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El mundo según Trump: y al séptimo día prohibió el ingreso a los refugiados... ¡Santuario! por Gustavo Gac-Artigas

Hay artículos que no tendrían que ser escritos por lo que nos hablan de realidades que no deberían existir, que nos avergüenzan, que hieren, que despiertan recuerdos de épocas que creíamos superadas.

Hay palabras que son convocadas por el papel por lo que el permanecer en silencio es aprobar. Hay inmovilismos que son culpables, que hacen sentir mal, sucio, como si se fuera parte de la injusticia, y el callar es ser cómplice de la injusticia.

Hay palabras como bienvenidos que en un aeropuerto resplandecen en manos de los manifestantes por lo que limpian la afrenta, por lo que ennoblecen, por lo que son un bálsamo para las heridas infligidas por la tortura, por la guerra, por la barbarie. Hay palabras que significan la esperanza para los seres humanos perseguidos, discriminados, aquellos nacidos en las tierras en que acampa la barbarie, aquellos que escapan de la violencia y la pobreza.

Hay declaraciones que hacen temblar a aquel que vivió el horror en su cuerpo, a aquel que jamás olvidará, (así hayan pasado tantos años), lo que es la tortura, sea en las celdas de tigre en Vietnam, sea en los centros de interrogatorios en el Chile del general Pinochet. Hay declaraciones tan vomitivas que ni siquiera un dictador como el general chileno se atrevió a afirmar, que la tortura es útil, que consulté con especialistas y dicen que es útil. Y moderno Poncio Pilatos, el nuevo gobernante se lava las manos y deja la decisión ya refrendada en manos de los especialistas.

Hay palabras que todavía son sagradas, por el bien de la humanidad, por la necesidad de seguir sintiéndonos humanos, palabras como SANTUARIO: refugio, lugar sacro donde el perseguido se encuentra a salvo del alcance de la persecución y la barbarie. Hay espacios de luz y espacios de sombras, de sombras, la casa de Gobierno que una vez fue luminosa y que hoy recuerda una fortaleza, aquella que en siete días se rodeó de decretos infranqueables alejándose del pueblo, recién inaugurado espacio del poder que hace temblar por lo que el nuevo orden es un orden que recuerda al pasado.

Hay espacios pequeños y luminosos, la humilde casa del indocumentado, aquella que debe ser un santuario para su familia, un santuario donde se escuche el canto y las risas de los niños, un santuario para el amigo en necesidad.

Y esas casas, más las casas del vecino americano, del vecino afroamericano, del vecino musulmán, del vecino hispano deben transformarse en santuarios para los perseguidos, los rechazados, aquellos a los que se les niega el derecho al sueño, al descanso, a ver sonreír a sus hijos jugando tranquilos pensando que por fin pertenecen, que son aceptados, queridos, o simplemente que por fin se les concede el derecho de vivir en paz.

Afortunadamente hay personas que lavan la afrenta, que luchan para que los Estados Unidos sea un país amable, un país compasivo, un país de respeto, de derechos, un país en donde el ser humano valga más que el mísero valor de una moneda. Jóvenes que nos recuerdan que el tiempo de imponerse por la fuerza pasó, que hoy es el tiempo de la moral, de la ética, de no aislarse, de abrirse al mundo y a las ideas.

Afortunadamente existen aquellos que no callan, adalides de la esperanza que hacen avanzar el santuario aeropuerto tras aeropuerto, muro tras muro, frontera tras frontera, hasta que un día el mundo se convierta en un gran santuario contra la injusticia.

Y quien escribe este artículo fue refugiado político durante muchos años, conoció la cárcel y la tortura, conoció lo que es andar por los caminos con su familia a cuestas, sus hijos son hijos de refugiados al igual que los hijos de tantas familias en los Estados Unidos, hijos de aquellos que llegaron escapando de una u otra dictadura, de una u otra guerra. Pero al igual que ellos encontró solidaridad: lo protegió la convención de Ginebra, y más importante aún, al igual que otros refugiados tuvo la suerte de encontrarse con otro ser humano, un desconocido que le tendió una mano y le dijo bienvenido hermano, cruza la barrera, ven conmigo, mi amistad es tu santuario.

Y con todo respeto, señor Presidente –aunque espero que esto no suceda– si algún día fuera perseguido por sus ideas, recuerde la tormenta que desató, y esté seguro de que, al igual que hoy, nos levantaremos como un solo hombre para defenderlo y gritaremos: ¡SANTUARIO!

Gustavo Gac-Artigas, escritor chileno-americano, miembro colaborador de la Academia Norteamericana de la Lengua Española

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