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Una herencia de la Guerra Fría

La UP y las Fuerzas Armadas

El gobierno de la Unidad Popular hereda Fuerzas Armadas tan profundamente alineadas a las fronteras ideológicas de la Guerra Fría, que resulta difícil recuperar la soberanía cedida sin arriesgar una crisis mayor. El Presidente Allende opta por diversificar los países proveedores de armamentos y busca implicar a los militares en tareas de desarrollo designando a algunos en puestos dirigentes de empresas públicas u otros organismos del Estado. Pero evita reformas democráticas a las Fuerzas Armadas que pudiesen ser pretexto para instigar la conjura, desoyendo las reivindicaciones de importantes grupos de militares antigolpistas.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, Chile adquiría sus armamentos en varios países: la infantería en Alemania, la artillería de montaña en Francia, los tanques en Estados Unidos y los navíos en Inglaterra. Esta situación cambia con la adhesión de Chile a la “ayuda mutua” militar contra cualquier ataque extracontinental en 1945, en México, y con la firma del “Tratado interamericano de asistencia recíproca” en 1947, en Río. Estos tratados someten a sus fuerzas armadas a la férrea tutela del Pentágono. El documento desclasificado US objectives and courses of action with respect to Latin America, explica que el rol de las misiones militares estadounidenses de aquella época era promover “la estandarización completa de la organización, entrenamiento, doctrina y equipamiento militar de América latina conforme a las líneas de Estados Unidos”.

El alineamiento se concreta a principios de los años 1950, cuando diez países latinos –Chile entre ellos– firman con Washington un Mutual Defense Assistance Pact que institucionaliza las misiones militares estadounidenses. La US Navy instala su misión en Valparaíso (donde probablemente fue planificado el golpe); la aérea se sitúa en la base El Bosque, y otra ocupa el séptimo piso del ministerio de Defensa.

Estas misiones dan dos orientaciones a los militares locales: la “seguridad hemisférica”, es decir, secundar a Washington en caso de conflicto contra China o la URSS y, sobre todo, la “seguridad interior” (2) que los define como anticomunistas y enemigos de una parte de su propio pueblo.

El “combate” contra el nuevo enemigo se organiza rápidamente. En 1946, en Valparaíso, el almirante José Consiglio transmite a la Misión Naval una nómina de comunistas y sindicalistas del puerto, para cuando comience la represión en 1948 (3). Y el agregado militar en Santiago identifica a Bernardo Leighton, el futuro dirigente DC, como procomunist member of the Chilean Falanguist Party, ya que un discurso suyo fue publicado junto a otro de Neruda (4).

Durante los años 1960, Chile es el país más militarizado de América latina, después de Cuba: con unos 46.000 militares y 24.000 carabineros, mantiene seis a siete hombres armados por 1.000 habitantes (5). Estos reciben de Washington alrededor del 10% del presupuesto de defensa, ayuda que aumenta a partir de 1961, después de la revolución cubana y ante una posible victoria de la izquierda en la elección presidencial de 1964. “Todo ocurre –afirma Alain Joxe en 1970– como si la ayuda militar estadounidense estuviera destinada a equilibrar un deslizamiento político, aumentando la dependencia externa de las fuerzas armadas […] el sector de las fuerzas armadas constituye, pues, una pieza maestra en el sistema de dependencia, aunque no sea seguro que tengan plena conciencia de ello (6)”.

Tal ayuda tiene condiciones. Chile debe contentarse con una soberanía limitada sobre buques y otros armamentos “prestados” por EEUU que sólo pueden utilizarse para la “defensa hemisférica”. (...)

Artículo completo: 1 770 palabras.

Texto completo en la edición impresa del mes de mayo 2013
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Jorge Magasich

Historiador.

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