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Entre Washington y Brasilia

Enero-Febrero de 2003 Editorial de Carlos Gabetta Director de la edición Cono Sur de Le Monde Diplomatique

Las épocas de la historia se suceden sin que en la mayoría de los casos tengamos conciencia. A veces es más fácil, reflexionando un poco, comprender los largos períodos, darse cuenta o precisar en los libros que el sistema esclavista duró tanto tiempo, o que la formación de los Estados modernos tuvo lugar, al principio bajo regímenes monárquicos, entre tal y cual siglo. Se trata de observaciones por así decirlo impersonales, en la medida en que abarcan ciclos mucho más largos que el de una vida concreta. Resulta más difícil en cambio percibir las mutaciones cortas, al interior de un mismo sistema; por ejemplo los síntomas que preanuncian el fin de la democracia en un país o una región dada, o aquellos que señalan el final de un período económico.

En meteorología llevó siglos encontrar la relación entre la corriente del Niño en el Pacífico y el régimen de lluvias y tempestades, pero una vez establecida, la previsión deviene automática, aunque siga presentando fallas. Resulta interesante preguntarse por qué en cambio, siendo al fin y al cabo la historia de las sociedades humanas tan rica en enseñanzas, se acude a ella tan poco para prever ciertas evoluciones. La respuesta es la misma que el periodista John Reed dio a sus pares de la alta sociedad bostoniana cuando le preguntaron cuál era, a su juicio, la causa de la horrorosa Primera Guerra Mundial: “la ganancia” (1).

¿De qué otro modo, si no es por el interés, se puede explicar que los medios de comunicación, salvo raras excepciones, no hayan alertado a tiempo sobre los efectos de la globalización neoliberal? ¿Por qué mienten muchos economistas? Cuando mienten, ¿lo hacen a sabiendas, o simplemente se equivocan? ¿Es posible que tantos economistas se equivoquen tanto durante tanto tiempo? Los economistas profesionales, los grandes popes de las instituciones internacionales y la universidad, los órganos “especializados” en economía y los “especialistas” que trabajan para esos órganos constituyen seguramente el sector profesional más impune e inimputable del mundo, porque han conseguido que un tema concreto devenga una abstracción absoluta, donde nada es palpable, ni verificable, ni sujeto a reglas más o menos definidas; donde cada uno habla de la feria según le va en ella y dice, literalmente, lo que le da la gana. Esos economistas siempre descubren una nueva y oscura causa para cada fracaso o previsión fallida; un buen argumento para afirmar lo contrario de lo que se dijo, para justificar por el absurdo lo que hubiera podido preverse con un equipamiento teórico existente y probado, con sentido común y honestidad. “La ganancia”, en estos casos, suele ser remunerativos empleos en el sector privado, becas vitalicias en los organismos internacionales y conferencias empresarias a tantos miles la hora, cuando no negocios altamente rentables información confidencial mediante.

Pero para quien quiera mirar, la historia da señales y es posible, observando atentamente los mojones del camino, orientarse para la acción.

Crisis en América Latina

Al cabo de más de una década de aplicación irrestricta de las recomendaciones del Consenso de Washington (subordinación del papel del Estado al del mercado; liberalización de los tipos de cambio, de interés y de inversiones extranjeras directas; disciplina fiscal; máxima participación posible en los intercambios internacionales y promoción del comercio exterior; privatización de las empresas públicas; consideración del progreso social no como una prioridad sino como una consecuencia del crecimiento económico; garantía absoluta de los derechos de propiedad privada, y afirmación de que sólo existe un modelo de desarrollo) (2), América Latina ha entrado en tirabuzón.

La deuda externa regional pasó en diez años, entre 1991 y 2001, de 492.000 a 787.000 millones de dólares. El crecimiento no derramó sus beneficios sobre las sociedades (las desigualdades, la pobreza y la miseria aumentaron de manera exponencial), y después de haberse mostrado vacilante a lo largo de la década se precipitó en 2002: en diciembre pasado, el FMI y otros organismos internacionales calculaban un resultado negativo entre el 8 y el 12% para ese año. “Las crisis se multiplicaron a medida que los países de la región ligaban su supervivencia financiera a los mercados internacionales de capital” (3). En 2001, el financiamiento exterior (préstamos bancarios, compra de acciones u obligaciones) bajó un 17% respecto al año precedente; las inversiones directas, por su parte, cayeron un 11% y la tendencia se acentuó en 2002 (4).

 

La “modernización” neoliberal se tradujo por “una dependencia tecnológica y financiera creciente; impresionantes desigualdades en aumento; elevado nivel de pobreza y una extrema vulnerabilidad de los pobres a perturbaciones macroeconómicas particularmente fuertes. Argentina vuelve a la producción primaria (energía y agro alimentos) y se cierran numerosas industrias; México desarrolla una industria de ensamblado de muy bajo valor agregado, de tal manera que el crecimiento de ese sector es muy dependiente de la coyuntura en Estados Unidos. Con la recesión estadounidense, la caída supone la supresión del 25% de los empleos en las industrias de ensamblado en sólo un año. Brasil resiste mejor, pero las importaciones le ocasionan una substitución parcial de su producción nacional. Sin subestimar otras causas de la crisis, la lógica financiera introducida por el funcionamiento de una Economía casino como las llamaba Keynes tiende a imponer una gran inestabilidad y por lo tanto fluctuaciones importantes de la actividad económica. La lógica financiera de esos regímenes ampliamente abiertos al exterior sin estar preparados para ello, imprime al crecimiento un perfil de montaña rusa que explica su incapacidad para reducir la pobreza. Casi todas las economías latinoamericanas están en crisis abierta (Argentina) o latente, con una impresionante disminución de crecimiento” (5).

 

América Latina, la región durante mucho tiempo considerada modelo de aplicación de la doctrina neoliberal, tiene todos los indicadores económicos salvo la inflación en rojo y ha visto agravarse la situación social hasta límites intolerables. Con un modelo de crecimiento basado en la inversión extranjera y la apertura del comercio, afronta ahora, en plena crisis, un período de iliquidez y guerra comercial internacional en condiciones altamente desfavorables.

 

Las elites marcan el paso

 

”El Consenso de Washington ha muerto”. ¿Cómo? ¿Quién ha sido el hereje que ha dicho eso? ¿Otra vez Fidel Castro? ¿Acaso Lula, o Chávez? Pues no; quien dio por muerto el Consenso de Washington fue el presidente del Banco Mundial, Jim Wolfensohn, durante una reunión preparatoria, en Brasil, de la Cumbre de Davos que se realizará en Suiza en febrero próximo (6).

 

Las elites empresarias internacionales ya han tomado nota del final de un ciclo de acumulación salvaje y se apresuran a diseñar modelos alternativos bajo su control, con el objetivo de mantener la tasa de ganancia en niveles razonables en lo que ya han asumido como un período defensivo, al menos en América Latina, a causa de las revueltas sociales y los cambios de aire políticos en varios países. El ínclito ex presidente del gobierno español Felipe González, que en diciembre de 2001 había visitado Buenos Aires para presionar al gobierno de Fernando de la Rúa a favor de las empresas españolas en Argentina (7), fue quien diez meses más tarde, en la reunión de Brasil, demostró haber asimilado mejor las necesidades de los nuevos tiempos. González dijo que la pregunta clave del cónclave (“¿es posible crecer con mayor igualdad social?”) estaba mal planteada: “Creo que debería ser: ¿es sostenible crecer sin una mayor igualdad social?”, dijo. Y agregó: “No es por razones de moral. Es que la desigualdad pone en peligro el crecimiento” (8).

 

Esta percepción, aunque general, reconoce matices importantes. Un socialdemócrata como González no hace más que exponer sus ideas, aunque esto le resulte más fácil cuando da consejos como líder internacional de esa tendencia que cuando ocupa cargos electivos o hace lobby para las grandes empresas de su país. Pero los economistas e ideólogos del Consenso de Washington ya están afinando la argumentación del fracaso y las nuevas (...)

Artículo completo: 4 268 palabras.

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