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El Sabotaje: versión moderna de la lucha anticapitalista. Por Rodrigo Romero

El siglo XX fue violento. A nivel macro, las grandes guerras marcaron cicatrices imborrables en la historia, las armas edifican las bases del tiempo y la lucha de clases se presentó más fuerte que nunca. La gran lucha ideológica rojiamarilla se desarrolló a punta de plomo y pólvora, como único medio de vencer al capitalista y construir una sociedad más justa. Ya Marx (y la mayoría de sus contemporáneos comunistas-Anarquistas) lo decía en El Manifiesto, incitando a la lucha armada para la toma del poder. En los pueblos americanos, con la llamada Cuestión Social, generalizada en el territorio, nacen los primeros atisbos de violencia sistemática contra el capital, junto con movimientos mutualistas e innumerables huelgas, pero ¿a qué viene este pequeño recordatorio histórico obvio? A que el capitalismo se ha logrado zafar por poco de ésta.

El pasado siglo pareció una pesadilla, un “casi que no lo logro” para la oligarquía. ¿Quién pensaría que la izquierda se terminaría por auto flagelar en sus disputas internas? Pero dentro de toda la convulsión violentista causada por el capital, se implantaron medidas humanizadoras para evitar que lo que pasó, no se vuelva a ocurrir. Esto, si bien me parece estupendo (no el hecho de humanizar el capitalismo, si no que el reconocimiento de una serie de derechos en base a una profunda y persistente lucha social) crea una nueva pregunta, muy difícil de contestar. ¿De qué manera podemos continuar la lucha cuando al parecer se ha adormecido y condenado la agresión física, aunque esta sea completamente justificada?

Analicemos primero el apaciguamiento de la acción violenta. Se ha implantado, junto con el proceso de globalización capitalista, una ética democrática en el globo. Después de la experiencia traumática de los totalitarismos y, en su defecto, de la agitación social por una dominación total de los grupos oligarcas de los países “democráticos” de aquel entonces, se le entrega a la población el derecho universal a voto como a un bebé su biberón. “toma, para que te calles un rato”. Nos dieron la posibilidad de elegir a quien nos va a dominar. Ahora la alienación se hace legitima y cualquier falta a probidad se resuelve en la formula: “bueno, ustedes lo eligieron, culpa nuestra no es”. Con esta partidocracia representativa, eliminan los intentos insurreccionales violentistas de antaño y condenan cualquier acción que vaya en contra del sistema que, se supone, formamos parte. Ellos controlan las escuelas y la Tv, las empresas y partidos, la política y economía. Dueños generadores de opinión pública, nos enseñan inconscientemente que a la institucionalidad se le respeta y nos indican que debemos repudiar y que debemos alabar. Votar: bien, abstenerse: mal, votar: bien, salir a protestar: mal. El ejercer el voto de aprobación (de la explotación) es la instancia indiscutible del sistema. Si queremos expresar algo, confiémoselo a nuestro representante. [1]

Entonces ¿de qué manera continuamos la lucha por un mundo más justo si tenemos tanto por avanzar, con un sistema tan estancado y nefasto de falsa democracia? ¿De qué manera podemos llevar a cabo la lucha de clases en el siglo XXI, época de las comunicaciones y la globalización pacifista? Esta es mi respuesta. Sabotaje institucional.

Una acción violentista anti-oligarca organizada pero de manera abstracta. Algo se ha propuesto últimamente en puntos especialmente tensos de la lucha de clases. Por ejemplo, el movimiento NO+AFP liderado por Luis Mesina ha propuesto que todas las personas se cambien simultáneamente al fondo E para causar una crisis en el sistema y su autodestrucción. Esta es la idea base del sabotaje. Aunque NO+AFP tiene miles de adherentes, sus marchas convocan a gran cantidad de población y su llamado de rebeldía es el correcto, no está bien enfocado en algunos puntos. Primero, este tipo de violencia de clases, causa algo de temor entre la población[2]. Requiere de una larga y metódica línea organizativa para llevar a cabo la acción misma, que en sí, es compleja. De esto se deben encargar los intelectuales de las capas medias. Hoy en día, la prensa da tribuna a los economistas y sociólogos que defienden los intereses del capital, causando una profunda confusión entre la población trabajadora. Esto, produce desconfianza de la nueva lucha, el sabotaje organizado. Por esto, llamo a los intelectuales de las ramas humanistas y económicas con espíritu humanitario a unirse en una encrucijada contra la prensa perruna y su contra campaña popular, con un fuerte trabajo divulgativo de las acciones violentistas abstractas de sabotaje que se deben llevar a cabo para cambiar el sistema.

Segundo y más importante aún, es la deslocalización de la lucha. No basta simplemente sabotear las AFP. Aunque logremos destruir el actual sistema de pensiones, jamás estas mejorarían si no se cambian las relaciones de posesión de los medios de producción. Esto, a su vez, no se puede erradicar si no se hace una reforma radical en la actual partidocracia que está construida desde siglos de dominio autárquico, excluyendo a las capas bajas y muchedumbre trabajadora. Esto es difícil de transformar sin una educación pertinente de clase, un sistema educativo eficiente y libertario, anti competitivo e integrador. Así, podríamos continuar la línea indefinidamente hasta darnos cuenta de que todo está construido de manera circular. La oligarquía, con siglos de experiencia dominante, ha encontrado la cumbre de la dominación en este siglo, con una alienación más fuerte que nunca. Por esto, no podemos puntualizar la lucha, no la podemos desligar de las demás, si no que deben funcionar como un todo armónico contra el enemigo común: el sistema capitalista moderno. Este, inteligentemente, se ha ido transformando y ha ido aprendiendo de los años de fallos y error. Hoy por hoy, han logrado descentralizar los efectos nocivos y de esta manera dividir a la población para que hagan luchas puntuales y, por ende, más fáciles de contener. El capital domina todos los aspectos del hombre, desde su nacimiento hasta su muerte. La lucha libertaria anarcocomunista debe dirigirse entonces, contra el principio mismo del hombre posmoderno, su profunda contradicción de clase y el vagabundeo ideológico antipoliticista implantado por medio de terapias de shock. Además, las disputas internas de la izquierda roja y negra han contribuido al carácter esparcido de la lucha, junto con el carácter mesiánico del marxismo ortodoxo, evitando toda evolución en pos de la revolución. Como dice Slavoj Žižek[3], el marxismo depende del desarrollo de la contradicción capitalista en el contexto de cada país y su incidencia las relaciones de clases, por lo que este es una ideología que debe ser repensada acorde a cada escenario. En otras palabras, no debemos pensar en cómo se ajusta el momento al pensamiento de Marx, si no que todo lo contrario. La pregunta que debemos hacernos es ¿Qué pensaría Marx de la actual situación del país? Y de esta manera ir evolucionando los tipos de lucha. No podemos quedarnos estancados viendo como el capitalismo se modifica y suple las falencias que permitían un ingreso fluido del poder popular.

Pero la lucha descentralizada contra el todo tiene un carácter doble no excluyentes entre sí: la deslocalización no solo debe ser efectuada en los puntos de violencia abstracta, sino también en los puntos físicos de este. Vayamos desde el génesis. Rusia, 1905, las huelgas se esparcían por todo San Petesburgo, como punto estratégico de la lucha proletaria. Chile, década del 80’, el FPMR (Frente Patriótico Manuel Rodríguez) actuaba en la ciudad de Santiago para derrocar el gobierno del dictador Pinochet, en forma de guerrilla citadina. El corto periodo de la Comuna de París en 1871 implantó un gobierno auto gestionado en la capital. Así, podría continuar con los ejemplos. ¿Qué tienen de común estas insurrecciones proletarias? La concentración de la lucha en las capitales de los respectivos países como puntos estratégicos de lucha. ¿Qué significa esto? Que hoy, en pleno siglo XXI, esto es lo que debe cambiar. Gracias a las nuevas tecnologías de comunicación, la organización es más factible y viable que en los siglos pasados. Antes, los intelectuales revolucionarios y por ende, su lucha, se concentraban en las grandes metrópolis, nunca olvidando la acción de las distintas regiones en todo momento subversivo, pero este se desarrolla con mucha menor fuerza. Hoy, más que nunca, la deslocalización de la lucha de clases y su organización pueden engendrar un aparato revolucionario mucho más denso y consistente que en los siglos anteriores. Aún más lejos, la revolución bolivariana se acerca cada vez más si los grupos de la aldea latinoamericana se unen mediante las nuevas formas de comunicación a distancia. Esta nueva forma-lucha, distinta de la armada, es mucho más poderosa, ya que da más validez a la frase “el pueblo unido jamás será vencido”. Por todo esto, hago un llamado, en el escenario de efervescencia social creciente que experimenta Chile, a que las regiones se empoderen y destruyan el centralismo capital, apoyando la lucha de clases en todos los sectores del territorio nacional.

Sintetizando la tesis, todos los sectores deben participar en el sabotaje institucional, como nueva forma de lucha ciudadana (esto no excluye el poder de las marchas sociales no autorizadas y distintas manifestaciones de la calle). Esto, en el peor de los casos, obligaría a la clase dominante a negociar ampliamente las demandas sociales y, como fin ideal, la renuncia obligada de esta y el control de la población, con reformas radicales que eliminen siglos de dominación capitalista. Como dije anteriormente, no se pueden reformar uno por uno los sistemas sociales, si no que deben ser atendidos como un todo en constante flujo y correlación. El carácter de estas reformas son material para nuevos escritos, pero en este pequeño ensayo, entablo las bases de lo que creo, es la lucha más poderosa que puede adoptar el revolucionario moderno. Comunistas, socialistas y libertarios, ¡únanse, evolucionen y construyan en conjunto para vencer al capitalista, para implantar un modelo más justo y libre!

[1] Dentro de esta lógica, muchos marxistas-leninistas abogan por un dominio total del partido único revolucionario. Defienden el partido bolchevique que se impuso en Rusia y el partido comunista en Cuba. De esta manera, no se elimina la burocracia partidista y nos quedaremos estancados por siempre en la etapa socialista de la revolución. Hay que dar un paso más allá y, a través de una descentralización de la población, implantar una democracia realmente directa y participativa.

[2] Quizás por el mismo amor a la institucionalidad y legalidad que nos han implantado desde la enseñanza básica.la gente tiene miedo de cometer actos inconstitucionales, aun cuando esta misma está en tela de juicio por su ilegitimidad.

[3] Slavoj Žižek. (2009) Conferencia Internacional de Marxismo en Bloomsbury, Londres.

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