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Crisis moral y controversia ideológica: La Iglesia chilena y la segunda ola de denuncias por abusos. Por Dr. Víctor San Martín Ramírez

El lenguaje es, como saben...
ese sistema transparente
que hace que, cuando hablamos,
se nos entienda
(M. Foucault)

El escándalo de los abusos de sacerdotes de contra de varios miles de personas en el mundo, y de cientos en Chile, no puede dejar indiferente a nadie que se sienta o haya sido parte de la Iglesia. Las cifras hablan por sí mismas. En Inglaterra, Irlanda y Australia se logró establecer que al menos el 7% de los sacerdotes estuvo implicado en abusos de distinto tipo en los últimos 15 años, mayoritariamente contra menores. En Boston, el año 2002, se verificó que el 9% de los sacerdotes estaba comprometido en abusos contra personas de sus comunidades, mayoritariamente menores. Si nos atenemos a esa métrica, y de acuerdo con la estadística sobre clérigos en Chile, se puede suponer que entre 160 y 200 sacerdotes han cometido abuso sexual contra menores o mayores de edad, sin incluir otros abusos (de poder y manipulación de conciencia). Sin embargo, la cantidad de casos que la Fiscalía dio a conocer en octubre de 2018 superó bastante esa cifra y confirmó que existen 229 denuncias contra sacerdotes, religiosos y ministros de la Iglesia por abusos sexuales y otros delitos. Naturalmente, todo esto ha provocado una crisis sin precedentes en la Iglesia Católica chilena.

Algunas características generales de la situación nos llevan a distinguir al menos dos oleadas de denuncias y, creemos, puede que esté iniciando una tercera que no podemos describir por ahora. La primera ola comenzó en Chile el año 2010. Aunque había muchos casos previos sin investigar y no públicos, ese año marca un hito especial en esta crisis: cuatro víctimas denuncian y dan a conocer públicamente los abusos sexuales, de poder y de conciencia cometidos en su contra por el (hoy ex) sacerdote Fernando Karadima Fariña, uno de los clérigos más poderosos y representativos de un amplio sector conservador de la Iglesia chilena. Los casos de la primera hora fueron asumidos, bien o mal, por las instancias jurídico-canónicas de la misma Iglesia Católica, que ha dictado sentencia en varios de ellos. Sólo posteriormente estas denuncias han ido a parar a los tribunales civiles.

Sin embargo esto no acabó allí. En los primeros tres años posteriores a las denuncias contra Karadima hubo un segundo aluvión de casos dados a conocer por diversos medios. Personas con otras características o perfiles (abusadores y abusados), denuncias en contra de congregaciones sostenedoras de escuelas y colegios, grupos de protección entre clérigos, comunidades organizadas en acciones contra encubridores, clérigos denunciando a otros, delitos en otros ámbitos y mucha mayor presencia de abuso de menores, etc. Los casos se hacen públicos y abarcan a clérigos de todo el país. El problema se amplía en número y características, y los afectados comienzan a recurrir a los tribunales civiles y a los medios de comunicación en primera instancia. Pensamos que ésta es una segunda fase de la crisis, tal vez de mayor impacto social y mediático, que lleva a que el mismo Papa Francisco, luego de su visita a Chile, encargue una misión especial a dos prelados para conocer y delimitar lo mejor posible, escuchando a las víctimas, la envergadura de la crisis en el país, estableciendo un control de daños y señalando posibles vías de solución o mitigación. Creemos que esta misión, que culmina con la renuncia de todos los obispos de Chile ante el Papa Francisco, cierra este segundo momento del problema.

En la actualidad, y suponiendo que estamos en los rezagos de este segundo movimiento de la crisis, se encuentra el hecho no menor de que la investigación de los hechos se hace bajo el rótulo de delitos comunes. A los anteriores se agregan actos abusivos donde las víctimas son mayores de edad y mujeres, se investigan también delitos económicos, y existen denuncias promovidas por clérigos en contra de otros de distinta tendencia teológica, pero también connotados, en una suerte especie de “vuelta de mano” ante la crítica personalizada de los abusos de la primera ola. Y así siguen surgiendo acusaciones para lado y lado[1]. En todo ello las víctimas deberían ser la prioridad. Pero las historias de los abusados desaparece ante el surgimiento de un espectáculo de relaciones de poder, dinero y prestigio, empates morales, etc.

Se suele decir que la confianza sólo se pierde una vez. Difícilmente se podrá reconstruir la credibilidad y honorabilidad resquebrajadas, aunque muchos obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas viven su vocación con honestidad y convicción, algunos de ellos con bastante heroísmo, en una institución desprestigiada y frente a una sociedad que ha evolucionado exigiendo libertad, transparencia y verdad, pero que tiende a la polarización y demonización de grupos con facilidad. Lo normal sería que, ante una crisis de esta envergadura, se ponga el acento primero en las víctimas. Sin embargo, la jerarquía de la Iglesia ha demostrado una preocupación excesiva por el impacto mediático de las denuncias sobre la credibilidad e institucionalidad de la Iglesia. De ahí la tendencia al silencio y al secretismo, que no ayudan a enfrentar adecuadamente la situación. Y surge una pregunta bastante obvia: ¿de qué modo y porqué una institución que debía velar (y lo hizo en la historia chilena reciente) por la integridad de las personas, por sus derechos, por su libertad y por el respeto irrestricto a la dignidad humana, ha devenido en una de las instituciones menos creíbles y confiables de la sociedad chilena?

Sobre la crisis se ha escrito bastante durante estos últimos 15 años en el mundo y en Chile. Varios artículos, libros y opiniones de especialistas[2] permiten inferir algunas conclusiones que presentamos en síntesis en estas líneas. Pero podemos adelantar una primera conclusión: estamos ante un escenario donde un mal transversal, de carácter ético, acentúa las diferencias ideológicas y provoca una crisis interna con un desenlace incierto. O, como afirma Alain Badiou (2015), existe una crisis ideológica global, y ésta se contextualiza en aquella. Las diversas comprensiones del problema varían de acuerdo a las concepciones que existen sobre la Iglesia y la moral cristiana. La crisis, en tal caso, es primeramente moral y secundariamente teológica. Y, finalmente, ideológica. Intentamos describir y fundamentar esta afirmación en las siguientes líneas.

1. Algunos antecedentes del problema

Como antecedentes aparecen, en un primer vistazo, algunos problemas previos no bien resueltos en su momento por la Iglesia. En primer lugar, las dificultades de la vida sacerdotal y religiosa se remontan a varias décadas e incluso siglos atrás en los pasillos internos de la Iglesia. La tendencia eclesiástica ha sido manejar los problemas de manera silenciosa u oculta, lo cual produce el efecto “caja de Pandora” (denunciado por el mismo Papa Francisco) cuando comienzan a aparecer las denuncias. En segundo lugar, los teólogos y especialistas que abordaron en el pasado estas incongruencias no lograron influir suficientemente sobre la jerarquía para modificar las conductas que hoy muchos denominan como cultura del encubrimiento. A partir de lo estudiado podemos afirmar que la actual crisis de la Iglesia no obedece a una sola causa, sino a varias y distintas situaciones previas y actuales no abordadas y nunca resueltas. Muchos análisis reducen la crisis a causas únicas y globales, tales como el celibato sacerdotal, la homosexualidad del clero, la estructura jerárquica de la Iglesia, el encubrimiento culpable de la jerarquía, etc. Éstos son factores importantes del problema, se cruzan y hacen más compleja la situación. Pero cada uno por separado no explica la crisis. Ésta contempla tanto aspectos internos de la Iglesia como elementos externos de carácter social y cultural.

La crisis de la vida sacerdotal y religiosa es antigua, y con esto no se está diciendo nada nuevo. En el año 1936 el jesuita Alberto Hurtado describe (en su libro “La crisis sacerdotal en Chile”) su angustia por la falta de sacerdotes en Chile. Y tiene un párrafo que, aunque expresado en la retórica de la época, suena muy actual: “No es raro ahora que los sacerdotes reciban miradas de odio de parte de los obreros y que tengan que oír en las góndolas y tranvías expresiones de desprecio, insultos groseros o calumnias metidas por una propaganda subversiva que no ha encontrado un apóstol abnegado para deshacerla…”. Como causas de esa crisis el Padre Hurtado enumera factores sociales tales como “la propaganda subversiva”, el descuido de la vida cristiana de la gente (de los pobres especialmente), de los ambientes de la vida social (universitarios, obreros, campesinos, etc.) y de las ideologías. Todo ello a causa de la falta de sacerdotes en número y calidad.

Por otra parte, tampoco es un secreto que la doctrina moral de la Iglesia respecto de la sexualidad se ha visto fuertemente influida por concepciones filosóficas dualistas propias del estoicismo y gnosticismo, que despreciaban la materia y la sensualidad y promovían la pureza del alma y la castidad del cuerpo. Esta moral dualista ha sido vivida (y sufrida) no sólo por los creyentes de a pie, sino también por los sacerdotes y por la misma jerarquía[3]. Sin embargo, los historiadores de la Iglesia muestran que esta moral rigorista se practicaba muy poco en la historia de la Iglesia de base, y que se le otorgaba un carácter más de mitigación de excesos que de doctrina universal y uniforme. Un efecto residual, aunque no el único, de esta moral dualista es la norma del celibato, muy temprana en decretarse, pero bastante tardía en aplicarse en la historia de la Iglesia[4]. Como sea, las fuentes históricas no muestran una relación causa-efecto entre celibato y abuso. Situaciones como la promiscuidad sexual, la pederastia, la homosexualidad abusiva, o los abusos sexuales en general ocurrían con frecuencia dentro de la Iglesia y también fuera de la ella, donde no existía el celibato. El abuso sexual está presente, en tiempo, extensión y número, en la historia de la humanidad. Nunca desapareció a pesar de los castigos terribles que se aplicaban en la antigüedad, que incluían desde la tortura y la mutilación hasta la pena de muerte en la Edad Media occidental. Ocurre lo mismo en otras culturas y religiones antiguas pre y extra cristianas. Estos delitos se consideraban transgresiones graves porque afectaban al cuerpo social, y en el ámbito de las religiones pasaron a constituir un pecado capital. Digamos, de paso, que la severidad era mayor en contra de las mujeres (por ejemplo, multas elevadas y penitencia para los varones, tortura para las mujeres). También consignemos la escasa o nula importancia dada a las víctimas de los abusos.

2. La crisis es causada por una convergencia de factores

Los especialistas mencionan varios factores comunes, con matices diferenciadores. Mencionamos los más relevantes, pero no analizaremos cada variable, sino en general el tipo de comprensión que de ellas se tiene desde perspectivas ideológicas distintas y actuales dentro de la Iglesia. Las causas más comunes serían las siguientes:

 Las deficiencias en la formación pastoral, social y comunitaria
 La falta de competencias para dialogar con la cultura actual y con las ideologías
 La búsqueda de promoción social, económica, prestigio y poder
 La incapacidad para el compromiso y la fidelidad
 La relación conflictiva con la autoridad
 El excesivo clericalismo y la búsqueda de protagonismo
 La selección deficiente. Falta de atención a antecedentes del candidato
 La debilidad de carácter de los formadores, acentuada con la proliferación de seminarios y casas de formación
 Las motivaciones patológicas y falta de maduración personal
 La débil formación para la vida celibataria

Estas variables resultan complejas de analizar por lo numerosas y diversas. Por lo mismo nos interesa fundamentar el título de este artículo: que la crisis actual de la Iglesia Católica chilena (tal vez mundial) es primeramente una crisis moral que acentúa el desconcierto ideológico (teológico) en su interior. Logramos establecer los siguientes criterios de análisis general, aunque es necesario clarificar previamente porqué son esos y no otros. Las variables extraídas de los estudios revisados contienen comprensiones distintas entre sí, tanto de la vida sacerdotal como de misma Iglesia. En los textos se pueden distinguir al menos dos líneas, tendencias o modos de pensar y concebir la Iglesia y el papel del sacerdocio dentro de la misma. Una primera perspectiva es la de una teología conservadora y eclesiocéntrica, restauradora de las formas, ritos y costumbres de la Iglesia previos al Concilio Vaticano II (1963-1965). La segunda es una línea teológica que recoge los cambios y características del mundo actual en lo social y cultural, y que intenta aproximarse al diálogo y la inserción crítica de los sacerdotes en el mundo actual.

Clarificado lo anterior, tenemos dos modos o criterios de interpretación de la crisis:

a. Los pecados y faltas de los sacerdotes tienen sobre todo un impacto negativo sobre la Iglesia ad intra, lo que provoca pérdida de prestigio de la institución y erosiona la credibilidad en las costumbres y en la doctrina católica más segura. Esta perspectiva es de carácter jerarcológico, e intenta resguardar la vida y estructuras tradicionales de la Iglesia. Esta característica fue reforzada por la jerarquía nacida al amparo del papado de Juan Pablo II.

b. Los pecados y faltas de los sacerdotes se expresan en una débil preparación para relacionarse crítica y constructivamente con el mundo y la cultura actuales. Esta perspectiva tiene un carácter de apertura y diálogo, aunque se muestra menos desarrollado en la transmisión de una identidad sacerdotal y en la relación adecuada con la dimensión jerárquica de la Iglesia. Allí se pueden situar grupos católicos más fieles a los lineamientos de cambio propuestos por el Concilio Vaticano II.

Estas claves de interpretación nos sirven para hacer una síntesis de los factores más transversales y compartidos que pueden estar en la base de la crisis. De acuerdo a estos criterios presentamos a continuación una síntesis de nuestra lectura, dejando para otro estudio el análisis de los factores uno a uno.

3. Síntesis comprensiva de la crisis

Enumeramos los siguientes aspectos en una síntesis general de la crisis como se ve y vive al interior de la Iglesia, sin pretender agotar muchísimos aspectos que ahora no están presentes, por su extensión, detalle y dificultad de análisis, o simplemente por no haberlos integrado desde el comienzo.

a) Decíamos al principio que el fenómeno de los abusos sexuales, de poder y de conciencia no pueden ser atribuidos a un solo factor o variable. Primero, porque las diversas causas enumeradas arriba tienen conexiones entre sí y se refieren mayoritariamente a aspectos multifacéticos de la vida interna de la Iglesia, específicamente, por ejemplo, la formación de los sacerdotes, al desarrollo de su vida pastoral, la actuación de la jerarquía ante las deficiencias de la formación, la debilidad de la formación intelectual para dialogar con el mundo en sus distintas transformaciones, etc. Probablemente la labor formativa de los clérigos (antes, durante y después del período del seminario) es una de las claves fundamentales para entender lo que ocurre. Pero también estos factores tienen distinto contenido de acuerdo con la perspectiva ideológica (o teológica) de los grupos religiosos, congregaciones, órdenes, comunidades, etc. Existe un acuerdo en que la preparación de los sacerdotes es un factor central, porque, además de transmitir una identidad personal, se proyecta en la manera cómo cada clérigo vive su inserción pastoral, social, política y también afectiva. Y se refleja en la interacción más o menos adecuada con la cultura actual. Tiene, por tanto, consecuencias en los modos de relacionarse con otras personas en lo social, personal, afectivo y sexual.

Es en la consideración de estos aspectos donde es necesario detenerse para comprender la crisis desde dentro, y es un asunto que escapa al análisis público. La dimensión espiritual de la vida cristiana se perfila de modo distinto en cada perspectiva teológica. Un enfoque teológico conservador intentará restaurar la espiritualidad sacerdotal desde una perspectiva eclesiocéntrica y jerárquica, postulando una “separación del mundo”. Esta segregación favorece la disciplina y el acompañamiento y hasta control sobre el individuo, pero ayuda poco, en nuestra opinión, a resolver las relaciones problemáticas con la cultura actual, sus valores sociales y las nuevas sensibilidades que acentúan la transparencia y valora la cercanía y la empatía con sus problemas. En una situación normal, esto podría darse siempre y cuando, simultáneamente, el sacerdote sea capaz de mantener su identidad. Sea del modo que sea, la ideología eclesial subyacente marca un modelo de articulación de la Iglesia con/en el mundo. Y las diferencias de enfoque derivan en modelos de formación de los clérigos que son diferentes entre sí. Aunque algunos estudios señalan que la mayoría de los abusos surgen después de 10 o 15 años de ejercicio sacerdotal, lo cierto es que tienen relación con el tipo de formación e inserción en la vida real de la gente.

b) Dado que la comprensión de la sociedad y de la Iglesia es lo que marca el tipo de relación del sacerdote con la gente, podemos afirmar que tanto las causas como los efectos de la crisis de la Iglesia son distintos de acuerdo a la concepción jerarcológica que asuma quien analiza la crisis. Es decir que, por el motivo que sea, no existe acuerdo al interior de la Iglesia acerca de las causas de la actual crisis. Y si no existen acuerdos básicos, tampoco se pueden perfilar soluciones compartidas. Para una ideología jerarcológica las deficiencias formativas para el compromiso y la fidelidad, junto con las debilidades en las relaciones con la autoridad, la indisciplina y la falta de corporativismo (protección acrítica de la institución) son causas de un debilitamiento interno. Esto no debiera extrañarnos. Las relaciones humanas, cuando son rigurosamente jerarquizadas, imponen condiciones y ritos que deben cumplirse en todo tiempo y lugar, independientemente del contexto social, cultural y económico[5]. Desde un enfoque más general, estas debilidades suelen tener como resultado una ruptura frecuente de los compromisos y de la palabra empeñada, provocada por la falta de confianza en sí mismo del sacerdote y por el temor y recelo hacia sus superiores. Ello provoca confusión y desconocimiento de los superiores respecto de los sacerdotes en general. En suma, los superiores y obispos no conocen a sus sacerdotes en profundidad y, consecuentemente, no tienen idea de lo que les ocurre en su vida cotidiana.

c) Otros factores se relacionan con las carencias de origen de los candidatos al sacerdocio, y también con procesos fallidos de la formación sacerdotal. En el primer caso, muchos obispos y sacerdotes formadores consultados en uno de los estudios acentuaban la importancia de conocer la familia de origen de los candidatos. Allí hay vacíos que no pueden ser suplidos por la formación (se puede expresar con el aforismo clásico quod natura non dat, Salmantica non praesta). Carencias afectivas, socio-económicas, baja autoestima, inseguridad, traumas sexuales, promiscuidad, abandono, etc., deben ser considerados seriamente por quienes seleccionan a los candidatos. No se trata sólo del factor económico (que puede sonar a un clasismo odioso y a una discriminación injusta), sino de dimensiones humanas que configuran la personalidad de los clérigos. Es probable también que algunos miembros de los equipos de selección y formación, además de carecer de la preparación necesaria, puedan compartir con los candidatos las mismas dificultades previas[6].

Por otra parte, la bajada de las barreras socioeconómicas (el costo de la formación sacerdotal que antiguamente era asumido por la familia), junto a la valoración de la opción por los pobres, democratizó el acceso a la formación sacerdotal. Pero modificó también el perfil o las características personales de los candidatos. Lo complejo de esta situación es que las tentaciones tradicionales del sacerdocio (clericalismo, poder económico y político, elitismo, asimetría) pueden reproducirse ahora, creando nuevos tipos de clericalismo (búsqueda de prestigio, arribismo, desclasamiento, enriquecimiento, carrerismo, evitación de responsabilidades, funcionarismo, comodidad, etc.). Aunque no exclusivamente, este tipo de disfuncionalidades son caldo de cultivo para los abusos sexuales y de poder que hemos conocido en los últimos años. Y reflejan con mayor virulencia las carencias previas de carácter personal, con consecuencias imprevisibles. El fenómeno del florecimiento de las vocaciones produjo una proliferación de seminarios y casas de formación sacerdotal, todo acompañado de una laxitud de los filtros de selección y equipos de formadores con poca experiencia y escasa preparación.

d) El compromiso del sacerdocio con la justicia social ha sido y es resistido por las corrientes ideológicamente conservadoras. Se lo considera una debilidad y una falta de solidez en el carácter del sacerdote, que tiene una misión más importante y trascendental que las ocupaciones del mundo. Significa que estaría incapacitado o mal preparado para lidiar con las tentaciones del mundo moderno, optando por el acomodo fácil del compromiso social. Y puede terminar enredándose en la búsqueda de protagonismo, en el prestigio social y en el poder, desnaturalizando con ello su vocación. Desde la perspectiva eclesiológica más progresista lo socio-político no es el problema. Comienza a serlo cuando el sacerdote no es capaz de discernir críticamente el tipo de compromiso que puede asumir (que también puede ser social) y a través del cual puede contribuir a cambiar el mundo sin perder su identidad y vocación, y sin asumir posiciones de poder o adoptar relaciones asimétricas frente a los demás, especialmente con el laicado. Por otra parte, cualquier tipo de radicalización impide un diálogo libre, abierto, fecundo y sincero. De modo que el sacerdote llega a confundir su vocación religiosa con la búsqueda de protagonismo social, prestigio y, finalmente, poder. Ésta es una variación del clericalismo camuflado con el compromiso por la justicia social.

e) El factor jerárquico está presente transversalmente en esta crisis. Así lo muestra, con distintos matices, casi toda la literatura. Gran parte de la jerarquía considera a la Iglesia a través de la analogía de una barca que no puede mostrar fisuras para no naufragar en el amenazante mar del mundo. La actitud de connivencia culpable (también, en otros casos, de conciencia invenciblemente errónea) se naturalizó o normalizó en la Iglesia, porque los problemas deben resolverse al interior de la “barca”. En este contexto, la jerarquía actuó con cierta laxitud y/o negligencia ante los comportamientos abusivos de los miembros del clero, configurando una cultura del encubrimiento. Caben aquí consideraciones de contexto que permiten entender mejor el fenómeno de la naturalización del abuso de poder, de conciencia y sexual y, consiguientemente, la ausencia de denuncias a la justicia civil y/o la falta de sanciones claras, ejemplarizadoras y visibles en la Iglesia. La protección a los suyos, el temor al escándalo, el corporativismo, la pérdida de credibilidad y confianza, asuntos de carácter económico e, incluso, cierta tendencia a preservar la fama y el prestigio a costa de otras comunidades religiosas o sacerdotales, pueden explicar en parte el comportamiento de obispos y superiores antes, durante y después de detonar la crisis. Estas actitudes contribuyeron a incrementar la envergadura del escándalo. En una teología donde la Iglesia es Pueblo de Dios antes que jerarquía, resulta incomprensible que los católicos se informen por la prensa de lo que ocurre en su propia Iglesia y que, además, entre los denunciados hubiera sacerdotes de gran fama y reputación, cuyas acciones abusivas fueron naturalizadas por la jerarquía y/o por sus comunidades. Todo esto revestido, por cierto, de una verticalidad del poder sobre el resto de la Iglesia, y particularmente sobre el laicado.

f) Otras notas de contexto ayudan para entender algo más el fenómeno. En primer lugar, una comprensión parcial y/o sesgada de la misericordia ante el pecado de un hermano sacerdote puede explicar varios casos de encubrimiento entre pares. En estos casos, la identificación con el abusador puede gatillar la compasión y un supuesto deber de no-abandono, lo que facilita la normalización de actitudes y conductas abusivas. En suma, la falta de asertividad y el silencio surgen ante el temor por las consecuencias disruptivas (en una estructura colegial del clero) que podrían tener efectos negativos para el individuo que transparenta estas situaciones. En segundo lugar, es probable que existan redes de protección que actúan en la Iglesia y que alcanzan desde comunidades sacerdotales y religiosas hasta la misma jerarquía[7]. Ésta es una arista que sólo se conoce parcialmente en los últimos años, pero que puede ser más profunda de lo que hoy sabemos. En tercer lugar, se puede verificar que la reducción de la crisis a un solo factor (por ejemplo, el celibato o la homosexualidad) no es casual: hace recaer deliberadamente la responsabilidad de la crisis en un grupo delimitado de personas o temas disputados. Esta maniobra (en la que están actuando algunos grupos de poder de la jerarquía) tiene el efecto de distribuir artificialmente el peso del problema, desviando el foco de atención hacia aspectos específicos y a las debilidades de algunos pocos miembros, en lugar de reconocer la envergadura real de una crisis que es global. Todo ello se hace con el propósito de resguardar o proteger a la institución y también los intereses personales. En cuarto lugar, la opacidad con que la jerarquía de la Iglesia ha enfrentado públicamente la crisis no ha hecho más que llevar a la opinión pública a la especulación a veces morbosa, oscura y demonizadora de la Iglesia y del sacerdocio. Enfrentar con verdades a medias o secretismos un problema tan profundo como el actual, en una cultura que valora cada vez más la transparencia de sus líderes y referentes, sólo lleva a tener luego que explicar o justificar todo lo que pueda venir, avivando cada cierto tiempo el debate de si no se podrían haber enfrentado mejor los problemas.

Apuntes finales

En síntesis, podemos decir que los factores de la crisis son diversos y la importancia que se les asigna puede variar de acuerdo a las concepciones morales, teológicas y eclesiológicas que, en la actualidad mal conviven en la Iglesia. Es clave entender que los comportamientos humanos están sujetos a la valoración moral, pero la ideología los puede justificar, naturalizar o, simplemente, condenar y proscribir. Esto ocurre en todas las instituciones humanas, también en la Iglesia. Lo verdaderamente peligroso no es la crisis moral evidenciada en los abusos contra las personas, sino la ideología moralizante que los justifica, normaliza o silencia. Por ello, la crisis actual de la Iglesia es más profunda: es una crisis primeramente moral. Y es también una crisis teológica que amenaza los fundamentos institucionales del catolicismo en Chile y en el mundo. Es fundamental, a nuestro entender, crear una cultura de mayor transparencia hacia el interior como al exterior de la Iglesia. Mostrar los aciertos y las equivocaciones no es signo de debilidad, sino de confianza en la gente. No es necesario que los cristianos sigan siendo considerados como unos niños ingenuos de los que se desconfía. No es ni posible ni necesario que los sacerdotes y la jerarquía se muestren como superhombres, blindados ante los conflictos y las dificultades, o que no puedan reconocer sus errores con madurez y sinceridad. La vulnerabilidad de la condición humana, de la que tanto habla la Iglesia, tiene que ser considerada de modo más serio y realista en la vida diaria de cualquier persona. También, por cierto, de los sacerdotes.

Referencias bibliográficas

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NOTAS:

[1] Véanse, por ejemplo, las denuncias en contra del sacerdote Renato Poblete, connotado sacerdote jesuita, en cuya trama se encuentra involucrado otro sacerdote, ex miembro de la Pía Unión Sacerdotal de Fernando Karadima, o la meteórica condena de otro sacerdote famoso, ex Vicario de la Solidaridad, Cristian Precht, que fue despojado de su condición clerical casi en el mismo momento en que dicho castigo se aplicaba también a Fernando Karadima con casi 8 años de dilación.

[2] Ver Bernal, José (2007) Las Essential Norms de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos sobre abusos sexuales cometidos por clérigos. Intento de solución de una crisis: en IUS CANONICUM, XLVII, N. 94, 2007, págs. 685-723. Bisschops, A.H.M. (2015) Procedimientos de queja en la Iglesia Católica y de víctimas de abuso sexual histórico: en busca de justicia: en EGUZKILORE Número 29, 93-108. San Sebastián. Codina, Víctor (2006) Sentirse Iglesia en el invierno eclesial: Cristianisme i Justicia, Barcelona. Ferrer O., Javier (2005) La responsabilidad civil de la diócesis por los actos de sus clérigos: en IUS CANONICUM, XLV, N. 90, 2005, págs. 557-608. Huneeus, Carlos (2011) Crisis de confianza: La Iglesia en la encrucijada: en Mensaje, Mayo 2011, 134-139. Hurtado, Alberto (1936) La crisis sacerdotal en Chile. Ed. Splendor, Santiago. Ibáñez Aguirre, C. (2015) Victimización por abusos sexuales en la iglesia. Prevención: en EGUZKILORE Número 29, 115-129. San Sebastián. Jaramillo, Isabel (2012) La Iglesia Católica, el sexo y la sexualidad en América Latina: más allá de la distinción público/privado: en Sela 09, 1-15. Jiménez, Álvaro (1996) Las causas del abandono del sacerdocio ministerial: OSLAM, s/f. Jiménez, Francisco (2010) El lugar de la Iglesia en el mundo moderno. Una mirada cronológica a las vocaciones sacerdotales, los laicos y los pobres en el ministerio de San Alberto Hurtado, S.J.: en Teología y Vida, Vol. LI (2010), 521-554. Kung, Hans (2010) Carta abierta a los obispos católicos de todo el mundo: en El País, Sociedad, 15.04.2010. Pardo, J.M. (2011) Abuso a menores. Causas y posibles soluciones: en Scripta Theologica / vol. 43 / 2011 / 297-321. Pérez Rayón, N. (2010) Redes de complicidad y silencio. El Vaticano, la jerarquía católica mexicana y la Legión de Cristo: en El Cotidiano, núm. 162, julio-agosto, 2010, pp. 67-74. Sáez Martínez, Gil José (2015) Aproximación histórica a los abusos sexuales a menores: en EGUZKILORE Número 29, 137-170. San Sebastián. Saffiotti, Luisa (2006) Situaciones comunes que enfrentan sacerdotes y personas en vida consagrada relacionadas con la expresión de su afectividad y sexualidad: en Humanitas 2006, 2 (2): 38-67, ISSN 1659 – 1852. Sánchez-Antillón, A. (2010). El reto de la sexualidad en la iglesia: en Revista Análisis Plural, ITESO 122-138, México. Schickendantz, Carlos (s/f) Creciente desconfianza en las estructuras históricas de la Iglesia. Hacia una reforma institucional en el actual contexto cultural: en Centro Teológico Manuel Larraín, Universidad Alberto Hurtado.

[3] Véase el perturbador libro de Frederic Martel, Sodoma: poder y escándalo en el Vaticano, que describe a la Santa Sede como “el mayor armario de la ciudad”. Puede ser que el análisis de los datos que maneja el autor deban ser triangulados con mayor rigor. Pero hay un fenómeno denunciado por el libro acerca del doble estándar moral que vive la misma jerarquía de la Iglesia, y que no debe ser pasado por alto.

[4] Aunque el Concilio de Nicea (año 325) decretó el celibato sacerdotal (que implicaba que los sacerdotes no se pueden casar, o si están casados no pueden tener relaciones sexuales con sus esposas), en la práctica la norma se aplicó en sectores muy restringidos de la Iglesia (ej. vida monástica). Tanto es así que el Primer Concilio de Letrán (1122), casi nueve siglos después, vuelve sobre el tema y lo decreta a firme. Entre ambos concilios corre mucha agua bajo el puente. Tres siglos antes del Concilio de Letrán el Obispo alemán San Ulrico (890-973) argumentaba, aludiendo al sentido común, que la única forma de evitar los peores excesos del celibato era permitiendo que los sacerdotes se casaran. Se puede deducir, entonces, que el celibato no era practicado en ese siglo, ni antes, ni varios siglos después. En el transcurso del siglo IX un Concilio (Aix-la-Chapelle, 836) denunciaba abortos e infanticidios realizados en algunos monasterios y conventos para encubrir a aquellos clérigos que no practicaban el celibato. Según Fliche-Martin (2006), en el siglo XVI (en plena Cristiandad) la mitad de los sacerdotes en Europa eran casados y aceptados en esa condición por sus comunidades. El Concilio de Trento (1545-1563) volvió a decretar el celibato obligatorio para los sacerdotes. No obstante, se encuentra documentado que al menos seis Papas tuvieron hijos ilegítimos entre los años 1139 y 1585, antes, durante y después de Trento. Concluyamos, entonces, que las faltas al celibato sacerdotal eran bien conocidas por los cristianos y católicos de la época, lo que demuestra no sólo que no es un fenómeno nuevo, sino que difícilmente se puede señalar como el factor más determinante de los abusos.

[5] Véase el ejemplo del abordaje de la crisis por parte de algunas comunidades y/o congregaciones de talante conservador, como el movimiento Opus Dei, u otras que han detonado varias decenas de años después, como el caso de los Legionarios de Cristo. En el caso del Opus Dei, que, de acuerdo a la información existente, ejerce control sobre la vida pública y privada de sus integrantes, se registra sólo un caso de abuso a menor en España. No es menos grave, pues no se trata de números. Pero el dato es ilustrativo de un estilo particular para asumir la crisis.

[6] No se puede olvidar lo constatado por el ya clásico Informe Coleman (1966) que mostró los efectos reproductivos (en el nivel de preparación y el origen) de los profesores respecto de sus alumnos y alumnas, cuando los actores del fenómeno se encuentran en situación de segregación. Mutatis mutandis, podemos pensar que algo similar ocurre en la relación entre formadores y aspirantes al sacerdocio.

[7] Aunque los documentos revelados en las filtraciones conocidas como Vatileaks 2 abarcan en su totalidad manejos financieros opacos al interior de la Iglesia y del mismo Vaticano, la primera filtración del año 2012 (conocida como Vatileaks 1) delata o deja ver la existencia de escándalos sexuales en el mismo seno de la Santa Sede, aunque también en el ámbito político italiano e internacional.

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