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La guerra de mil años

La guerra de mil años

por Alain Gresh, Jefe de redacción de Le Monde diplomatique, Francia.

Irak arde. Pueden verse allí las consecuencias de la ignorancia estadounidense sobre el campo de batalla (Fallujah poco se parece a una ciudad de Texas, mucho menos a Marsella o a Tolón, liberadas en 1944), o de la arrogancia de una gran potencia. Más profundamente, sin embargo, este chasco es consecuencia directa del concepto de “guerra contra el terrorismo” lanzado por el presidente George W. Bush luego del 11 de septiembre.

En este marco de pensamiento, cada incidente en Irak se ordena lógicamente: los ataques en el “triángulo sunita” sólo pueden ser producto de nostálgicos del régimen de Saddam Hussein o de terroristas internacionales vinculados con Al-Qaeda; la resistencia de Moqtada Al-Sadr, el resultado de la influencia iraní, uno de los miembros del Eje del Mal; toda acción armada, la prueba de que “ellos” odian los valores occidentales. Tal como lo explica ingenuamente un cabo estadounidense en Irak: “Debemos matar a los malos”. Pero cuantos más “malos” mata Estados Unidos, más malos surgen de las ruinas de cada inmueble bombardeado, de cada aldea sometida a allanamientos sistemáticos.

El drama iraquí también podría comprenderse de manera diferente y mucho más simple. Contentos por haberse librado de una dictadura particularmente odiosa y por haber acabado con sanciones que durante trece años vaciaron al país de su sustancia, los iraquíes aspiran simplemente a vivir mejor, libres e independientes. No se ha cumplido ninguna de las promesas de la reconstrucción, la electricidad se corta a menudo, la inseguridad perdura, la miseria se extiende. Las tropas estadounidenses perpetraron el último ataque brutal contra un Estado ya debilitado por los múltiples embargos, dejando que los ministerios ardieran y disolviendo el ejército, según el modelo que habían aplicado en 1945 en... Japón. Por otra parte, los iraquíes no quieren vivir bajo el yugo de un ocupante, cuyos únicos intereses –sospechan– son petroleros y estratégicos. El tiempo de la colonización ha terminado. En Irak, la revuelta de los años 1920 contra el ocupante británico, celebrada desde hace décadas, dejó en la memoria de todos una marca tan indeleble como la Resistencia o la Liberación en Francia. Los iraquíes comparten esta aspiración a la independencia con los demás pueblos y no es necesario sondear su “psicología” o su “alma”, ni someter al Corán y al islam a complejas exégesis para comprenderla. Tampoco es necesario ver en ese país un puesto de avanzada de la cruzada contra el “terrorismo internacional”. El comportamiento de los iraquíes es absolutamente racional y la única solución es una retirada rápida de las tropas estadounidenses y el retorno del (...)

Artículo completo: 1 432 palabras.

Texto completo en la edición impresa del mes de septiembre 2004
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