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Identidad y letras latinoamericanas. Entrevista de Alex Ibarra a Javier Pinedo

Entrevista a Javier Pinedo (J.P) Docente del Instituto de Estudios Humanísticos de la Universidad de Talca. Entrevista realizada por Alex Ibarra Peña (A.I) Colectivo de Pensamiento Crítico palabra encapuchada.

A.I: Profesor Pinedo, gracias por la entrevista. Quizá a muchos no les guste esto que he venido llamando como “filosofía en la provincia”, pero con ello he querido destacar parte de la actividad filosófica chilena que se desarrolla fuera de Santiago. En este contexto la Universidad de Talca y a partir de sus esfuerzos personales ha habido una intensa actividad. Desde una perspectiva general, ¿qué lo motivó a ser un permanente animador de encuentros académicos? ¿Cuál es su motivación para un permanente diálogo con la filosofía?

J.P: Yo no provengo de la filosofía sino de la literatura. La filosofía en los años 60 en Chile se formulaba preguntas que no me interesan. Como tampoco me interesaban, en el otro extremo, las preguntas de la sociología. En cambio, me pareció que la literatura me ponía en contacto con las voces de los protagonistas de la historia. No me siento un filósofo ni de “provincia”, aunque en algún momento me interesé por cierta “identidad” del Valle Central de Chile que se conjuga en el pensamiento del jesuita Juan Ignacio Molina, la élite liberal del siglo XIX, la generación del Centenario en Talca, los modos de construcción de una (débil) cultura local. Pero lo hice con un ojo puesto en la corriente de las ideas universales, y el mismo Molina que aunque se constituye en una primera conciencia local (de región, de país, de continente) dialoga con De Pauw, Linneo, Humboldt, Newton, e incluso con americanos como el Inca Garcilaso de la Vega, o Sor Juana Inés de la Cruz. Los miembros del Centenario, más allá de sus críticas opiniones sobre la Región, en sus planteos están buscando insertarse en el corazón de los problemas del país y del mundo: la relación entre educación y pobreza, el conflicto entre liberalismo y socialismo, las propuestas laicas y religiosas. Ellos consideran los Estados Unidos, Francia, la Unión soviética, México, Argentina, como posibles modelos sociales. Pensé en el libro de A. A. Roig, La ciudad agrícola que analiza la ciudad de Mendoza como yo traté de hacerlo, buscando una mentalidad, una cultura, una vida dominada por lo agrario y una realidad moderna y antimoderna al mismo tiempo. En mis trabajos posteriores no estoy pensando desde una región (aunque sí actuando en una región) sino en América latina y el mundo. No soy un filósofo en provincia, pero sí vivo en una región. Incluso la palabra provincia puede ofender, aunque tal vez hoy ya no queden provincias sino variantes de un centro en movimiento. Yo estudié literatura porque me parecía que en las grandes obras podría entender más profundamente a Iberoamérica, concepto que en los años 60 comenzaba a tomar una mayor presencia académica (y política) y desde la novela y la ensayística me resultó más fácil pasar a lo que se ha denominado “Historia de las ideas”, que en un comienzo se constituyó en un espacio de reflexión y de rechazo a la filosofía académica. Si tuviera que estudiar hoy, elegiría una carrera que todavía no existe, con cursos de literatura, filosofía e historia. Sólo así se puede comprender lo que se escribe hoy. Multi disciplinas, multi perspectivas, multi escrituras, que refuercen una conciencia “Glocal”.

A.I: Un asunto curioso es que en visitas a algunos filósofos e intelectuales latinoamericanos que he ido visitando en estos últimos años, la mayoría de ellos me ha señalado que hace varios años ya habían pasado por allí Devés y Pinedo. ¿Qué lo llevó a hacer ese recorrido de diálogos con intelectuales de distintos países vecinos? ¿Qué evaluación hace de esa experiencia vital e intelectualmente?

J.P: Si la región tiene ventajas para leer y escribir, siempre me pareció necesario integrarme a las corrientes del pensamiento latinoamericano, ir más allá y salir de Chile. Con Eduardo Devés coincidimos en intentar romper el tradicional aislamiento nacional, la desconfianza en América latina, la vieja idea de que Chile no pertenece a este continente. Piense usted en lo que se demoró la filosofía chilena en interesarse en el tema Iberoamericano. Por haber estudiado literatura en la Universidad de Chile (que era uno de los lugares en que se pensaba), conocía a Sarmiento, Martínez Estrada, Rodó, Zea y Vasconcelos. Yo había leído el precioso Diario de Navegación de Cristóbal Colón, la literatura de los cronistas, el Popol Vuh, los textos de los fundadores de las repúblicas. Pero, no sabía nada de Kant ni Hegel, algo de Marx, poco de Heidegger; aunque Ossandón y Devés (con quienes concluimos doctorados en Lovaina) sí los habían estudiado. Yo conocía a García Márquez, a Cortázar, e hice mi memoria en Alejo Carpentier que es un novelista - pensador que instaló en sus textos la compleja relación Centro – Periferia (véase su magistral cuento, “El Camino de Santiago”) y con quien estuvimos una tarde lluviosa como todas, en la Universidad de Amberes conversando sobre el sentido de la historia en el llamado “Nuevo Mundo”. Para nosotros, América latina se nos presentaba como un continente lleno de virtudes culturales y aunque por entonces (mediados de los años 70) lo “real Horroroso” dominaba más que lo “real Maravilloso”, nadie nos quitaba la esperanza de que aquí surgiría algo nuevo (política, social, culturalmente), una esperanza a la que aún no hemos renunciado. (Aunque a veces uno se cansa de esperar…) Quería conocer el pensamiento y la literatura argentina tan rica y compleja. Bolivia y sus problemas internos y la belleza de sus ciudades y de su gente. Fuimos a Uruguay para conocer a Arturo Ardao y sus reflexiones sobre la “inteligencia americana”, a Brasil origen del libro de Vasconcelos. Viajamos a la adorada Cuba para promover encuentros y seminarios y descubrir su fuerza incomparable. En Perú hicimos tan buenos amigos como hermanos, lo que las Cancillerías aún no logran alcanzar, en Quito ante la Catedral percibiendo un tiempo histórico detenido… Caracas, México, también California, Madrid, Lisboa… Y en todas partes amigos pensando y escribiendo un libro que parecía común. Fuimos continuadores del viaje que en 1948 realizó Zea por América. He leído recientemente a un novelista chileno que fue comunista y exiliado en la DDR y que ahora se declara liberal, quien dijo recientemente que la Nueva Mayoría estaba “latinoamericanizando Chile”. Más respeto, por favor. En los viajes reivindico para mí, también una mirada personal y subjetiva que me permite aprehender de mejor manera (más encariñada, más encabronada) la realidad. La razón pura en mi caso nunca ha funcionado completamente.

A.I: En la persistencia en la realización de encuentros intelectuales como el Corredor de la Ideas, las Jornadas Intelectuales y otras, se puede adivinar que otorgas importancia a la construcción de redes. ¿Qué opinión tiene en torno a esa creencia estereotipada de que el intelectual o filósofo trabaja mejor sólo? ¿Por qué son ventajosas las redes?

J.P: El concepto Redes creo que lo puso en práctica Devés y tuvo un éxito enorme y no solo en el Cono sur. Es que no se puede trabajar aislado pues la relación cara a cara es fundamental. Las redes no suplen el trabajo personal, pero lo complementan para entender qué temas interesan, cómo se presentan, qué metodologías se utilizan, cómo se escribe, y sobre todo para alcanzar una mirada continental cuya carencia permite el surgimiento de estereotipos y caricaturas. Quién podría decir hoy algo interesante encerrado en su biblioteca, a lo Roland Barthes, por ejemplo, leyendo debajo de la lámpara.

A.I: En un texto polémico y criticado, pero a mi juicio un texto útil, sobre la filosofía chilena escrito por Roberto Escobar, utilizando la expresión del autor eres considerado como un búho. ¿Por qué razón crees que Escobar te clasificó en este lugar intelectual? ¿Cómo te sientes con la clasificación?

J.P: El de Roberto Escobar es un texto que intenta clasificar a los pensadores chilenos de un tiempo demasiado extenso, tal vez por eso falla. Mi presencia en él, creo que se debe a que fui uno de los pocos que analicé seriamente su obra ensayística especialmente en sus opiniones sobre la identidad nacional, que no deja de ser original. Creo que Roberto Escobar agradeció ese trabajo mío y me incluyó en su libro. El búho es el símbolo de Atenea (Minerva), patrona de la sabiduría. Cierta vez Hegel, tal vez menos ebrio que de costumbre, escribió que la filosofía como el búho emprende el vuelo cuando ha terminado el día. Es decir, se piensa después de vivir. Pero por eso mismo se llega tarde a las verdades de la vida. Marx llevó más lejos el asunto y acusó a la filosofía de miserable e inútil por lo que sería reemplazada por la economía. Otros piensan que la sabiduría se expresa mejor, como la alondra, temprano por la mañana, en plena juventud. Dejémonos de bobadas, resulta imposible separar al búho de la alondra, se piensa de mañana y de noche, antes y después de vivir.

A.I: Me permito el siguiente juicio, en tus textos más filosóficos se puede encontrar una insistencia en la temática de la identidad, y podría especificar en cuanto a identidad nacional. ¿Por qué has insistido en este tema o problema?

J.P: Yo comencé desde la literatura y las preguntas que uno se hace son sobre representaciones de mundo y de seres humanos particulares pero universalizables. Y me pareció evidente que ambos elementos (mundo, habitante) podían sintetizarse, en el caso latinoamericano, en una supuesta identidad comprendida como una cultura particular, un ethos, una forma de estar en la historia, de pensar y proyectarse en el futuro, un conjunto de creencias y debilidades. Me pareció que para comprender ciertas particularidades de América latina el concepto “identidad” podía ayudarnos. Pero eso fue muy al comienzo. Pensé que hasta se podría crear una especie de enciclopedia de las identidades de América que fueran útiles para evitar las reiteraciones erróneas y fortalecer las exitosas (siempre me ha parecido interesante la distinción de Isaiah Berlin entre buenas y malas ideas). Desde entonces, el concepto identidad tuvo una gran difusión y en los años 90 llegó a constituirse en un debate identidad – modernidad que se expresó con fuerza a lo largo del Continente. En algunos casos, sin embargo, la identidad ha sido percibida sólo como un conjunto de elementos positivos de una comunidad (imaginada) o sólo como aquello que nos diferencia del resto, en consecuencia que las limitaciones sicológicas, los fracasos históricos, las debilidades políticas, también forman parte de ella. Creo que en algunos casos la identidad se ha vuelto una mirada esencialista y nacionalista que reproduce un ideal, olvidando que también tiene “fracturas” (Larraín). Otros han pensado la identidad como una “esencia” desvirtuando completamente su significado; y todavía están quienes postulan que es imposible su definición como categoría (Rancière) tanto como los conceptos de clase social, nación o raza.

A.I: Sueles ser un intelectual que discute, no sé cuál es tu visión de la comunidad intelectual nacional en relación al ejercicio de la polémica ¿Qué valor le otorgas a la polémica como posibilidad para el pensamiento crítico? ¿Consideras qué sabemos polemizar?

J.P: Buena pregunta y me alegro que me veas como un polemista aunque no creo que lo sea tanto, pero me ha tocado disentir en la vida académica y no académica. Por ejemplo, en contra de los adherentes del gobierno militar que daban todo por resuelto. Pero, también he escrito críticas a los críticos que han escrito en los últimos años sin considerar los esfuerzos que ha hecho el país y sus dirigentes para superar la dictadura y las promesas sin contenido posible. No comparto la actitud de aquellos que de tan inteligentes terminan sutilmente apoyando al verdugo. Polemizo en contra de cierto intelectual latinoamericano que apuesta a un proyecto tan ideal como inalcanzable. La palabra utopía debe ser bien utilizada como lo hace Fernando Aínsa. Los intelectuales deben ser críticos, pero también auto críticos. Octavio Paz tiene razón cuando afirma que cierto intelectual latinoamericano no ha olvidado el tomismo y muchas veces prefiere los esquemas mentales – ideológicos a la realidad. El problema del llamado “pensamiento crítico” es el inmovilismo pues si es crítico se debe serlo de todas las corrientes incluidas las propias. Estoy a favor del “pensamiento crítico”, pero no del suicidio político.

A.I: No quiero dejar pasar la posibilidad de preguntarte algo de tu experiencia como “gestor”. En particular en relación al Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, en el cual confluyen esfuerzos intelectuales, de la academia y de la empresa. ¿Cómo evalúas estás relaciones? ¡Qué aprendizajes has obtenido desde la coordinación de este premio reconoce trayectorias intelectuales?

J.P. El Premio Iberoamericano de Letras José Donoso nació en el año 2000 como un intento de destacar lo mejor de América latina: sus letras (en sentido amplio pues incluye también el pensamiento junto a la novela y la poesía), en un momento en que se hablaba de la “década perdida”, de la acechanza de las dictaduras, la deuda externa impaga, el populismo, la falta de diálogo político, la escasa producción científica, el intento de emigrar donde fuera, la baja calidad de la educación, la corrupción y el gigantesco gasto militar en que estaba envuelto el Continente. En ese contexto de pesimismo, nos pareció que Iberoamérica, los países que hablan español y portugués (no pudimos en ese momento integrar al Caribe anglo y francófono), se salvaban en su escritura y quisimos premiarlos y traerlos a Chile. Es la antigua opinión de Carlos Fuentes cuando señala que los economistas y políticos iberoamericanos deberían imitar la creatividad de sus escritores. El Premio José Donoso es un proyecto inédito en Chile y no hay ninguna universidad privada o pública, del centro o de regiones que entregue 50 mil dólares a un escritor para que compre el tiempo suficiente para seguir escribiendo. Es el segundo premio más importante en América latina después del Premio Guadalajara y desde hace 15 años lo otorga la Universidad de Talca con el apoyo de Universia- Santander. Obras son amores y no buenas razones. Por aquí han circulado algunos de los más grandes autores de los últimos años. Este Premio se inscribe en el tema de la “Construcción de América latina” que me parece que es una función fundamental del pensamiento latinoamericano.

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