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La guerra de los diagnósticos. Por Ángel Saldomando

Desde que el movimiento estudiantil en 2011 abrió el flanco crítico de la educación de mercado versus la alternativa de reconstruir una educación pública, cada año se ha desmoronado uno tras otro los argumentos justificativos del orden de cosas imperante. El éxito de las elites enriquecidas y cleptómanas, vendido hasta hace poco como modernidad y desarrollo, se trastocó en mediocridad, corrupción y ausencia de proyecto de país inclusivo y democrático. El gobierno de Bachelet, con sus promesas redentoras se empantanó con sus parches deshilachados por la tensión de hacer cambios sin definiciones precisas y preparativos políticos y técnicos claros. Por lo mismo, sin una base de negociación precisa y definida que estableciera límites a los sectores conservadores y al país una hoja de ruta, se quedó sin estrategia política. Todos los días su gobierno parece rehacer su sobrevivencia esperando que la jornada y su mandato acabe pronto.

El absoluto descrédito de políticos, grupos económicos, grandes empresarios e instituciones que sostienen la base del modelo socioeconómico, convive con una opinión con altos porcentajes favorables a los cambios, ello impide que las reformas se archiven al menos en el discurso. De allí que la nueva consigna gubernamental, realismo sin renuncia, conserva la forma mientras el fondo se desfonda y políticamente queda en el limbo.

En tierra de nadie la guerra de los diagnósticos es más que discursos, es un intento desesperado de la élite por generar lecturas que ofrezcan algo a la sociedad a falta de actos y resultados que efectivamente sean verificables por los ciudadanos de a pie. Muy pocos creen que las cosas serán más justas, democráticas e igualitarias.

La derecha recalcitrante alega que esto ocurre porque se quiere cambiar lo que estaba muy bien. Los que vienen detrás, sostienen que Bachelet se compró el discurso de la calle en vez de mejorar las cosas. Un poco más elaborado es el discurso que afirma que reformas si pero no estas, no muchas y menos aún simultaneas. Y en una débil defensa el gobierno argumenta que las reformas son buenas, avanzan, pero que el estado no da el ancho y la economía tampoco y que al final de cuentas se hará lo que se pueda. En todas estas variantes de diagnóstico la figura redentora de la presidenta ha quedado reducida a polvo. En el día a día la clase política intenta encontrar frases salvadoras y caballitos de batalla, sin abordar problemas de fondo. Desde la inseguridad a la corrupción todo es a la superficie, efectismo, nada a las causas.

Detrás de esta rápida usura de los discursos reformistas oficiales se detecta la matriz actual de la política chilena que juega esencialmente a favor del continuismo. Grupos de poder con capacidad de veto, grupos económicos dominantes que controlan la política de manera transversal, clase política elitista auto referida, burócratas diplomados con jugosos cargos como base de la trayectoria política, vaciamiento de los partidos, nexos rotos con los diversos sectores y movimientos sociales.

La política perdió su relación con la sociedad de allí que el discurso y las instituciones flotan sin legitimidad. El debate entre facciones, al interior del mismo pacto transversal, sobre los diagnósticos y las culpas, se diluye en mutuas acusaciones que no dejan ganadores dado que la sociedad toma palco y en su mayoría los considera a todos lo mismo. Esto no es un problema de liderazgos o de prácticas, es toda una matriz política y cultural que se agotó.

Las rutinas institucionales mantienen la normalidad funcional del país, es el puente entre la orilla oficial cada vez más ilegitima y la de la opinión que hace su vida de espaldas a ella, pero las orillas no dejan de separarse, tensionando el puente. No sería la primera vez que en una sociedad la elite se queda hablando solamente para sí, hasta que el hastío y el descontento terminan por sacudirla. La mayoría considera que el país está estancado, no se inscribe en ninguna corriente y manifiesta además su exasperación. El 65% de la opinión está a favor de las huelgas en la educación pese a la contra campaña, el 52% apoya los paros en el transporte, el 45% apoya una nueva constitución, el 68% apoyó el movimiento de profesores, todo esto según el barómetro de la política Cerc-Mori de julio 2015.

La agenda reformista, reforma tributaria, la recuperación de la educación, la salud pública, las pensiones, los derechos laborales, otro modelo económico, nuevos derechos ambientales, culturales, étnicos y de género, son los temas para una nueva matriz política y cultural, cuyas partes siguen fragmentadas y débiles, apenas emergente.

Aun así, frente a la guerra de diagnósticos, se logró imponer una idea central que es el inicio de una nueva lectura del país, se necesitan cambios. La guerra de los diagnósticos abrió la batalla por un nuevo sentido común, por una nueva comprensión de la realidad que poco a poco delimita el pasado a superar y lo que debe venir. Sin embargo lo que salga puede ser una redefinición conservadora del modelo o una dinámica de apertura y de cambios. Chile ya ha pasado por otras etapas como esta, la reconfiguración de actores comienza a dejase sentir.

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