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La compleja relación entre el texto y la imagen

El espejo velado

En la Edad Media, los peregrinos colgaban minúsculos espejos de sus sombreros, con la convicción de que cuando se prosternaran frente a la santa reliquia, al término de su periplo, la imagen de ella persistiría en el amuleto.

Esa persistencia de la imagen piadosa los protegería de los peligros, de las enfermedades, del mal, del diablo y de los súcubos. La baratija reflejante estaba realizada en plomo frotado. Esa industria y ese comercio serán la primera actividad de Johannes Gutenberg, quien había concluido su aprendizaje como orfebre y dominaba el trabajo de los metales, así como de las aleaciones. El artesano fabricará y venderá esos espejitos a los peregrinos hasta que esa práctica se olvide o pierda, o hasta que él se canse. Liberado de tan mediocre actividad, se lanzará a la fabricación de caracteres de imprenta móviles, resistentes y reproducibles.

Indudablemente, afirmar que Gutenberg inventó la imprenta es exagerado. Por otro lado, es cierto que fue él quien sintetizó ciertos elementos conocidos pero dispersos, que contribuirán a su modernización y desarrollo. Entonces, fue considerado a justo título “el primero en imprimir un libro digno de ese nombre” (una Biblia), aunque entre sus primerísimos ensayos se cuenten –muy simbólicamente– algunas cartas de indulgencias. Se trata de unas cartas de treinta líneas, que la Iglesia comerciaba profusamente, en las que garantizaba a sus compradores una estadía en el paraíso: “Al tintinear las monedas contra la caja, el alma sale volando del Purgatorio”, predicaba el monje Johann Tetzel...

Artículo completo: 265 palabras.

Texto completo en la edición impresa del mes de septiembre 2013
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Gérard Mordillat

Escritor y cineasta. Último libro publicado: Rouge dans la brume, Calmann-Lévy, París, 2011.

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