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La gran huelga de hambre del bicentenario. Por José Bengoa

Para mí es un honor presentar el libro de Paula Correa, titulada de periodista en la Universidad y alumna de Magister en Antropología de nuestra casa de estudio. Igualmente saludo a Juan Pablo Cárdenas Director de la Radio de la Universidad de Chile, a la ex Defensora Nacional, Paula Vial y a Natividad Llanquileo, vocera de la Gran Huelga de Hambre del Bicentenario con quienes me honro en compartir esta mesa.

Pregunté al Presidente Rafael Correa del Ecuador en su última visita a Chile, en la Cepal, por la cuestión indígena. Dije que era uno de los asuntos políticos de más alta complejidad en América Latina, y dado que en su país existe una población indígena muy grande, le preguntaba cómo él observaba este asunto. Respondió señalando que efectivamente es el tema más complicado que tiene en su país y también en América Latina. Luego agregó que según su punto de vista, no podía haber un trato especial aunque fuese bien reconocido el carácter de víctima que han tenido los pueblos indígenas; y sobre todo señaló su oposición absoluta a cualquier camino que fuera en la línea de las autonomías ya que ello significaría instaurar “un Estado dentro del Estado”. Quizá animado por la audiencia cepalina, en la que estaba a su lado el Canciller de Chile, ex presidentes, políticos muy conocidos, intelectuales progresistas y de izquierdas, argumentó con pasión en contra de las posiciones indigenistas contemporáneas que reclaman particularidades y derechos mas allá de la ciudadanía nacional común a todas y todos los habitantes de la Nación. Agregó que en varias circunscripciones netamente indígenas había ganado las elecciones en forma contundente frente a sus adversarios indígenas, probablemente agrupados en el movimiento Pachacutec.

Pocas dudas caben que el Presidente Correa se ubica en el espectro político latinoamericano más cargado a la izquierda que a la derecha. Es por ello que traigo esta anécdota para enmarcar el libro de Paula Correa sobre la Huelga de Hambre del Bicentenario. La cuestión o cuestiones indígenas, o como se la quiera denominar, asunto no fácil tampoco, se ha transformado en uno de los asuntos políticos más complejos, valga la redundancia del uso de ese término inocuo y ambiguo, en todos los países latinoamericanos. En medio de los preparativos del Mundial de Football en Brasil, miles de indígenas se enfrentaron con la policía en varias ciudades, y la cifra de presos de las diferentes etnias es enorme. Las fotos en que grupos amazónicos lanzaban “flechas” a la policía rodeada de tanquetas ha recorrido el mundo. El Presidente Ollanta Humala quien subió al gobierno del Perú con la impronta de sus orígenes étnicos, se ha debido enfrentar sin solución aparente con el movimiento de Cajamarca que se expande por todo el Perú. Enmarcar el tema en el continente no exime de responsabilidades al Gobierno y el Estado de Chile, pero otorga un contexto necesario. Hay muchos que en este país considerarán que lo dicho por el Presidente Correa es la posición correcta y progresista.

El libro de Paula Correa se inicia con un excelente relato que podríamos denominar el “espiral”. La antigua y para algunos “tradicional” norma del sometimiento indígena se fue quebrando en todas partes a medida que se avecinaba el “quinto centenario”, 1992, acompañado de procesos generalizados de “modernización”, intercomunicación, “transculturalidad”, globalización y decenas de palabras que han tratado de comprender estos fenómenos que se desataron a fines del siglo veinte. La sumisión se volvió insoportable. En Chile también. Hubo un intento en esos años de una Reforma Constitucional y fue brutalmente rechazada por la derecha: no puede haber un pueblo dentro de otro pueblo , ni un Estado dentro del Estado, dijeron con voces llenas de “sabiondería” los expertos en Derecho Constitucional, por cierto de una Constitución que todos en Chile sabemos cómo se hizo y de dónde viene. Lo mismo ocurrió con el Convenio 169 y la ley indígena que el año 1993 fue al Tribunal Constitucional y fue “charqueada”, con consecuencias como las que señala Natividad Llanquileo en el libro en que su comunidad de Choque en la Provincia de Arauco hoy está jurídicamente divida en tres comunidades(1). Una discusión distinta es si valió la pena tener una legislación defectuosa, parcial e imperfecta o no haber tenido nada. Pero sabemos muy bien quiénes se opusieron a todas las leyes, a todos los resultados de Comisiones diciendo que eran “pérdida de papel”, y que se han negado sistemáticamente a cualquier avance. La mayor parte, sino todo, el movimiento indígena del año noventa y noventa y dos, tenía cifradas muchas esperanzas en lo que podría haber hecho la “transición a la democracia” y el modo cómo esa democracia hubiese llegado también a los pueblos indígenas. Pero no fue así como ocurrieron las cosas en el país que vivimos. El año 97 se formó una Comisión con Nelson Caucoto, Sara Larraín, Juan Bustos entonces presidente de la CUT, y varias personas más entre ellos el autor de estas líneas, para visitar a los presos mapuche en la cárcel de Temuco. Se había producido el primer incendio de dos camiones cerca de Lumaco. Estuvimos en las comunidades y en la cárcel, y conversamos con los dirigentes. Quedamos convencidos que no había sido un hecho premeditado sino que obedecía a las circunstancias en que se había producido el conflicto. La reacción no se hizo esperar y se comenzó a hablar de “terrorismo”. Muchos dijimos y escribimos que cuando se abrían esas compuertas nadie sabía cómo se podían volver a cerrar. Fue lo mismo que dijo el Relator Especial de Naciones Unidas, Rodolfo Stavenhagen en su primera vista a Chile en esos años.

El “espiral” no se detuvo más y está contado detalladamente en este libro. Cada uno sacará sus conclusiones como bien dice la autora. Es evidente que el primer juicio de Angol fue un montaje; la acusación hecha por Juan Agustín Figueroa contra su vecino, Pascual Pichún, inauguró la presunción de “acto terrorista” y puso leña al fuego. En este tipo de situaciones en que los conflictos son producto de largos tiempos de incubación, de siglos de ignominias, en fin, podemos hacer la historia de la espiral pero no tenemos cómo saber su final. Por algo se les denominan “irredentismos”, movimientos irredentistas, no hay cómo, ni modo de pagar la factura. Por eso hablamos siempre de que no hay solución sino solamente “acomodaciones”, esto es, mínimos puntos de acuerdo, de modo que haya niveles aceptables de paz. En Chile estamos muy lejos de ello. Y en América Latina, como ha sido visto al inicio de este artículo, también. En Irlanda del Norte, caso que por su extremidad me parece del mayor interés, las “acomodaciones” llegaron cuando la violencia y el dolor llegó a un límite insoportable. Pareciera que así ocurre siempre. En Chile mientras no se convenza a miles de personas de que es puro racismo el oponerse a reconocer al mundo indígena y sus planteamientos, no creo que haya mucho que hacer.

El libro trata de esta Gran Huelga del 2010, justo en el momento que se pretendía celebrar el segundo centenario de la República. La verdad que no hubo celebraciones. Pero la huelga tuvo como consecuencia poner el tema mapuche en la opinión pública y mostrar las razones de estas luchas, y sobre todo provocó un enorme grado de empatía, que dura hasta el día de hoy. Si algo impresiona en estos días es la gran aprobación que tiene en la población la causa mapuche; allí se ve un grupo de personas que en su oposición a lo establecido auguran una sociedad mejor. Las banderas mapuche a veces junto a la “chilena”, se pasean en las concentraciones como signo quizá de libertad y de dignidad. Ese legado es consecuencia de esta Huelga de Hambre que es relatada con singular maestría en este libro.

El libro tiene un aspecto agobiante. Por ello iniciaba esta presentación con las ideas que circulan sobre este asunto, incluso en los sectores más progresistas latinoamericanos. Las demandas políticas de los indígenas, en este caso de los mapuche, están muy lejos de la comprensión de las elites. Las masas las apoyan por sus significados simbólicos quizá, pero cuando los grupos dirigentes reflexionan sobre el punto, se produce un profundo desencuentro. La búsqueda de “acomodaciones” es indispensable sino queremos llegar enormes cuotas de violencia y sufrimiento.

*José Bengoa es Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Comentario leído en la presentación del libro de Paula Correa NACE UNA VOZ La huelga de hambre de los presos políticos mapuche y el testimonio de Natividad Llanquileo. Ediciones Radio Universidad de Chile. Santiago de Chile, martes 10 de junio de 2014.

1) El Tribunal Constitucional declaró inconstitucional que una Comunidad Indígena histórica, poseyese su propia personalidad jurídica, exigiendo un número de firmas de modo que en una Comunidad Histórica se pudieran formar varias comunidades jurídicas lo que favoreció de modo brutal la división interna.

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