Erro, la guerra de las imágenes

Erro no es un artista maldito; son incontables las exposiciones y retrospectivas que se le han dedicado en todo el mundo. Sin embargo, para el gran público sigue siendo poco conocido: de alguna manera, sus imágenes son más famosas que él. Y poca gente sospecha la amplitud de su obra, su diversidad, su profusión, su desmesura. No es casual que uno de los artistas vivos más grandes sea también, explícitamente, uno de los más comprometidos de su época.

He aquí una imagen de Erro: un “interior”, como los que se multiplican de a cientos en los catálogos de mobiliario o las revistas de decoración, representativo del american way of life de los años sesenta, pero donde irrumpe, por la ventana, un grupo de guerrilleros del tercer mundo dibujado al estilo de los afiches chinos de la época (American Interior nº 1, 1968). ¿Efracción, en la plácida comodidad de esta sociedad de consumo de la cual por entonces se alimentaba el Pop Art, de un “retorno de lo reprimido” político? ¿Tratamiento irónico del “espectro” (para retomar la palabra de Marx) que acecha como una pesadilla a la buena conciencia del imperialismo dominante? ¿O montaje dialéctico de elementos heterogéneos que remite a Lautréamont (el famoso “encuentro de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de disección”) o a los collages surrealistas (Max Ernst) y que despierta ante todo un poderoso efecto de extrañeza o incongruencia? ¿O incluso creación, más allá del sentido inmediato de la imagen (colisión de registros emblemáticos de la “contradicción principal” del período histórico), de sutiles juegos de connotaciones (entre el código de la publicidad y el de la propaganda)? Todo eso a la vez, por supuesto…