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Desorden en el puerto: Descomprimir. Por Juan G. Ayala

Las ciudades construyen sus perfiles todos los días, y como los perfiles son lo que identifica, tendemos a creer que el perfil es todo. No es así, Valparaíso no es desorden y suciedad de año nuevo, el puerto no es eso. Sin embargo, ¿porqué se producen aquellas salidas de madre, con consecuencias tan mediáticas?. Ocurre porque Valparaíso se ha construído desde las bases sociales, siempre fue así, y así se le percibe en el imaginario nacional, amén de que la planimetría topográfica, el reducido espacio de plano frente a la enorme extensión de cerro (montaña para los europeos), y la equivocada percepción que muchos afuerinos tienen de Valparaíso, coadyuvan a que se crea equivocadamente que en “el puerto está todo pasando”.

Cuando se confunde libertad –propia de un puerto- con libertinaje, lo que las autoridades deben concretar no es solo un plan de contingencia ante las fiestas, lo que hay que diseñar es una política de largo plazo, la que debe considerar en el corto plazo aspectos de acogida, mitigación y salidad de los afuerinos. Ello implica atendiendo solo a una arista, recalificar las patentes de alcoholes, promover desentralización de venta, permitiendo bajar la densidad de consumidores por kilómetro cuadrado. En el mediano plazo insistir en la formación de hábitos y conductas responsables, intervenir puntualmente con escenarios distractores, y por cierto fortalecer la seguridad ciudadana. Sin embargo el fondo es lo más difícil, ¿cómo conciliar el destino turístico porteño con el debido comportamiento ciudadano?.

Valparaíso es signo de libertad y debe su origen a las bases sociales, pero como los afuerinos vienen a celebrar, escapan de su ciudad que los ahoga y los inhibe, ven en el puerto una puerta de escape, llegamos al fondo, la solución no pasa por Valparaíso, ella pasa por el país. A mayor compresión social acumulada durante el año, mayor tensión política, y en un modelo que premia el éxito rápido, sin esfuerzo y muy visible, comparece naturalmente el desenfado, la procacidad, la enfermedad etílica y el abuso de drogas. Beber en el banquete era una fiesta de la palabra, hoy entre “tuiteo y chelas” se reduce el diálogo a lo obvio y a lo mínimo. Sí, el año nuevo es fiesta, se baila, se bebe, hay carnaval, los moldes de abren, se trastocan, sin embargo lo que se debe cautelar es que no se rompan, y la única manera de lograrlo es educando, que para un planificador urbano, para la autoridad política, y para un operador turístico se llama descomprimir. El primero diseñando alternativas, el segundo bajando la tensión todos los días, el tercero ofreciendo posibilidades para todos, en rigor abriendo espacios, para que de alguna manera todos los días sea Año Nuevo.

Juan G. Ayala, Profesor Departamento de Estudios Humanísticos, Universidad Técnica Federico Santa María

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