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Identidad y seguridad interior. Por Jaime Valdivieso B.

Aquí se pretende, espero que con un cierto grado de éxito, plantear el problema de la identidad a partir de una doble perspectiva: desde una visión universal y teórica (con alguna relevancia en el factor epistemológico), y desde una posición con especial énfasis en lo subjetivo y vivencial, es decir de qué manera, en forma inconsciente primero, y luego cada vez volviéndose más clara, se fue instalando el constructo o imaginario de lo que puede y debería ser una mas auténtica identidad personal, social y colectiva, lo cual implica, sin duda, una real correspondencia entre el presente y el pasado que configuró este país en que nacimos; y en qué medida fue influyendo para sentirnos cada vez con mayor satisfacción como parte de una singular realidad Latinoamericana primero, y en seguida, del propio país.

Como consecuencia de lo anterior, percibir un mundo más sólido y significativo bajo los pies, y una mayor complacencia espiritual y moral al descubrir en ello un valor insustituible y un nuevo sentido de la vida. Por lo tanto la “identidad”, como el amor o el sentimiento ante la muerte no se puede definir ni describir conceptualmente, es un estado de conciencia, una particular “disposición” de ánimo como lo vio lúcidamente el filósofo mexicano Luis Villoro: “La identidad es algo que puede faltar, ponerse en duda, confundirse, aunque el sujeto permanezca. Su ausencia atormenta, desasosiega; alcanzar la propia identidad es, en cambio, prenda de paz y seguridad interior. La identidad responde, en este segundo nivel de sentido, a una necesidad profunda, está cargada de valor. Los enunciados descriptivos no bastan para definirla.

En el caso especÍfico de Chile, nuestra carencia de identidad se remonta al momento mismo cuando Pedro de Valdivia eludiendo las cláusulas programadas por la Corona, sigue las propias como lo vio en un libro ya clásico sobre nuestra historia rural, Arnold.J Bauer, La Sociedad rural chilena desde la conquista hasta la actualidad: "A un mes de la fundación de Santiago (12 de febrero de 1541), Valdivia se encontraba dedicado a distribuir la población nativa entre sus seguidores europeos a través de las encomiendas. Al hacerlo, tenía como modelo la organización rural que había conocido de joven: las grandes posesiones señoriales de las órdenes militares en Extremadura. Ello significa que Valdivia no tenía en mente, como lo hacía la Corona, un esquema de asentamiento rural en que las granjas europeas existieran lado a lado de aldeas de indígenas independientes. Más bien, sin duda, "flotaba ante él una imagen señorial" en que jurídicamente se juntaban las dos principales recompensas de las Indias: los trabajadores nativos estarían subordinados al eminente dominio de un señor poderoso, y residirían dentro de los límites legales de la gran hacienda. Esta meta señorial, de acuerdo a Mario Góngora, estuvo siempre presente en los primeros conquistadores. La persiguió Cortés, por ejemplo, en México; pero sólo en un lugar como Chile, considerablemente alejado de los centros de poder imperial, podía encontrar satisfacción el deseo de señorío sobre hombres y tierras juntos".

Como vemos en nuestro país esto permitió la inmediata formación de una minoría y luego de una oligarquía que se apoderó de las tierras y luego de la política, e instauró un sistema presidencial que manejó el país por quinientos años a su entera voluntad, y que implicó una ideología clasista y racista que nos definió como blancos y europeos con un total desprecio por los mapuches que nos dieron dignidad y orgullo en la guerra contra España tal como aparece en nuestra máxima epopeya La Araucana.

Por lo tanto, la falta de identidad conlleva a la vez la carencia de un espíritu latinoamericanista como se ha visto en el reciente rechazo de Chile a la justa petición boliviana de devolverle el mar que tenía desde un comienzo.

A este respecto vale citar aquí la reflexión del gran escritor mexicano Carlos Fuentes muerto hace poco: “Todo el problema de la identidad de América Latina se da alrededor de un punto fundamental: reconocer la existencia de nuestra diversidad y nuestro mestizaje. Allí radica toda nuestra riqueza.”

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