El mito de la competitividad

Como un mantra, la palabra “competitividad” está en boca de todos: empresarios, políticos y economistas. Los alcances de este concepto moldeado en las teorías del management, ambiguas e imprecisas, han avanzado desde las empresas hacia los Estados. ¿Se puede medir una nación con las mismas reglas que a una compañía?

Una unanimidad rara. El 12 de julio de 2012, como reacción al anuncio de ocho mil despidos en Peugeot S.A. (PSA), Jean-François Cope, secretario general de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), identificó una “prioridad absoluta”: “La competitividad de nuestra industria”. Momentos antes, el ex ministro de Trabajo Xavier Bertrand, que acababa de observar que “Los alemanes venden más autos y los venden más caros”, concluyó: “No es sólo una cuestión de calidad, sino también de costos laborales y de competitividad”. El mismo tenor, el mismo día, tuvieron los dichos del senador y ex primer ministro Jean-Pierre Raffarin, que expresó sus deseos de un “shock de competitividad”, el único factor capaz de estimular la economía del Hexágono.

En el perfecto acuerdo de los tres tenores de la UMP resonaba el que venía emanando desde hace un tiempo de los salones del Elíseo y el palacio de Matignon. ¿Acaso el presidente François Hollande no había inaugurado la “conferencia social” que reunió a los interlocutores sociales identificando la competitividad como el principal eje de trabajo? Y apenas 48 horas después, ¿no la clausuró el primer ministro Jean-Marc Ayrault con un objetivo fundamental fijado: “Mejorar la competitividad de nuestras empresas”?...