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Imaginar un mejor sistema para elegir los representantes del pueblo en democracia. Por François Richard

Los sistemas electorales modernos, utilizados en casi todo el mundo para designar representantes para ejercer el poder ejecutivo y legislativo en nombre del pueblo, permiten a cada ciudadano designar a quien considera como el mejor para un cargo definido, dentro de los candidatos disponibles. Pero cada vez más, mucha gente se siente insatisfecha y no representada por el resultado de estas elecciones, aún cuando procedimientos bastante democráticos han sido respetados.

Ahora que el gobierno chileno y la opinión pública hablan de una nueva Constitución, es importante reflexionar profundamente sobre el mejor sistema posible para delegar el poder del pueblo en nuestra democracia.

La elección por los ciudadanos es seguramente un notable método para designar el mejor entre los candidatos, pero no deja de ser un sistema aristocrático, en el sentido etimológico de la palabra. En griego, “aristos” significa el mejor, y “aristocracia” el poder a los mejores. La elección popular es seguramente un mejor sistema para seleccionar los gobernantes que la fuerza y la violencia, como se hacía en las aristocracias de la edad media. Pero, a la reflexión, es un abuso de lenguaje de decir que las elecciones permiten una democracia real (donde por definición, el poder debería ser ejercido por el pueblo, el “demos”). Este error conceptual parece perpetuarse en casi todas las “democracias”, desde la revolución francesa, hasta nuestro siglo XXI.

Las elecciones permiten definir quiénes son los que ejercen el poder a nombre del pueblo, pero claramente, no permiten al pueblo ejercer directamente el poder. El ejercicio directo del poder por el pueblo ha sido muy excepcional en la historia de la humanidad: algunas republicas griegas antiguas permitían a los ciudadanos (pero no a las mujeres ni a los esclavos) tomar las decisiones en los periodos de paz, y los cantones menos poblados de la Confederación Helvética toman todavía decisiones directamente en asamblea popular (“Landsgemeinde“).

Conceptualmente, la aristocracia no era un sistema de gobierno necesariamente malo, y por eso fue alabada por filósofos de la antigüedad como Platón y Cícero. Pero los seres humanos en el poder tienen tendencia a disfrutar del poder, a apegarse a él, a compartirlo solo con sus amigos y parientes, y a tratar, naturalmente, de transmitir este poder a sus hijos. Así se han creado, a lo largo del tiempo, los feudos, la nobleza, los privilegios de “derecho divino”, sin ningún otro sistema de selección que la simple herencia.

La revolución francesa y otras pusieron fin a estos siglos de abusos de poder, y declararon instaurar la democracia, devolviendo el poder al pueblo. Pero después de más de dos siglos de usar y abusar en todo el mundo de la palabra democracia para definir los regímenes políticos, no se ha encontrado, para permitir al pueblo ejercer el poder que se le reconoce, otra manera que las elecciones que, en realidad, solo permiten delegar en unos pocos el uso del poder.

Y los ciudadanos elegidos para ejercer el poder por delegación del pueblo, tienen también tendencia en apegarse al poder y a considerarse y transformarse en “primus inter pares”, en personas con derechos y privilegios superiores a los del pueblo que los han elegido.

Esta fenómeno de acumulación de poder en unos pocos se ha exacerbado dramáticamente en los últimos años, con el sistema de libre mercado sin límites, llamado neo-liberalismo, que ha logrado, gracias al progreso de los medios de transporte y de las nuevas tecnologías de información y comunicación, transformar todos los países y el mundo entero en un enorme libre mercado, casi universal. Para muchos analistas, las democracias del siglo XXI se están transformando ahora en verdaderas plutocracias (poder ejercido por el dinero). Efectivamente, los más ricos y los grandes grupos económicos, gracias a la publicidad, al marketing y a la propaganda electoral, aparecen muchas veces como los que deciden en realidad del resultado de las elecciones que se pretenden democráticas.

Las elecciones democráticas se han transformado en una verdadera trampa que permite a unos pocos llegar al poder y acumular el poder. Las elecciones han transformado la democracia en aristocracia, donde unos pocos logran tomar el poder en nombre del pueblo.

Se puede observar una creciente insatisfacción respecto al paradigma de las elecciones en las sociedades modernas, en Chile como en el resto del mundo. Insatisfacción que tiene como consecuencia no solamente un creciente abstencionismo en las elecciones, pero genera además una peligrosa desconfianza popular respecto a todo el sistema político y cívico.

¿Porqué el pueblo se siente cada vez menos representando por los representantes elegidos? La primera respuesta parece poder relacionarse con el hecho que los electores no conocen personalmente las personas por cuales tienen que votar. La tasa de abstención para elegir un delegado de clase, en el colegio, es notablemente más baja que en las elecciones de alcalde, diputado, senador o presidente de la republica. Los candidatos a estos cargos públicos no pueden ser conocidos personalmente por la mayor parte de sus electores, sino solamente a través de los media y de la propaganda electoral, los que tienen cada vez más relación con la publicidad, el marketing y el dinero. Lo que es inevitable cuando un candidato debe ser electo por, y representar a decenas, o centenas de miles de votos, sino millones como en el caso del presidente de la republica.

¿Cómo nombrar entonces los representantes del pueblo, en nuestras republicas modernas tan populosas? En la Atenas de la antigüedad, con unos 40.000 ciudadanos entre sus 300.000 habitantes, ciertos cargos eran nombrados al azar, por sorteo entre los ciudadanos mayores de 30 años. Uno de los fundamentos de esta democracia griega era este sorteo, junto con la brevedad de los mandatos y la rotación en los cargos, para evitar la acumulación de poder.

¿Cuál puede ser entonces la propuesta de sistema electoral para nuestra sociedad actual? Inventar un sistema mixto para la designación de los representantes del pueblo, que mezcla ambos métodos: de un lado, la voluntad de cada ciudadano de definir, entre las personas que conoce, cuál es la persona que le parece mejor para representarlo, y de otro lado, dejar el azar, a través del sorteo, definir cuál es la persona que debería asumir este cargo entre todas las personas preseleccionadas por sus conciudadanos.

Por ejemplo, para la elección de un diputado, un senador, o un miembro de una asamblea constituyente, la idea sería definir que cada candidato tenga por lo menos 100 votos o firmas de apoyo de los ciudadanos de la circunscripción que quiere representar. El número de 100 parece un número razonable de personas a cual uno puede llegar directamente, sin utilizar intermedios ni medios masivos de publicidad. Luego, entre todos los candidatos que hayan cumplido con este requisito de conseguir el apoyo de 100 personas, realizar un sorteo en la circunscripción, para seleccionar al azar cuál de ellos es el ciudadano que deberá asumir el cargo en el próximo periodo.

Se podría considerar como un inconveniente que la nominación no sea secreta como un voto tradicional en la urna, pero esto puede ser más bien una ventaja porque cada representante del pueblo debería responder más directamente a todas las personas que lo hayan nominado, y así responsabilizar tanto los electores como los elegidos.

Un sistema electoral de este tipo tendría varias otras ventajas sobre una elección del sistema tradicional, y en particular: - permite a cada ciudadano nominar una persona que conoce personalmente o por referencia cercana. Es una delegación de poder a un conocido, y no un voto ciego de confianza a un desconocido. - desincentiva y reduce drásticamente el impacto del dinero, del marketing, y de la propaganda o publicidad electoral en la designación del representante. - es mucho más económico que una elección tradicional, tanto para los candidatos como para el Estado y para todo el país, ya que no necesita todo el aparato electoral actual ni todo el tiempo necesario para una elección en el sistema tradicional.
 evita las luchas de poder, tan típicas de las democracias, donde luchas de egos y de intereses personales se disfracen habitualmente bajo grandes discursos ideológicos.
 impide los privilegios, el nepotismo, el amiguismo, y la permanencia en el poder,
 recuerda a los ciudadanos que todos los hombres son iguales en derechos, y que el poder de los cargos emane solamente de la representación del pueblo.

francois.richard.2012@gmail.com

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