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El sentido de lo humano aparece en el encuentro. Por Paquita Rivera y Alex Ibarra Peña.

Nuestras formas de vida asediadas por el imperio del consumo suelen estar apartadas de lo esencial. Los patrones de conducta establecidos en la lógica del neuroliberalismo, agotadores para la existencia, promueven un tipo de descanso que suele plantearse en compras de productos bajo criterios del individualismo y de lo meramente comercial. Hay muchos productos accesibles, casi para todo público.

Por un compromiso de amistad con los queridos amigos (Vicky y Jona) que sellaron su pacto de amor con un hermoso rito religioso y festivo, nos permitimos visitar la ciudad de Pucón. Uno de nuestros más atractivos centros turísticos dada la variedad de alternativas que ofrece: hermosa naturaleza (bosques, lagos, volcanes), helados, chocolates, pastelería, truchas, jabalí, grandes parrillas, kuchenes, conciertos, actividades recreativas, etc.

Dado el buen estándar turístico que posee la ciudad consideramos que alojarse en cualquier lugar sin mayores referencias no sería un problema. Los criterios esperados suelen ser el encontrar un lugar limpio y cómodo. Además en nuestro caso, era importante el silencio, sabiendo que Pucón recibe muchos turistas, a pesar de la crisis económica-política de los vecinos argentinos generada por el gobierno encabezado por Mauricio Macri, que trae consigo la disminución del flujo de turistas de ese país a esta ciudad fronteriza.

Al hablar de “silencio”, queremos detenernos en el origen de la búsqueda y necesidad de este sonido sin sonido, música insonora que en medio del tráfago diario capitalino, cada vez olvidamos más. Esa vibración en el tímpano que casi podemos “oír”; así como la oscuridad cerrada de una noche sin luna en la cordillera que nos regala la experiencia de la comprensión del milagro de “ver” ante la empatía con el ciego al no ser capaces de siquiera encontrarnos con nuestra propia mano; al acercarnos a una caracola con la esperanza de escuchar las olas rompiendo. De ese necesario silencio hablamos.

Un poco acostumbrados al modelo comercial globalizado que impera, comenzamos el viaje con todas las reservas pertinentes que requeríamos y elegimos el apart hotel Lackuntur que desde el comienzo presentó atenciones poco comunes, las que se ofrecían sin agregar mayor costo de servicio. Por ejemplo, ese día se pronosticaba lluvia y nuestra llegada era bien temprano por la mañana, y la noche del día antes recibimos la llamada del dueño del hotel Carlos Freire ofreciendo ir a buscarnos a la llegada del bus para mayor tranquilidad nuestra. Ese hecho llamó nuestra atención, claramente había alguien que nos trataba más allá que como a simples consumidores.

Ese gesto de amabilidad y solidaridad, sin advertirlo en un comienzo, era la puerta de entrada a una de esas experiencias que son parte de las donaciones sorprendentes de cuando se provoca el encuentro de nuestro ser en el descubrimiento del otro. Eso que los filósofos de la liberación latinoamericana, influenciados por el pensamiento de Lévinas, veían como cuestión necesaria para el establecimiento de modos de vida con alto nivel de eticidad.

Nuestro anfitrión no sólo era amable, también poseía la virtud de la empatía, así que abrimos parte de nuestro tiempo y nuestro ser. Asumimos una estancia que transitaba entre el don y la reciprocidad, disfrutando del diálogo y la cordialidad, mientras íbamos paseando al sector de Los Nevados impactados por esas historias del dolor propio de la existencia humana que sólo se puede sobrellevar con sabiduría y con esa fortaleza de una vida espiritual, acompañados con amor. La vida tiene esas sorpresas que apelan a nuestro más profundo sentimiento de lo humano y que permiten esa detención en la vida, que sin explicaciones trascienden lo habitual-cotidiano. La vida sobreexplotada no sólo requiere de descanso, la experiencia del encanto es parte de nuestra dignidad de ser humanos.

El regalo fue completo y casi mágico. La música del necesario silencio es lo que encontramos a manos llenas en este lugar sin carteles que advirtieran de su existencia doblando por un callejoncito de tierra. Sólo interrumpido gratamente a momentos por el graznido del Quelteue (o Treile para nosotros los Maulinos) y el gritito ahogado de la Bandurria, experimentamos el don y la reciprocidad. La festividad que nos convocó a viajar no sólo fue un momento de regocijo compartido, sino que nos devolvió con la mochila cargada de lo realmente necesario. Un silencio audible, concreto y simbólico. Vivo y sensible. Una recarga de emoción y humanidad.

Paquita Rivera y Alex Ibarra Peña.
Colectivo Música y Filosofía: desde la reflexión al sonido que palpita.

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