Del uso de los oráculos por terrícolas preocupados

No es necesario ser adivino para considerar que “si esto sigue así, tendrá que terminar”, como dice el humorístico refrán de mayo del 68. La cuestión es saber cómo terminará. Esa es la función de los descifradores, y las noticias del futuro no faltan: pero las visiones de los escritores y las previsiones de los expertos se asientan en una lectura del presente construida por un conjunto de valores, una representación del mundo deseable, que harán ver pesadillas allí donde otra definición celebraría unas afortunadas oportunidades, y viceversa. En otras palabras, los ejercicios de anticipación actúan más o menos en connivencia con una realidad que se percibe al mismo nivel de ese ideal y de las contradicciones o impedimentos que lo obstaculizan en el presente. Entonces, aunque no develen el futuro, las distintas profecías permiten elucidar algunas de sus temáticas más llamativas: la tensión hacia la virtud generalizada, y su corolario, la desaparición de los conflictos.

Ese marco de pensamiento, en el sentido amplio del término, no es meramente heredado: es interminablemente trabajado por ciertos discursos que procuran transformar sus valores y objetivos en verdades “naturales”, incluso y precisamente en el terreno del futuro, que hoy es “un valor de cambio en el vasto “mercado de las ideas” más o menos globalizado de nuestras sociedades del conocimiento”, como señala el especialista en relaciones internacionales Ariel Colonomos. Los expertos, los integrantes de centros de pensamiento o las agencias de calificación financiera, cumplen hoy la función de oráculos: su tarea es detectar, en el contexto actual, qué cosa puede incidir de modo determinante en el futuro, principalmente en el plano internacional, con gran ayuda, ya no de augurios como los de antes, sino de indicadores y criterios más o menos opacos...