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LA GRAN REVUELTA DEL SIGLO XXI por Maximiliano Salinas Campos

LA GRAN REVUELTA: EL ESTALLIDO SOCIAL Y LA DEFENSA DE LA VIDA DE LA GENTE DE CHILE

Maximiliano Salinas C.

‘Mañana abriremos sus rosas, la haremos viñedo y pomar; mañana alzaremos sus pueblos:…’.

Gabriela Mistral, Tierra chilena

A la gente no se le enseña a hablar. Ni se le puede mentir todo el tiempo.

Las comunidades crean su propio idioma, que las caracteriza con sus típicos énfasis y alcances. En Chile los pueblos andinos celebraron desde tiempos inmemoriales con su lenguaje místico y poético la vida y su oposición a las fuerzas disgregadoras de la vida.

En Curalaba, en el siglo XVI, la gente de la tierra dijo basta a la disgregación y a la servidumbre insoportable impuesta por la ambición europea. Desaparecieron una a una las ciudades desde donde se impusieron los trabajos forzados.

La victoria de Curalaba fue celebrada con grandes fiestas, como en un carnaval. Con danzas y canciones de protesta y de alegría. Así lo ilustró en una obra vibrante, el Purén Indómito, Fernando Álvarez de Toledo.

El imperio español debió reconocer un límite a su poder, admitir una frontera, y todo el mundo admiró el espíritu libertario de los habitantes de Chile.

En el siglo XX, con una ardiente paciencia, la gente común de Chile, fiel al espíritu andino, cuestionó el principio de autoridad de los criollos descendientes de los invasores europeos del siglo XVI. Lo demostró con la recuperación soberana del cobre cautivo de los intereses abusivos y privados de las compañías norteamericanas.

Hoy en el siglo XXI la gente común y corriente ha vuelto a levantarse con sus estudiantes para rechazar la concepción de educación – o de mala educación- y de cultura heredada de la dictadura de Pinochet, el gobierno títere o espantapájaros de Estados Unidos y sus opciones neoliberales.

Como en 1598, o en 1970, ahora en 2011, se escucha el idioma de la comunidad. Sus énfasis y alcances. Sus dichos y sus bien dichos. Dando al traste la carga insoportable para las familias de un mercado que transformó la educación en un negocio privado y de dudosa calidad. Y donde la autoridad pública ha quedado reducida a una cosa pequeña, mortífera, e insignificante.

Ha vuelto el tiempo de la comunidad.

‘Y el pueblo llene las calles vacías con sus frescas y firmes dimensiones.

Aquí está mi ternura para entonces. La conocéis. No tengo otra bandera.’

Pablo Neruda, El pueblo victorioso. Canto general.

Santiago, septiembre 2011.


“Es Arauco, que basta, el cual sujeto
lo más deste gran término tenía
con tanta fama, crédito y concepto,
que del un polo al otro se extendía,
y puso al español en tal aprieto
cual presto se verá en la carta mía;…”.

Alonso de Ercilla, La Araucana.

Como muy bien nos enseñó Roberto Matta -¡celebremos digna y creativamente este año el centenario de su nacimiento!- nunca hemos salido de la Colonia. En Chile, el más prolongado gobernador colonial fue el capitán general Augusto Pinochet, quien permaneció en el poder mucho más que todos sus antecesores de los siglos XVI al XVIII. Sus huellas y sus huestes indianas, y sus letrados, no se resisten a abandonar ni en nuestros días el dieciochesco palacio de La Moneda.

Lo más espectacular de la protesta estudiantil de este año es afirmar que otro mundo es posible: con reconocidos derechos humanos.
Que no se puede vivir o malvivir sometidos como indígenas o mestizos pacificados a la fuerza. Algunos historiadores sociales han interpretado esta revuelta en sus componentes políticos inmediatos. Está bien. Pero es mucho más que eso. Como toda auténtica expresión anticolonial contiene aspectos artísticos, culturales, éticos, estéticos y aun religiosos de larga data. Se desatan todos los demonios que el colonizador anheló siempre conjurar con una olímpica y grave arrogancia. Desde las bravatas católicas del requerimiento en el siglo XVI.

Las elites coloniales se asustan de los bárbaros imaginarios de siempre!

Las crónicas y los cronistas de Indias –hoy los medios elitistas de información de masas- describen las incursiones de los bárbaros que no tienen ley ni rey en las asediadas ciudades capitales, o del capital. Incluso resucitan a Pedro de Valdivia, experto en seguridad ciudadana. Son los bárbaros, los herejes que no creen en las verdades reveladas, los hijos de Cam, los “calientes”, como bien enseñó o mal enseñó San Agustín. Que pueden iluminar las calles o atronar con danzas o tambores africanos las ciudades y los parques ciudadanos. “Son calientes porque están en llamas pero no con el espíritu de la sabiduría sino con el de la impaciencia, pues ese es el fervor característico que habita el corazón de los herejes; eso es lo que les hace perturbar la paz de los santos” (Ciudad de Dios, Libro XVI).

La verdad es otra, sin embargo. No son los demonios ni los herejes. Son los pueblos que defienden y luchan por la vida. Así como en 1598, cuando en el extremo sur del mundo los mapuche hicieron temblar la codicia de los blancos en Curalaba.

El Imperio español no entendió esa vez. Nada más se arrebató, se encegueció por completo. Encendió el espíritu de la cacería, ofensiva o defensiva. Sin embargo, lo importante era escuchar la propia voz de los dirigentes Mapuche, como Pailamacho, cuando emplazaba con estas palabras memorables a los invasores católicos:

“Manda su ley católica y ordena, Según ellos continuo nos predican, Que no se tome alguna cosa ajena Y aquesto por verdad lo certifican: La ley la tengo yo por santa y buena, Y por buena ellos todos la publican; Mas son de nuestra sangre chupadores, Y de nuestras haciendas robadores.

También su fe sagrada les defiende Que falso testimonio no se diga, Por que con él al prójimo se ofende Y Dios por tal pecado les castiga: Y veis que en otra cosa nunca entiende Esa gente feroz nuestra enemiga, Sino es en levantarnos testimonios Llamándonos de perros y demonios.”

Los rebeldes –ni perros ni demonios- celebraron cantando y bailando, con un claro sentido del buen humor, como en un carnaval, los triunfos de su causa justa:

“Asidas y trabadas de las manos Bailaba un coro bello de doncellas, Otro de aquellos jóvenes lozanos Danzando andaba al parangón con ellas: Bravos andaban ellos y galanos Galanas, bravas, sueltas también ellas, Cantando mil romances en loores De Pelantaro y fuertes vencedores.”

(Fernando Álvarez de Toledo, Purén indómito, Canto III).

Tres siglos después, en 1970 el pueblo mestizo chileno –con reconocida conciencia y paciencia democrática- hizo temblar el principio de autoridad y la soberbia de los criollos herederos de los europeos ambiciosos del siglo XVI. El miedo de los criollos –demonizando a los rebeldes- llegó a incendiar el propio palacio colonial de La Moneda con tal de recuperar su poder. Y desencadenó, lo sabemos, la espantosa guerra ofensiva como en el siglo XVII (Jean Delumeau, El miedo en Occidente: siglos XIV-XVIII. Una ciudad sitiada, ed. Madrid, 2002).

El pueblo de Chile y sus voceros –artistas y clarividentes- estuvieron decididos entonces a crear un mundo nuevo, aventurado, diverso al de la ira colonial, donde se compartieran entre todos los derechos humanos:

“Entre la Kennecott y las batallas que dentro de mi Patria van urdiendo contra el pueblo anacrónicos canallas,

Chile va, traspasado y sacudido, sobre la turbulencia, construyendo lo que nunca le fuera permitido:

trabajar y vivir sin desaliento para que en Chile manden los humanos y se cubra de frutos populares

el territorio antártico y lejano

y den las viñas de su geografía el vino del amor y la alegría!”

(Pablo Neruda, Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena, 1973).

El sueño de aquellos días ha sido imposible olvidarlo. La digna memoria de ese despertar retoña en cada nueva primavera y en cada nueva generación!

Hoy, en el siglo XXI, como en aquellos siglos lejanos y cercanos, se cruzan, al fin de cuentas, dos maneras de entender el mundo. O con la mezquina razón colonial, o con la razón ancha de los pueblos que defienden la vida, la tierra, el conocimiento libre y compartido entre todos, sin privilegios injustos. El mundo de los blancos, el círculo vicioso de los descendientes de soldados y encomenderos de siglos antepasados, con sus viejos apegos –la avaricia, la soberbia y la ira, entre sus pecados capitales- y el de los pueblos, esta vez encabezado e iluminado por sus estudiantes, por sus jóvenes, que buscan con ganas, y con excelente buen humor, el reparto de la justicia y de la paz.

Que enseñan que otro mundo es posible.

Santiago, agosto de 2011.

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