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Educación Superior Pública y Fundamentalismo de Mercado por Pedro Antonio Narvarte

Es común observar que frente a invitaciones que hacemos para compartir actividades culinarias o culturales, encontremos desde algunos una legítima respuesta en la frase: ¡Gracias, lo siento, mi religión no me lo permite!.

La conexión de esta situación tan cotidiana, con el contexto de desarrollo de la discusión en la Educación Superior Universitaria, es más cercana de lo pensado.

Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001, inauguró el Congreso Internacional del CIRIEC celebrado en Sevilla (septiembre de 2008) refiriéndose a lo que llamó “fundamentalismo de mercado”. Al respecto expresó: “Observando desde un punto de vista histórico, desde hace un cuarto de siglo la religión que ha prevalecido en el mundo occidental –y recalco que se trata de una religión, ya que no está basada en ciencia económica alguna ni en evidencia histórica- ha sido la del fundamentalismo del mercado. (...) Hacía referencia a algunas viejas ideas de Adam Smith, la teoría de la mano invisible, que argumentaba que las empresas que perseguían su interés propio y la maximización de sus beneficios conducirían, tal como una mano invisible, hacia el bienestar general. (…). Sin embargo, aquellos que defendían este tipo de fundamentalismo de mercado se adherían a una peculiar forma de organización económica: empresas con ánimo de maximizar beneficios sin regulación gubernamental.”

Nos queda claro que la mayor cantidad de creyentes y practicantes de esta religión, los podemos encontrar llenando las plazas de dirección política y económica imperantes en Chile. Son quienes reducen toda actividad de desarrollo nacional -empresarial, educacional, de salud, de previsión y demases- a la lógica comercial del mercado, y al lucro como propósito. Del mismo modo, esperan que sea la mano invisible quien regule la eficiencia, y quien promueva el desarrollo nacional en la competencia igualitaria entre oferentes con una mínima intervención del Estado. La viabilidad institucional la reducen a la viabilidad económica entendida como rentabilidad y solvencia. Desde la dictadura militar no se advierte sustantiva diferencia ideológica al respecto entre aquellos dirigentes políticos que han gobernado en el ayer y en el hoy.

La lectura que puedo hacer del debate que actualmente se cierne acerca de la Educación Superior, y en particular del ámbito universitario, se moviliza según estos parámetros. Las palabras claves son: financiamiento, lucro, lobby y calidad -entendida como eficiencia-. A mi entender esto es errar el abordaje del sistema. Como dice Stafford Beer (1986), “Las leyes de la viabilidad en los organismos complejos no son meramente, o aún primariamente, relacionadas con la energía (como el metabolismo del dinero) que lo empujan, sino con la dinámica que determina la conectividad adaptativa de sus partes.” En otras palabras, son los mecanismos estructurales que aseguran la identidad aquellos quienes proveen la viabilidad organizacional.

Estudiantes, funcionarios (académicos a jornada y por hora, profesionales y administrativos) y autoridades, integrantes todos del mundo de las universidades estatales, defienden, postulan y claman cambios necesarios para la viabilidad de la educación pública. Es decir, para la defensa del bien público; para constituirse en el cerebro de la nación. En otras palabras, para ser responsables del mandato social que la ciudadanía por historia depositó en estas universidades.

Durante las últimas décadas, la respuesta del mundo político encubierta en tecnicismos y retórica es de clara lectura: ¡Gracias, lo siento, mi religión no me lo permite!...

Pedro Antonio Narvarte Arregui Director Programa Centro de Integración Ingeniería y Sociedad Facultad de Ingeniería Universidad de Santiago de Chile

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