese que lleva a que la orquesta siga tocando mientras se hunde el barco.

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