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La izquierda que ya no queremos

Los estadounidenses que manifiestan contra Wall Street también protestan contra sus relevos en el seno del Partido Demócrata y de la Casa Blanca. Ignoran sin duda que los socialistas franceses continúan invocando el ejemplo de Barack Obama, quien, según ellos, hubiera sabido actuar contra los bancos, contrariamente a Nicolas Sarkozy. ¿Se trata realmente de un malentendido? Quien no quiere (o no puede) atacar los pilares del orden liberal (financiarización, globalización de los flujos de capitales y de mercancías) está tentado de personalizar la catástrofe, de imputar la crisis del capitalismo a los errores de concepción o de gestión de su adversario interno. En Francia, la culpa incumbirá a “Sarkozy”, en Italia, a “Berlusconi”, en Alemania, a “Merkel”. Muy bien, pero, ¿y en otras partes?

En otras partes, y no sólo en Estados Unidos, dirigentes políticos presentados durante mucho tiempo como referencias por la izquierda moderada también se enfrentan a manifestaciones de indignados. En Grecia, George Papandreu, presidente de la Internacional Socialista, pone en práctica una política de austeridad draconiana que combina privatizaciones masivas, supresiones de empleos en la función pública y abandono de la soberanía de su país en materia económica y social en manos de una “troika” liberal. Los gobiernos de España, de Portugal o de Eslovenia recuerdan también que el término izquierda está a tal punto pervertido que ya no se la asocia a un contenido político particular.

Uno de los mejores fiscales de este impasse de la socialdemocracia europea es Benoît Hamon, el actual portavoz… del Partido Socialista francés (PS). “En el seno de la Unión Europea –revela en su último libro Tourner la page (Dar vuelta la página)–, el Partido Socialista Europeo (PSE) está históricamente asociado, por el compromiso que lo liga a la democracia cristiana, a la estrategia de liberalización del mercado interno y a sus consecuencias sobre los derechos sociales y los servicios públicos. Fueron gobiernos socialistas los que negociaron los planes de austeridad requeridos por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional. En España, en Portugal y en Grecia, por supuesto, la oposición a los planes de austeridad tiene como blanco al FMI y a la Comisión Europea, pero también a los gobiernos socialistas nacionales. […] Una parte de la izquierda europea ya no rechaza que sea necesario, siguiendo el ejemplo de la derecha europea, sacrificar el Estado de bienestar para restablecer el equilibrio presupuestario y complacer a los mercados. […] Hemos sido en muchos puntos del planeta un obstáculo para la marcha del progreso. No me resigno” (2).

Otros, en cambio, consideran irreversible esta transformación porque tendría como origen el aburguesamiento de los socialistas europeos. Aunque también es bastante moderado, el Partido de los Trabajadores (PT) brasileño estima que la izquierda latinoamericana debe tomar el relevo de la izquierda del Viejo Continente, demasiado capitalista, demasiado estadounidense y por lo tanto cada vez menos legítima a la hora de defender los intereses populares: “Se produce actualmente un desplazamiento geográfico de la dirección ideológica de la izquierda en el mundo –indicaba en septiembre pasado un documento preparatorio del congreso del PT–. En ese contexto, se distingue América del Sur. […] La izquierda de los países europeos, que tanto influyó a la izquierda en el mundo desde el siglo XIX, no logró aportar las respuestas adecuadas a la crisis y parece capitular frente a la dominación del neoliberalismo” (3). La decadencia de Europa es también, quizás, el crepúsculo de la influencia ideológica del continente que vio nacer el sindicalismo, el socialismo y el comunismo y que parece resignarse más que otros a su desaparición.

¿Implica esto que ya está perdida la partida? ¿Los electores y militantes de izquierda más apegados a contenidos que etiquetas pueden esperar, incluso en los países occidentales, combatir la derecha con camaradas conquistados por el liberalismo pero aún electoralmente hegemónicos? En efecto, el ballet se volvió ritual: la izquierda reformista se distingue de los conservadores mientras dura la campaña por un efecto óptico. Luego, cuando se le da la ocasión, se esfuerza por gobernar como sus adversarios, por no perturbar el orden económico, por proteger la platería del castillo.

La necesidad, o incluso la urgencia, de la transformación social, proclamada por la mayoría de los candidatos de izquierda en ejercicio de responsabilidades gubernamentales, requiere que estos últimos vean en ello algo más que una retórica electoral. Pero también... que accedan al poder. Y en este punto, la izquierda moderada le da una lección a los “radicales” y a los otros “indignados”. Ella no espera “el gran día; tampoco sueña con refugiarse en una contra-sociedad aislada de las impurezas del mundo y poblada de seres excepcionales. Para retomar los términos de François Hollande, no pretende “bloquear, antes que hacer. Frenar, antes que actuar. Resistir, antes que conquistar”. Y estima que “no vencer a la derecha es mantenerla, por lo tanto elegirla” (4). La izquierda radical, en cambio, preferiría según él “subirse a cualquier enojo” antes que “elegir el (...)

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Serge Halimi

Director de Le Monde diplomatique.

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