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De cosmetología y restauración: cambio de guardia en la hegemonía. Pot Carlos Sandoval Ambiado

Menudean en las RRSS y la dirigencia político-partidista oficialista expresiones cada vez más catárquicas. El abanico de reflexiones estuvo tapizado de cobardes y oblicuas diatribas. Cogerse de expresiones de terceros para tratar de estúpido a un pueblo o decir que quienes votaron por Piñera son “fachos pobres”, no sólo revela una brutal ignorancia, sino además un espíritu autoritario e irresponsable.

Asimismo, confesar extrañeza al percibir personas circulando en una comuna popular, que eligió alcalde de izquierda, “que no había visto nunca, de pelo muy rubio”, es (al menos) dar una explicación infantil y racista de lo ocurrido en el torneo electoral. Resulta absurdo creer que la pigmentación del pelo determina clase social e ideología de las personas. Igualmente, ver en la TV a un encumbrados dirigentes y parlamentarios socialistas llorando la “derrota” resultó a muchos (no todos, por cierto) dramáticamente feble. No ser capaz de explicar políticamente su fracaso electoral, los hace ver como alfeñiques en las arenas de la política chilena. Nadie que vea gimotear a alguien ante una crisis, puede seguir confiando en él o ella.

No queremos en estas reflexiones caer en los exabruptos descalificadores de quienes optaron por Piñera y tampoco buscamos sensibilizar a nadie con gimoteos un “poquitín” hipócritas. Queremos, deseamos, acercarnos a una explicación más seria de lo ocurrido el domingo 17 de diciembre. Lo hacemos para seguir hablando de política. DOMINACIÓN Y HEGEMONÍA: HERRAMIENTAS DEL PODER REAL Previo al Golpe de Estado, Chile enfrentaba un serio impasse de los grupos y clases sociales. Es lo que tanto se ha olvidado o tratado de meter debajo de las alfombras de la poliarquía: la lucha de clases, disfrazándola de “terrorismo”, de “extremismo”, de “violentismo”, etc.

Contienda de clases expresada por un lado en los intentos de un pueblo pobre, explotado, pero activo y creativo en la política, de avanzar en la construcción de una fuerza política, técnica y económica. Y, por otro, los poderosos de siempre, en alianza con el centro político, avanzaban desde los gremios profesionales, desde las agrupaciones de comerciantes y transportistas y por último a partir las asociaciones empresariales. Lo que buscaron, a veces intuitivamente, fue no sólo la destitución de Salvador Allende, sino implementar cambios estructurales para resolver la crisis de acumulación capitalista que los aquejaba. El epilogo de este proceso estuvo en la adhesión militante de las Fuerzas Armadas a las aspiraciones derechistas. El golpe de Estado terminó por inclinar la balanza en contra de los intereses populares. La llegada del equipo castrense al gobierno abrió la primera etapa de la revolución neoliberal: la dominación. El rasgo longitudinal de esa etapa fue la coerción extrema sobre gran parte de la sociedad. Asesinatos, desapariciones, exilio, equipos clandestinos de exterminio; imposición de leyes abyectas, prohibición de toda actividad política e incluso cultural. Su objetivo fue paralizar a un pueblo que trató de avanzar en la construcción de su propia historia.

Todo ello se logró hasta que crisis consustanciales a todo proceso de cambio, hicieron tambalear las pretensiones del capitalismo financiero. Para superar el trance sus ideólogos y ejecutores forzaron un acuerdo de salida honrosa e intocable para gobierno castrense y dejando indemne el régimen que había implantado. Se inició así una nueva etapa política, quizás la más tóxica para el pueblo. Se trata de la hegemonía política, cultural, ideológica e incluso valórica que el neoliberalismo ha logrado en Chile. Empíricamente la conocemos como la “transición” y la frase que más grafica este hecho es “en la medida de lo posible”. O sea, se hizo y se hará, lo que la derecha, el empresariado y las Fuerzas Armadas permitan. Este largo período fue posible gracias al aggiornamento ideológico del marxismo local y del socialcristianismo. Este proceso, vivido en el exilio, hizo que unos (los primeros) abandonaron la “lucha de clases” y los otros “la opción por los pobres”. Y, de una u otra forma pasaron febrilmente a legitimar el icono “moderno”: el Mercado.

Con aquella efigie --- la lógica mercantil --- la transición exigió (y fue acatada) una transfiguración del soberano chileno: convertirlo en pleno consumidor y para esto era necesario impulsar con fuerza la despolitización de la sociedad chilena. Las sedes partidarias quedaron reservadas a los que dirigían; el debate “político” se anidó en Valparaíso; se intensificó la política de “focalización” social, fortaleciendo aún más el clientelismo; se licitaron las calles por dónde “transitaría el hombre que pagara”; el agua pasó de ser vital a un bien mercantilizado; el crédito (forma de empobrecer más a las personas) se hizo masivo y abusivo; en definitiva, la cosificación del ser humano, del pueblo chileno, se instaló potentemente. El objetivo de superar la crisis del régimen militar por medio de la transición, el objetivo de sustituir la dominación militar por la hegemonía de la “civilidad” se había alcanzado. El duopolio, sólo roto recientemente, fue el garante de este proceso, cuyo principal resultado fue una profunda despolitización, una brutal desciudanización. Entonces, ¿es legítimo, es decente, decir que son estúpidos quienes alzaron a Piñera (por segunda vez) al podio de los triunfadores?

CUENTAS ALEGRES QUE PODRÍAN CONVERTIRSE EN AMARGAS.

La noche del 19 de noviembre fue para muchos un momento de jolgorio. La nueva izquierda, aquella reunida en el Frente Amplio dio una gran sorpresa electoral. En la presidencial estuvo cerca de desbancar al candidato oficialista mejor aspectado. A su vez, en las parlamentarias no solo superaba sus propias expectativas en la elección de diputados; sino además colocaba en la Cámara Alta a uno de los suyos. Sin embargo, aquello de ser la tercera fuerza política, lugar al que había llegado desde (quizás) el último eslabón de la poliarquía, rápidamente se fue convirtiendo en un problema creciente. Era necesario pronunciarse para la segunda vuelta. Fue aquí el inicio de las dificultades y que (en mi opinión) seguirán creciendo y multiplicándose.

Si en otro tiempo fue “raro” el pronunciamiento de quien llegó tercero al decir que votaría por “el candidato del 29%” , más extraño o extravagante fueron las expresiones de los dirigentes del Frente Amplio, para responder sobre sus opciones en el balotaje; incluso fue graciosa la aparición de un ex presidenciable del Frente Amplio, fotografiándose en el cierre de campaña de Alejandro Guillier. Pero hasta aquí son comprensibles estas “curiosidades”, explicables solo por la embriaguez del brebaje electoral.

Sin embargo, al escudriñar más fino y con sentido de proyección, la ancha sonrisa inicial se puede ir borrando del rostro izquierdista. Lograr, “de una”, cerca de un millón y medio de votos, más la representación parlamentaria alcanzada, puede convertirse en una pesada mochila para un futuro electoral mediato.

Sabemos que los tiempos políticos son distintos a los tiempos convencionales. Por tanto, para someterse a tensiones electorales al Frente Amplio le resta poco tiempo. Y es escaso porque tiene que generar esfuerzos que le permitan mantener o superar (sería lo obvio) la adhesión lograda con Beatriz Sánchez y aumentar el número de asientos congresales que tiene hoy. Como una forma de contribuir a este objetivo resulta ineludible construir un macizo tablado territorial. Y para tener esta plataforma, debe avanzar marcadamente en la ocupación de Alcaldías y Concejalías, especialmente en comunas que formen parte de distritos y circunscripciones con alto universo electoral.

Santiago y Concepción impresionan como estratégicos, no sólo por el simbolismo que representan; sino además porque allí tendremos elecciones de Senadores. Una fuerza política con pretensiones no sólo de lograr la presidencia de la República, sino también realizar los cambios estructurales que considera necesario para el país, no puede…más bien no debe, restarse a competir por un par de senadurías en los lugares mencionados. Empero, las disonancias post Primera vuelta pueden verse incrementadas al interior del Frente Amplio y esta situación entrabe el camino hacia el objetivo de ganar espacios institucionales dentro de los próximos cuatro años. Ese peligro puede generarse por varios factores. Pueden ser desde el inclemente protagonismo de algunos dirigentes hasta la riesgosa política de alianzas que deberán implementarán. Desde el que se contó el último voto, los cantos de sirenas lanzados desde los vetustos balcones de los partidos tradicionales, no se hicieron esperar. Algunos de esos cantos, con melodías bastante añosas, que hicieron pensar en frentes populares y antifascista, provinieron de un sector del conglomerado (hasta hoy) oficialista que honró su historia de plasticidad política. Y, la “zanahoria” en estas tratativas es la composición de la mesa directiva de la Cámara y la composición de las principales Comisiones de Trabajo. El cómo aliarse y con quién hacerlo son puntos claves para el Frente Amplio. Serán mayores las ganancias que las pérdidas si y solo si supera sus dificultades organizacionales.

A pesar de lo dicho, se desprende claramente que las tareas de las organizaciones y partidos que componen el Frente Amplio deben desde hoy orientarse a construir espacios sociales en territorios cada vez más cercanos a la ciudadanía popular.

LAS HORADACIONES EN EL SISTEMA: EL TOPO DE SIEMPRE

Las fisuras al paradigma transicional comenzaron desde los movimientos sociales. El punto de partida es difícil de establecer. Lo que no es espinoso decir es que la clase política se mostró cómoda administrando el modelo hasta que fue presionada por las manifestaciones de irritados chilenos y chilenas que reclamaban en contra de los abusos empresariales, los fracasos educacionales, las carencias en salud y obviamente por los altos grados de corrupción en instituciones como Carabineros, Partidos Políticos, Ejército e incluso municipalidades. Por esto es que emergió con mayúsculas la candidatura de Bachelet. Ella era “socialista”, ex presa política, destacada funcionaria internacional, ex ministra de defensa y, obviamente ex presidenta de la República. El tinglado político-partidista se afirmó con dos elementos: un programa que prometía reformas y la imperiosa necesidad de recuperar el gobierno. No obstante, aunque muchos creyeron posible anestesiar al “topo”, éste siguió carcomiendo los cimientos del sistema, a pesar de los cantos de sirena que salían de los balcones del poder. Es cierto que hubo avances en la gratuidad educacional; pero estuvo muy lejos de lo prometido. Esta modesto “logro” no sólo fue fruto de la tenaz resistencia de la derecha, sino también a la poca convicción de quienes debían impulsar la gratuidad universal. No debemos olvidar que la primera responsable de la conducción de la reforma educacional, la presidenta de la República, confesó no estar de acuerdo con esto que la educación fuera gratuita para todos. Modoso y todo el avance en educación logró aletargar considerablemente al movimiento estudiantil. Pero la intención derechista de revertir lo escasamente avanzado, necesariamente estimulará irritaciones larvadas entre los estudiantes y, y por tanto no sería extraño a un salto cualitativo en organización y movilización de este sector social; especialmente entre aquellos jóvenes que recién se están incorporando a los estudios superiores.

Pero aquella somnolencia no acaeció en otros pagos sociales. Claramente los pescadores artesanales estuvieron activos y en forma creciente en contra de la ley del formalizado ex ministro de Piñera, el señor Longueira. Y, no pararán de hacerlo, sino es con una legislación que, al menos, asegure la sobrevivencia del rubro. Pero donde el “topo” no tuvo nada de somnoliento fue en el movimiento contra la pobreza perpetua como es la política previsional, por ahora expresada en el Movimiento “No*AFP”. Más aún, obligo a toda la poliarquía a colocar atención en el reclamo de los trabajadores por tener un sistema de jubilaciones más justo.

Si bien el alto impacto de esta reivindicación se debe a las pensiones miserables que reciben quienes jubilan; el ataque y defensa al sistema de AFP se afirma en aspectos esenciales del sistema capitalista neoliberal. Lo que existe tras bambalinas es el oprobioso financiamiento de las empresas productivas y de servicios que con dineros ahorrado por los trabajadores aumentan sus ganancias a niveles jamás visto. Dicho de forma distinta; no solo es miserable el sueldo del trabajador, sino además su ahorro previsional es utilizado para financiar la empresa donde trabaja y así incrementar sus ganancias. De lo dicho se colige que no bastará un “mejoramiento” de las pensiones, sea a través de la formula “neomayorista” o la “piñerista”. La irritación continuará porque la pobreza se mantendrá y los incisivos del “topo” deberían seguir activos.

Al cuadro anterior hay que sumarle la lucha por la tierra que la nación Mapuche despliega con fuerza, dirigiendo sus incandescentes dardos a la actividad depredadora de la industria forestal. Industria que además de poner en riesgo los equilibrios ecológicos, recibe ingentes subsidios del Estado para hacerlo. O sea, el problema de la ocupación de la Araucanía por las grandes forestales, no es sólo del pueblo mapuche. También lo es para la llanura social chilena que debiera reclamar porque se están dirigiendo recursos financieros hacia la empresa privada y no hacia proyecto sociales.

Todo lo ya dicho, nos debiera arrojar un horizonte de alta movilización y resistencia, que debiera parir un instrumento de poder social y político que termine por horadar el sistema imperante.

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