La guerra tiene su derecho y sus reglas. La ciberguerra, en cambio, aún no cuenta con contornos claros y plantea serios problemas: cómo regular un enfrentamiento cuyos protagonistas son indefinidos y que se desarrolla en un terreno civil, Internet.
Poco a poco, las sociedades industrializadas se mudaron a la “aldea global” a la que Marshall McLuhan daba su nombre profético en 1967: para una porción creciente de las actividades cotidianas, cada cual depende de la misma red de Internet libre y abierta. Pero cuando aparecen en el ciberespacio desafíos militares, la vida civil se encuentra en primera línea. Para retomar las palabras de la estrategia francesa de defensa y seguridad de los sistemas de información, esta situación hace del ciberespacio a la vez una “nueva torre de Babel” y unas “nuevas Termópilas”. Allí se vive y se combate simultáneamente.
La multiplicación de los conflictos estatales es a menudo llamada “ciberguerra”, a pesar del hecho de que ningún acto de violencia informática desencadenó aún un conflicto armado. El nombre seduce tanto más cuanto que remite a un trasfondo cultural que, sobre todo a partir de la película hollywoodense War Games (1983), forjó un imaginario común al punto de influir las políticas públicas en materia de beligerancia digital...
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