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Crónicas de un hombre bicentenario por Marcelo Sánchez

I

Desde el sitial de aquel que ha observado y sentido el paso del tiempo, de aquel que por las extrañezas de la vida se ha proyectado más allá de un tiempo sujeto, sosteniéndose en un tiempo llamado intenso, me he permitido poder observar los avatares de la vida desde la tribuna que otorga el ser protagonista y espectador del pasado y el ahora. Esos recuerdos afloran como espejismos en una mente frágil y cansada, el tiempo intenso no evita la rigurosidad de la vida, sólo distribuye nuestra finitud de forma más misericorde sobre esta cáscara material, siendo estirados aquellos trazos de experiencias, pero a pesar de todo están ahí develando nuestra existencia.

II

Aún recuerdo aquellos arduos días en los cuales de sol a sol y lluvia tras lluvia debía trabajar para las tierras de mi patrón Simón Riquelme de la Barrera y Goycochea, al tiempo terminé trabajando en la Hacienda Las Canteras al servicio de su nieto. Esas tierras de Chillán ese sur de recuerdos, en ella al igual que muchos campesinos convivíamos con el sufrimiento y el esfuerzo, pero las oportunidades de diversión entre tanta fiesta popular nos hacía olvidar nuestra posición en la escala social. En el esfuerzo diario siembra y cosecha, nunca nos importaron los problemas o desavenencias de los patrones, eso de juntas y reyes, de prisión y libertad y menos eso de peninsular y criollo, de español y americano, pa nosotros eran lo mismo, había que trabajar igual, uno iba donde el patrón le dijera, esa era la suerte del mestizo.

No entendí por eso lo que ocurrió ese día 18 de septiembre de 1810, no estaba dentro de nuestras preocupaciones. Convocatorias en las ciudades, con mi patrón Bernardo nos desplazamos desde el sur. En el palacio de la Real Audiencia mucha gente importante se reunió tempranamente al grito de ¡Junta queremos! ¡Junta queremos!. Para cerca de las tres de la tarde su solicitud era ya un hecho, pero teníamos junta y sin embargo el rey seguía siendo nuestra autoridad, le jurábamos fidelidad. Bueno, qué me sorprendía, los patrones eran complejos de entender, pero sus decisiones o mejor dicho indecisiones nos afectaban de forma radical. Siento que me levanté temprano como todos los días, pero en un momento me encontraba arando la tierra y en un abrir y cerrar de ojos me vi enrolado en el recién formado ejercito patriota, yo ni sabía si era patriota, si ni me preguntaron, pero la autoridad patronal no se objetaba, si el jefe iba, con él también íbamos sus campesinos, claro que como perraje no más, ni pensar en ser oficial, creo eso sí que uno que otro lo logró, como el bandido Neira, quien más adelante creo llegaría a ser oficial, pero lo fusilaron igual por ladrón dijeron.

Sin preparación alguna aprendí el uso del fusil y la bayoneta, fui testigo de tantas victorias y tantas derrotas. El enemigo eran los godos, esos realistas, pero entre criollos también habían diferencias, la irrupción de los hermanos Carreras, conflictos de poder con mi patrón Bernardo, alternancias en el mando militar. Uno acataba, iba de un lado a otro, la guerra no era nuestra, los intereses que la producían estaban ajenos a nuestras preocupaciones y necesidades, pero a pesar de ello peleábamos por una abstracción llamada libertad y por algo más confuso aún, creo no sólo pa nosotros, sino que pa todos, por algo que llamaban patria de Chile.

Vi las consecuencias de esas diferencias, el desastre de nuestras fuerzas en Rancagua, vi perder todo lo que dijeron que era nuestro, bueno de ellos entendiéndose por ellos mis patrones, pijes notables o aristocracia a la chilena. De manera forzada tuve que ir al destierro, partiendo con el resto de la tropa, en condiciones deplorables, derrotados, hambrientos. De hacienda en hacienda iniciamos el cruce de los andes, llegamos a Mendoza, en donde un tal San Martin y mi patrón, se abocaron a organizar un nuevo ejército que buscaría liberar Chile de los realistas; de los hermanos Carrera, yo no supe más hasta su muerte, por rebeldes y golpistas se decía.

En eso estuvimos algunos años, Mendoza parecía taller militar, pólvora, cañones soldados, me costaba ver alguna iñora, y es que a pesar que uno este peleando por la patria, tenía sus necesidades también, si por algo uno era hombre y bien hombre. Durante nuestra estadía forzada en Argentina se supo por ahí que algo me manejaba con el caballo, además como era hombre de tierra y ladino también me destacaba en el manejo del cuchillo, era experto y varios habían tenido la suerte de probarlo. Frente a mis habilidades no precisamente ilustradas, me enviaron con un grupo de avanzada a Chile, a preparar la llegada del ejercito libertador y organizar la resistencia, nos mandaba don Manuel Rodríguez, era vivo y más ladino que uno, con él crucé muchas veces la cordillera, por pasos antiguos y en ocasiones abriendo pasos nuevos. Nos transformamos en los más buscados del reino, nos perseguían los hombres del Gobernador Casimiro, hombre extraño aquel, muy refinando y cruel, había maltratado con mucha equidad, lastimó desde la elite hasta los paisanos más humildes. Esos actos provocaron un cambio, el sentimiento patriótico era distinto a cuando me fui, ahora todos querían ser libres del dominio español, ayudó mucho el gobernador en ese despertar patriota.

Cuando el ejército libertador cruzó por allá por 1817 la cordillera, nos unimos a sus fuerzas, peleé en Chacabuco y en Maipú, y fui testigo de ese abrazo grandilocuente entre los próceres, ahí estaba don Bernardo malherido, arriba de un caballo estrechando la mano de don José, me pareció extraño que sobre un campo de batalla lleno de muertos, heridos y sangre por doquier se gestara eso que llamaban Patria, hacía muchas exigencias el alcanzarlo, para ese tiempo no sabía que exigiría más el mantenerlo.

Era difícil gobernar parece en esos tiempos, a los chilenos de la elite les costó, dejaron a don Bernardo como más alta autoridad, pero la nueva forma de gobernar tuvo dificultades entre el desorden, la inexperiencia y los problemas económico. Se puso muy estricto mi patrón, en las chinganas le decían dictador. Yo por mi parte me quedé en el ejército, hacía tanto tiempo que no araba que ya se me había olvidado; era un soldado del Estado de Chile. La idea de patria ahora era más confusa ya que ahora se hablaba de la idea de Estado y la República, parece que cuando se quiere ser libre se lucha por la patria, pero cuando uno tenía control, ahí era Estado, bueno uno no entendía esas cosas, si hasta bandera con estrella teníamos, pa muchos a eso se reducía la patria y Estado, antes teníamos bandera con corona y ahora teníamos una de hartos colores y con estrella, creo que esta última representaba a los araucanos, y eso de la bandera reflejaba que éramos libres y no esclavos.

Costó esto del Estado y la República, hubo tras la salida forzada de don Bernardo, un período de conflictos, una guerra civil incluso, el poder era disputado de forma alternada por conservadores y pipiolos, cual aves de rapiña sobre su presa. Tales conflictos perduraron hasta que apareció Don Diego Portales, a él me parecía haberlo visto bailando zamacueca en algunas de las chinganas de la Chimba, no recuerdo muy bien pero creo que frecuentaba la del “Parral”, era bravo pal baile y estricto pa gobernar, decía constantemente que el orden fuerte y centralizado era la única forma pa que Chile saliese adelante, que la democracia debía esperar cuando hubiésemos sido moralizados en el espíritu cívico, no había votado nunca y debía seguir esperando. Ahí me di cuenta que a algunos les estaba destinado la labor mesiánica de la dirección del Estado, autoritaria fue el nombre que le pusieron al República que él estructuró, ahí se decía que con él había caído sobre nosotros el peso de la noche.

III

El despegue económico comenzó tarde, el ejército ya no me llamaba la atención, volví al campo, ahí en cierta forma muy pocas cosas habían cambiado. Me reencontraba con el mundo que había dejado al tomar la bandera de la independencia, me incorporé como gañan y después como inquilino, trabajaba día a día, pero cada vez costaba más sobrevivir. Decidí seguir el rumbo de muchos trabajadores del campo y partí a trabajar pal norte a las salitreras, si bien estaban en suelo boliviano, la mayoría de las empresas eran chilenas y se ofrecía atractivo pa las necesidades que uno tenía, a pesar de lo peligroso, se veía como buena paga.

No sé en qué momento el norte se transformó, desde el interior de sus quebradas emergieron pactos secretos y sentencias de remates y casi sin darme cuenta, nuevamente se declaró la guerra entre tres naciones. Las tropas chilenas ocuparon Antofagasta, de acuerdo a como lo entendíamos había que evitar la violación de los acuerdos comerciales. Se vejaba a nuestro Estado y tal acto no podía ser permitido. Se bloqueó el puerto de Iquique, y desde sus costas vimos aquel combate singular. Tras unas cuantas horas y una serie de embestidas con aquel espolón de muerte, vimos hundirse a esa vieja corbeta Esmeralda, con el cuerpo de su capitán inerte en la cubierta del Huáscar, luego de un fallido intento de poder abordar por la fuerza a aquel coloso de metal, un espectador que desde su lecho mortuorio vio desaparecer esa bandera tricolor, bajo aquel mar inclemente.

Frente a esas circunstancias cierto sentimiento patriótico me inundó y volví a ocupar quepis y fusil. Siguiendo el ejemplo de muchos mineros, nos enlistamos, y a punta de bayoneta y yagatanes, avanzamos a través del desierto, en un estado de catarsis, de sangre, miedo y patriotismo, llegamos a ocupar hasta la propia Lima; buen mando ejerció el Gral. Baquedano, aunque los excesos cometidos durante la ocupación no son un buen recuerdo en mi memoria. Ahí comenzaba a percatarme que los errores y violaciones del vencedor pueden ser perdonados por decretos oficiales que sentencian “comportamiento sujeto a derecho”.

Se ganó a dos naciones e incorporamos sus tierras, pero la guerra había sido por tratados y la propiedad de las salitreras, por eso me extrañó a igual que muchos que, estas pasaran de preferencia a manos y propiedad de ingleses. Muchos acuerdos se firmaron entre el nuevo sector financiero y empresarial chileno con aquellos extranjeros, y nosotros, que a punta de chupilca tomamos el morro, que avanzamos en el campo de la alianza, ni gracias nos dieron. El pelear por la libertad debiese ser un honor más que suficiente para cualquiera de sus miembros, esa era una nueva enseñanza que había aprendido, el Estado exige sacrificios, y el asumirlo te da honor y condecoraciones, y tuve hartas de esas en forma de medallas.

IV

Tras el fin de la guerra, los conflictos no tardaron en aparecer en la clase política; guerra civil y la muerte de un Presidente eran justificables con tal de no alterar el orden natural providencial de las cosas, parece que el Laissez Faire y los intereses ingleses bien valían una revolución.

Las necesidades me trasladaron en búsqueda de trabajo a la oficina de San Lorenzo en Iquique, ubicada en pleno desierto de Atacama. El trabajo era duro y extenuante y lo extraño es que pagaban en fichas, y estas debían ser cobradas en la pulpería del patrón al interior de la salitrera. No era libre de hacer con mi paga lo que se me antojase, antes ya se me había pagado en el campo en trozos de cuero, ¡pero en el campo!, ahora se me pagaba casi en especies. Yo era calichero, trabajo arduo, el sol trazaba grietas de miseria por mi rostro. Trabajamos más de lo correspondiente, mala paga y sin resguardo, pero a nadie sorprendía. Vivíamos en condiciones de miseria, siempre bajo la atenta mirada y “resguardo” de los vigilantes de la oficina. Comenzábamos al despuntar el alba y hasta esconderse el sol, la pampa y el sol eran el escenario de la explotación.

Frente a tantas injusticias comenzamos al calor del frío de la noche a organizarnos, compartíamos lecturas, a veces comentábamos como si hubiésemos leído a Proudhom o Marx, pero el conocimiento de oídas es milagroso frente a la ignorancia. De a poco, había mutualistas, anarquistas y socialistas. Decidimos paralizar la producción, al pasar los días se fueron sumando más compañías y trabajadores. Acordamos bajar al puerto de Iquique con familia y todo a entrevistarnos con la autoridad civil para que mediara en el conflicto, fue un largo recorrido por el desierto, en un viaje de dignificación. En el puerto fuimos recibidos por el intendente de la zona, tras dilatarse la solución se nos permitió quedarnos en la escuela Domingo Santa María. La forma de dialogar del intendente no fue de señores, fue con argumentos de fuego, nuestras esperanzas quedaron destrozadas entre arena y sal, nuestra dignidad dispersa entre charcos de sangre, pólvora e ignominia asesina. Así dialogaba el Estado en defensa de los ricos. Amparados tras metralla, el asesino de Iquique provocó una tragedia. Con dolor y sangre entendí que el Estado no aceptaba cuestionamientos, a él no se le increpa, la abstracción era ahora lisa y llanamente la idea del ciudadano con derechos, el Estado Policial era ya sin duda una realidad.

V

El golpe dolió, el Estado y su fuerza al servicio de los poderosos no escuchó, a nadie importó nuestras demandas, éramos de la poblada, el bajo pueblo sin moral. En mi fuero íntimo quedé destrozado, mis antiguos compañeros de armas, con los cuales había peleado codo a codo en el norte, sin cuestionar se habían transformado en sicarios del Estado. Pero a pesar de lo que esperaban los grandes y poderosos, aquellas atrocidades sirvieron para sensibilizar la opinión pública. Nuevas voces, algunas desde la iglesia de fuerte ascendencia sobre la elite, pedían un nuevo trato. Nosotros los obreros organizados sólo pedíamos atención y reconocimiento de nuestra existencia. De aquellas aspiraciones que repercutían como eco de justicia en el desierto, serán tomadas como bandera, por un león venido desde el norte, el cual, bajo un discurso social pretendió transformar la obscena realidad. Fue un avance, pero el inicio de las disputas entre aquel que no está dispuesto a perder lo conquistado y aquel que no está dispuesto a seguir siendo explotado.

Desde la trinchera de lo popular, desde mi condición de marginalidad, el recuerdo de matanzas, las eternas promesas de igualdad y libertad, fueron transformándose en una necesidad y obligación. Tras los sucesos del norte, estuve malherido por mucho tiempo, transitaba solo, amparado en el silencio de la noche, buscando la caridad del trabajador amigo. A pesar de lo cansado de mi cuerpo, apenas tuve fuerzas suficientes inicié un trayecto en dirección opuesta al campo de matanza, desde Iquique a Copiapó, la Serena, Pichidangui, Quilimarí, los Vilos, hasta llegar, luego de ardua travesía, a Valparaíso, tras la promesa de tranquilidad. Entre puertos y cerros construí un nuevo, bueno, puede sonar exagerado hablar de hogar, ya que no pasaba de ser un rancho común y corriente como tantos, pero uno se encariña con lo propio aunque no sea mucho. Desde aquel escenario improvisado por la vida, veré esperanzado el surgimiento de proyectos políticos que posicionaban su atención en nosotros, los excluidos. La pobreza había sido mi compañera con su fría presencia, el rigor de la vida y la tragedia eran lo cotidiano, a veces sólo sopa y pan podían paliar el hambre, pero agudizaban la desesperanza, sin embargo ahora se observaban en el viento porteño las banderas que enarbolaban las posibilidades de un futuro mejor.

Desde mi trabajo de estibador en el puerto, entre carga y descarga, a la sombra de las embarcaciones se fue fortaleciendo día tras día nuestra posición sindical. Asumimos como sindicato N°1 de Estibadores de la mano con los partidos de izquierda, la promesa de cambiarlo todo. Vimos llegar al gobierno a los Frentes Populares, y también observamos con nuevas angustias pasar de la existencia pública a la clandestinidad, producto de esa ley maldita, la excusa fue la huelga de Lota y Coronel, y muchos de nosotros seremos detenidos, acusados de una pseudo conspiración marxista, a todas luces un excusa de González Videla, ese camaleón en el poder. Muchos seremos enviados a Pisagua, una localidad entre Iquique y Arica, donde por un tiempo estuvo a cargo del centro de detención, el para entonces, capitán Pinochet.

VI

Tras algunos años, de privaciones, y derogaciones, la vuelta a la vida cívica estaba marcada de promesas y esperanzas. Al son de violetas y parras, de peñas y rasgueos se fue construyendo a lo la largo de la década una conciencia dispuesta a movilizar y alcanzar desde las calles su derecho a una vida digna, atrás quedaban los Alessandri, los González Videla, Ibáñez y Frei. Se cantaba en el ambiente el derecho a vivir en paz, los labradores elevaban sus plegarias, preguntaban por Puerto Montt, veían expectantes la reforma agraria, la chilenización del cobre. Las movilizaciones populares acompañadas por guitarras, brochas y pinceles preparaban murales de colores a la espera del momento, de esa revolución con sabor a empanadas y vino tinto. La llegada de don Chicho, el compañero presidente, generó tantas expectativas como odiosidades; alegría tanto como temor, esperanzas tanto como conspiraciones.

Aquel 4 de septiembre era la génesis de la transformación, en las plazas cantábamos el “himno de venceremos, venceremos, mil cadenas habrá que romper”, me reí ante el titular del Clarín “aunque derrochó millones la derecha es minoría, Allende Presidente, el pueblo arrasó en los reductos momios”, pero aquella que sentíamos como la oportunidad de reconocimiento y dignidad quedó sujeta a la encrucijada de sus propias contradicciones, a la polarización ideológica, a las paralizaciones promovidas desde Estados Unidos y la clase Empresarial, los atentados, asaltos a bancos y asesinatos. Se predecía el caos, más este no fue una verdad revelada, sino que fue promovida por intereses mezquinos, que se desplazaron promoviendo el desabastecimiento y la violencia política, ello nos hará despertar con el peor de los golpes, de aquel sueño con un inconsciente de libertad.

Duele recordar, desde la trinchera del enemigo cómo se nos llamó: los enemigos del Estado. Bajo aquella lógica, yo al igual que muchos quedamos sujetos al poder y la brutalidad de aquellos que, amparados en la oscuridad ejercían su fuerza como argumento de sumisión. La madrugada del martes 11 de septiembre vi desde el borde costero el regreso de la escuadra naval, que había zarpado el día anterior para participar de las operaciones uñitas. Estas desembarcaron y ocuparon rápidamente el puerto, los infantes de marina se habían apostado en posición de combate, controlando militarmente los puntos estratégicos de Valparaíso. Como pudimos, algunos que ya sospechábamos un golpe, nos desplazamos a las zonas altas, desde Cordillera a Playa Ancha. Desde una radio de transistores, logramos sintonizar la Radio Minería. Cerca de las 9 de la mañana escuchamos la primera proclama golpista, dando a conocer la formación y control de las principales plazas del país. Esa junta golpista aparecía liderada por el Gral. Pinochet, nunca entendí la excesiva confianza que se depositó en él, yo estuve en Pisagua cuando él fue director de ese centro de detención, pero para el presidente era el equilibrio y salvaguarda de este proyecto de gobierno.

Con tristeza escuché el último discurso de nuestro presidente por radio Magallanes, recuerdo esas palabras, retumban en mis oídos de forma penitente: “Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.”, para las 12 nos enteramos del bombardeo y cerca de las tres de la tarde, la muerte del presidente circulaba como una triste verdad que auguraba un periodo de tinieblas.

Algunos estuvimos dispuestos, a pesar del toque de queda, a defender este gobierno. Aquel día cerca del atardecer alcanzamos a resguardarnos y desde las partes altas de la calle Río frío en Playa Ancha, parapetados en las quebradas aliadas, resistíamos a los golpistas que avanzaban desde el sector del estadio Playa Ancha y del regimiento Maipo. Fue una quijotada, de la manera más vergonzosa nos dimos cuenta que nosotros el pueblo no teníamos la fuerza, la armas y aunque duela, las agallas para defender al gobierno popular. El miedo no es sólo de los cobardes, o quizás así lo quisimos creer cuando bajo una mirada tácita huimos en dispares direcciones tratando de salvar la vida, en una ilusión teñida de ignorancia.

La noche la pasé entre el temor y la vergüenza, no sabía lo que pasaba, la oscuridad de mi casa en Quebrada verde, su humildad y pobreza quizás podrían actuar como un escudo ante el nuevo régimen. La noche la pase en vela escuchando el retumbe de balas y movimientos de tropas, mi memoria repite aquellos sucesos una y otra vez, con una claridad que aborrezco, sangre, dolor y sufrimiento. Recuerdo hasta las dubitaciones de aquella noche, cuando pensaba en cómo se había formado mi conciencia política, desde esa marginalidad campesina a una militancia consciente y sin saber cómo entre reflexiones y miedos, mi estado de alerta cedió al cansancio de la derrota.

VII Aquella mañana del 12 de septiembre, fui despertado abruptamente por fuerzas de carabineros, a punta de culatazos fui obligado a esperar tendido boca abajo durante horas en espera de la unidad policial, fui maniatado y arrojado como peso muerto sobre un bus y obligado a mantener una posición de rodillas frente al asiento a lo largo de todo el trayecto, este viaje de ignominia iba acompañado de insultos y golpes de puños y pie. Fuimos llevados a la comisaría Nª 1 de Playa Ancha, luego de descender, fuimos obligados a transitar entre dos hileras de uniformados, recibiendo todo tipo de apremios físicos en lo que llamaban el “callejón oscuro” en una mezcla de juego infantil teñido de frialdad y sadismo militar. Nos mantuvieron incomunicados sin procesamiento formal, hacinados, con hambre y golpes. Desconozco cuanto tiempo estuve así detenido, pero sí recuerdo que fue el inicio de un peregrinar por una serie de centros de detención del puerto.

A los días fui trasladado al Molo, en donde esperaban cientos como yo, arrodillados con los brazos en alto unos, en el suelo o de pies separados y manos en la nuca de cara al muro otros. Esa era la posición del detenido, en espera de su travesía de muerte. Fui “embarcado” como carga de castigo en el Buque “Lebu,” que había sido cedido a la junta siniestra por la Compañía Sudamericana de Vapores, para luego ser “transbordado” al Buque Escuela Esmeralda en ese momento a cargo del Capitán Jorge Sabugo Silva. Aquella “Dama Blanca” será mancillada con sangre al actuar como un centro de Tortura flotante, por el cual transitaban de forma diligente, consistente, consiente y disciplinadamente un grupo especial de la Armada. Ahí fui sometido a todo tipo de vejaciones, los cuales tienen la particularidad que no discriminaban en sus atrocidades entre hombres y mujeres. Diariamente éramos llevados a secciones especiales del buque insigne, en los sitios reservados para los “socios”, como nos denominaban de manera irónica los torturadores.

En aquel centro divisé al padre Woodward, habíamos compartido de forma triste en el Lebu, pero él no sobrevivirá a la brutalidad. Desapareció a fines de septiembre, era constantemente sometido a golpes, hoy día se sabe que murió producto de esos apremios que reventaron sus órganos provocando su muerte. No recuerdo por cuantos centros de detención deambulé, ni de cuantos interrogatorios, palizas y aplicación de corrientes fui merecedor de recibir. De los que tengo memoria es de mi paso por la Academia de Guerra y Pisagua, el destino y el espacio se ensañaban por segunda vez, en aquel reducto de muerte. A pesar de todo lo sufrido, tuve mejor suerte que otros, y un día, así como fui secuestrado fui también abandonado medio muerto por una patrulla militar en el desierto. Costaba asumirlo, pero sentí en aquel momento que para ser una abstracción, el Estado torturaba de formas muy concretas, en conjunto asimilé de la peor manera, que el Estado permite lo que las clases oligarcas establecen, son las cuotas de libertad fijadas con antelación, ceder sin perder. Pero si en el juego de la política, aquella máxima se pone en riesgo, el Estado hará todo lo posible por doblegar cuerpo y alma, con tal de resguardar los intereses de unos pocos que, cubiertos tras el uniforme mancillado y asesino, incitaban a la muerte.

VIII

Tras mi libertad decretada por la fortuna, el trauma del secuestro y la tortura hizo eco en mi memoria emotiva y física. Con aquel recuerdo, la evasión de la realidad me transformó en un espectro en vida, conviví con la miseria y la ausencia sin conciencia. Se doblegaba mi espíritu solo con sentir la noche y el freno intempestivo de algún vehículo tras mi espalda, a veces puede ser complejo el rompecabezas del espíritu más que la reconstrucción de lo físico.

Vi con la entremezcla del temor del torturado y la expectación del que espera redimirse ante el fracaso y la derrota colectiva, cómo desde mediados del 80, comenzaron a gestarse y reclamar en las calles los estudiantes, las mujeres, obreros y Chile entero, los que al ritmo libertario de cacerolas y bocinazos exigían el fin de ese régimen siniestro.

Para sorpresa de todos, incluyéndome, para esa fecha como un escéptico atormentado, aquel plebiscito famoso dio por vencedor a la opción NO, y bajo la protección del arcoíris, se nos presentó la promesa nuevamente de un mundo mejor, de oportunidades y por sobre todo tolerante, plasmadas de forma original en ese coro multicolor: ¡chiiiile la alegría yaaa vieeeneee!¡porque pase lo que pase uno es libre de pensar! Esa sola estrofa era capaz de resumir lo que queríamos y sentíamos, el cambio del fusil por la ciudadanía, pero en aquel momento pensábamos que aquel Chile vendría con justicia y no como finalmente se instaló, con el olvido.

IX

A lo largo ya de estos últimos 20 años, cuando uno siente producto del tiempo flaquear el espíritu, he vuelto a mis espacios de origen, las tierras de Chillán, desde los prados y acompañado por la tranquilidad que da la soledad, desde mi retiro voluntario en la quietud del campo, he visto el paso del progreso, la transformación urbana, las promesas del desarrollo, las revoluciones tecnológicas. Pero también, al alero de aquel progreso he visto resurgir las mismas aspiraciones y demandas que ya me parecen de otredad, desde la cual mi cuerpo y sus cicatrices son fiel testigo. He sentido en el aire el dolor y la tristeza de generaciones, el clamor reivindicativo del pueblo mapuche, la demanda de sus tierras y la judicialización y politización del conflicto, he escuchado con fuerza los gritos estudiantiles por una mejor educación o desde su mediático sitial la incertidumbre de aquellos conocidos simplemente como los 33, que nos desnuda la fragilidad de nuestras legislación laboral, el incumplimiento de normativas y la transacción mercantil de la vida. Me parece estar, en este mismo momento, reviviendo mis propias experiencias del caliche y el salitre.

Entre tanta modernidad pregonada, reflexiono de lo dulce y agraz de este Chile, que como muchos, desde abajo he visto surgir y desde el anonimato infructuosamente intentado transformar. Desde mi cuerpo encorvado, mi mirada cansada, levanto los escombros de lo que en algún momento fue mi hogar. La tecnología y la modernidad a veces olvida la naturaleza, pero esta siempre se encarga de ser recordada, sin discriminación social remece a todos por igual. En ese espacio suspendido en el tiempo, resistiendo al presente del consumo, levanto lenta y cansinamente un ladrillo tras otro, frente a la experiencia que el tiempo “intenso” me ha otorgado, me doy cuenta que a diferencia de mi hogar que se ha desmoronado, éste mantiene sus cimientos. En cambio este Estado y Nación, todavía está en construcción de los suyos y mientras esto no ocurra, sólo será una Utopía la tan anhelada “Emancipación del Hombre”. Sólo queda, de la mano de la memoria de todo un pueblo seguir resistiendo “para que más temprano que tarde se abran las grandes alamedas para que transite el hombre libre”, y esto lo recojo desde el recuerdo de quien simplemente le ha tocado ser un “Hombre Bicentenario”.

Crónicas de un hombre bicentenario Cuento publicado a razón del Bicentenario en Revista la Fragua Año I Numero 3 Diciembre 2010. Disponible en www.revista-lafragua.blogspot.com

Marcelo Sánchez Profesor de Historia y Geografía, Licenciado en Historia UPLA, Magíster en Historia PUCV mención Historia Económica y Social, miembro de la Mancomunal del Pensamiento Crítico Quinta Región.

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