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Extremismos, ley 20.000 y sistema binominal. Por Felipe Andrés Trujillo

El debate político, ante el nuevo escenario social que atinge a Chile, no puede obviar, claro está, problemáticas como la educación y su calidad de derecho o bien de consumo. Hemos sido testigos presenciales de aquello. Pero tampoco pueden eludir dos temas que centran la atención de este artículo: uno es la legislación y sus vicios en materia de drogas (ley 20.000) y otro, por cierto, el sistema electoral binominal, ambos profunda y directamente relacionados con la madre de todas las discusiones: nueva constitución y si esta debe adoptar o no la forma de una Asamblea Constituyente. De hecho, varios, probablemente no pocos, escribirán AC en los votos de noviembre.

Ante discusiones como estas, y cuando el debate político chileno no confronta, precisamente, a izquierdas y derechas es válido preguntarse qué tienen que decir o hacer estos dos conceptos, determinantes en el vocabulario político posrevolución francesa y particularmente de la segunda mitad del siglo XX, en la actual contingencia.

En definitiva ¿Podemos relacionar dos objetos de debate, drogas y sistema electoral, con ciertas interpretaciones extremistas de la democracia liberal o de la socioeconomía planificada? Y si no es así ¿Se relacionan simplemente con el extremismo en su forma intrínseca?

La lucha contra el narcotráfico en Chile, amparada en la ley 20.000, se ciñe a la campaña promovida formalmente a nivel de Estado por los Estados Unidos desde la década del cincuenta durante el gobierno del presidente Eisenhower. Eran los “años dorados del capitalismo” tal como lo sugiere el historiador Eric Hobsbawn, especialista en el siglo XX. Y sin lugar a dudas, entre 1945 y 1973 la economía industrial capitalista y, ciertamente, también la socialista, se extendieron por el planeta inéditamente. Era la guerra fría parte I, un mundo de dos extremos que se regulaban mutuamente y la persecución de las drogas comenzaba en ese contexto. Y lo hacía allí, en su seno.

Desde aquellos “años dorados del capitalismo” cuando, además, la industria de las armas necesitaba diversificar su demanda EEUU lideró una estrategia antidroga basada en la criminalización del consumo para detener el narcotráfico, que ha llevado a un efecto directamente inverso en todos los países en que se ha aplicado. Si bien el ejemplo más emblemático es el caso colombiano, Chile, que suscribe a la tesis de una guerra casi irracional contra el consumo y tráfico de drogas, ha sido testigo, también, de que los carteles, redes, o simplemente asociaciones ilícitas en la materia se han multiplicado, contribuyendo, de esta forma, a que el narco negocio alcance cifras espeluznantes que representan actualmente el producto interno bruto de varios países juntos. Bien podría hablarse de un narco capitalismo globalizado, poderoso y que representa un libre mercado aparte y a su vez sumamente inserto en los flujos legales de capital. En los mejores años del capitalismo keynesiano, en la posguerra, se engendraba uno de los flagelos sociales más aberrantes de nuestra era neoliberal, donde se consolida.

Hoy, desde su ortodoxia, extremista y neoliberal, jefes de Estados defienden férreamente contradicciones, inexplicables desde el punto de vista de la sensatez y explicables desde lo maquiavélico, que guían la teoría y la práctica de la lucha anti narcótica de países como el nuestro. Es más inciden fundamentalmente en la derrota inapelable de ésta.

En el otro plano, el sistema binominal que pretende ser reformado por la centro izquierda Chilena, mantenido tal cual está por la centro derecha, y sustituido por importantes movimientos sociales o grupos de opinión, es un sistema electoral que se inspira teóricamente en las reformas de Polonia instauradas a partir de los ochenta por quien fuera, hasta 1989, su dictador comunista: Wojciech Jaruzelski. Como podrá suponerse, el objetivo era asegurar la estabilidad y armonía política futura del país. Misma idea se plasmó en Chile mediante una estructura basada en que dos coaliciones monopolicen la actividad política, lo que se articula con la ecuación dos diputados por distrito, dos senadores por circunscripción. La torta se reparte para dos y quienes no son ni del uno ni del otro bando quedan excluidos de cualquier representación real y efectiva. Agregado a esto, pese a que un sector pueda tener más votantes que el otro esto no se representa concretamente en mayor poder político parlamentario. Deben haber dos mayorías, dos medios políticos que formen un entero en donde ninguno se superponga sobre el otro. Se deben evitar los tres tercios que llevaron al país a un quiebre institucional. En sencillo debes ser del uno o del otro para no quedar abajo del expreso de medianoche. Ya lo sabrá el partido comunista criollo o la democracia cristiana, ambos actualmente en la coalición de izquierda, sin que esto le asegure a esta “nueva mayoría” una supremacía política a pesar de ganar las presidenciales.

Jaime Guzmán, padre de la refundación de la extrema derecha en Chile y, por ende, de la estructura política actual, en 1973, planteaba, en un clima de polarización política extrema, que los tres tercios conducen a un problema: cuando el tercio político de centro no puede negociar entre el tercio de izquierda y el de derecha, se genera un clima de ingobernabilidad que obliga a un cuarto grupo social a actuar: las fuerzas armadas, situación que se solucionaría con el sistema binominal. Si este no resultara deben actuar o amenazar nuevamente los militares como insinuantemente ocurrió hasta finales de los noventa. El binominal polaco surgió desde un extremismo de izquierda. El chileno de uno de derecha.

No es mi objetivo analizar las consecuencias, positivas o negativas, que este sistema político provocó en Polonia durante su década de transición democrática (los noventa) país, por lo demás, altamente dependiente del cobre, con un centro industrial desarrollado y una periferia agrícola pobre, lo que, muy probablemente, se proyecte en materia representativa y participativa. Pero si es importante dirigir nuestra mirada sobre Chile, país del fin del mundo donde la extrema derecha articuló un sistema electoral que le ha servido a la perfección.

Si bien hubo, durante casi dos décadas, una notoria estabilidad en la estructura institucional, a partir del año 2006 y con más fuerza desde el 2011 se ha hecho evidente que el mezquino sistema electoral chileno y toda la desigualdad social y económica, sistemáticamente concebida, que le sirve como plataforma ya no puede soportar una presión social cada vez más potente.

Además de no ser proporcional, nuestro sistema electoral asegura la permanencia en el poder de los “mismos” lo que les aliviana la tarea de captar votos, volviendo inoperante la política y ciega ante las necesidades fundamentales de una sociedad activa. Ese es el verdadero cáncer o bomba de tiempo que genera el binominal.

Uniendo ambos temas, narco sociedad y representación electoral, bien puede sintetizarse:

1. La red operacional antidrogas articulada por y desde muchos estados bajo su estrategia de criminalizar el consumo, idea engendrada bajo lógicas extremistas (oposición binaria de la guerra fría) genera un efecto contrario a su objetivo. Los hechos de la segunda mitad del siglo XX lo demuestran.

2. Desde una perspectiva similar, el sistema binominal chileno, cuyo objetivo es la paz y el orden social, ha generado un efecto más bien contrario toda vez que los movimientos sociales se desencuentran con la clase política, cosa recurrente. ¿Por qué? Porqué, en mi opinión, ambas estrategias, una contra la droga y otra contra la inestabilidad política, son fruto de visiones extremistas y que por lo mismo caen en contradicciones básicas y fundamentales que terminan por institucionalizarse y alimentarse de intereses creados, llevando, a la larga, a nuevas contradicciones. Y todos los extremismos, sean aquellos intrínsecos, fascistas, estalinistas o el mismo neoliberalismo, se fundan en contradicciones que se multiplican y que tarde o temprano provocan colapsos estructurales.

Testimonios, reportajes, revistas, programas de televisión, investigaciones periodísticas, movimientos sociales y grupos de interés y, por cierto, hechos concretos, han dejado en evidencia increíbles contradicciones de nuestra narco ley y también de la electo ley o sistema binominal: Un jefe de un cartel de drogas duras puede gozar de amplias comodidades y libertades para seguir articulando su mafia desde su mansión si es que esta libre o desde su cárcel adaptada a sus gustos y necesidades si es que esta preso. Pero un consumidor que tiene 10 plantas de marihuana de indoor para consumo próximo en el tiempo (para la ley no podría serlo) personal o familiar, para cocinar o tratar alguna dolencia puede estar preso durante meses, o más, sin los privilegios del narco poderoso. Ante una contradicción así una autoridad nacional como Francisca Florenzano Valdés, directora de SENDA desde donde emanan textos escolares educativos en materia de prevención, declaró el día 10 de Julio en programa En la Mira de Chilevisión: “ley pareja no es dura”. ¿No resulta, acaso, extremista o incluso sesgada una afirmación así?

Es más, dos delincuentes pueden entrar en una casa, atacar y herir violentamente a un matrimonio para robar las mismas 10 plantas de marihuana y al ser denunciados son protegidos por la justicia por ser colaboradores de ésta. A su vez, el matrimonio que cultiva sus plantas para el consumo, violado en su privacidad por los delincuentes y agredido físicamente, es encarcelado. Esto ocurre y es amparado por la ley chilena, la misma que favorece la legalidad de drogas duras como el alcohol y otros estupefacientes y la ilegalidad de drogas blandas como la cannabis. Si bien son los fiscales los que proceden para encarcelar a consumidores, bajo argumentos arcaicos y de verdad difíciles de comprender, es la ley 20.000 la que lo permite.

En cuanto al binominal, siguiendo en el plano de las contradicciones, un grupo político como la Nueva Mayoría puede obtener más de un millón y medio de votos en una elección primaria y triplicar a su coalición oponente, como acaba de ocurrir en las elecciones de Junio. Esta diferencia puede ser aún mayor en la elección presidencial-parlamentaria de Noviembre, lo que no se traducirá, necesariamente, en distancias significativas en términos de representatividad bicameral.

Puede ocurrir también que un movimiento social perdure por años movilizando a cientos de miles de ciudadanos y que, sin embargo, este no logre representarse a través de instituciones políticas o de una asamblea constituyente. Es posible, incluso, que las demandas de un movimiento ciudadano sean “resueltas” sin integrar a ese movimiento, todo gracias al binominal, esquema emergido desde un extremismo de derecha tan extremo que la izquierda no es capaz de modificar por que incluso le acomoda a algunos de sus sectores.

Puede ocurrir además que todos los sectores políticos de Magallanes estén desacuerdo con una mayor autonomía política y así lo exijan, pero ante el binominal una propuesta así es una falacia que la clase política no oirá, a no ser de que el movimiento alcance ribetes mediáticos significativos.

Si estas situaciones perduran en el tiempo, si el centro político social demócrata sigue perdiendo importancia en el marco de nuestro sistema binominal, si izquierdas y derechas no ceden en materia de igualdades y derechos habrá un espacio político, probablemente un tercio desocupado, que no será asumido por las fuerzas armadas, (espero como muchos no equivocarme). Si podría ser ocupado por “refundaciones” de izquierda, como lo pretende, por ejemplo, la Nueva Mayoría liderada por Michelle Bachelet. Pero lo más probable y conveniente a nuestro desarrollo social y democrático es que sea comprendido por movimientos ciudadanos capaces de exigir instituciones y leyes acorde con sus necesidades y cuyo único interés es atender esas mismas necesidades.

Sin extremar hacia la izquierda o hacia la derecha, ni menos hacia un centro debilitado y falto de identidad, pero si enfocados en defender derechos básicos: una participación política verdaderamente representativa, lo que no es posible bajo el extremismo del binominal. O el derecho a que sea uno quien decida libremente y sin contradecir la ley si trata una dolencia con un cigarrillo natural de marihuana o con una cápsula química que enriquece a oligopolios farmacéuticos, lo que tampoco es posible bajo el extremismo de una ley que permite que consumas cannabis pero no que la portes o la tengas en tu hogar. Este tipo de extremismos contradictorios, ridículos y añejos deben desaparecer. Y esa es tarea de todos quienes se sienten representados por uno u otro movimiento social que busca un progreso inclusivo mediante instancias democráticas en donde no solo estén representadas dos coaliciones políticas, si no todos los sectores sociales y políticos del país: regionalistas, estudiantes, minorías, promotores del auto cultivo de marihuana, pueblos originarios, y muchos otros que, pese a la caricatura mediática, no son extremistas cuando exigen educación pública o libertad para lo que ocurre desde nuestra piel hacia adentro.

Felipe Andrés Trujillo es profesor de historia

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