Una concepción sobre calidad de la educación desde la complejidad no se ha desarrollado realmente. Es un término que se utiliza pero que no se explica porque no se entiende en su profundidad. Se le hace depender fundamentalmente de factores externos a la sala de clases como fundamentos jurídicos, aspectos ideológicos, equidad, contexto social, cobertura, gratuidad, la mala formación de los profesores, las pésimas condiciones laborales, proteger la educación pública, y muchos otros. Todos factores importantes, pero no decisivos en la calidad de la educación.
Para las empresas transnacionales, la calidad de la educación se manifiesta cuando las universidades preparan a sus “clientes-alumnos” para la competencia, formando actores económicos eficientes, rentables, especialistas altamente profesionalizados, flexibles y dinámicos, fuertemente tecnologizados e informatizados, pero sin ningún tipo de preocupación por saber qué tipo de ser humano está formando, más allá del homo económicus. Los economistas Stella Venegas y Oliver Mora denuncian que “las políticas educativas impulsadas por los organismos multilaterales de crédito en América Latina apuntan (...) a una superficialidad formativa que sólo abarque el conocimiento inmediato técnico y funcional del saber”, negando con ello toda posibilidad de calidad real de la educación...
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