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A 40 años

La revisión de Mayo del ’68

Casi un centenar de libros han sido editados este año en Francia para “celebrar” Mayo del ‘68. A primera vista, tal proliferación de publicaciones pareciera aportar una diversidad de enfoques e investigaciones esclarecedoras, para profundizar así la comprensión de un fenómeno que abarcó a numerosos países y a sectores diversos de la sociedad. Sin embargo, a pesar de que los defensores entusiastas de las revueltas y los detractores desengañados se atacan sin miramientos, todos ofrecen una interpretación unívoca de la historia.

Muchas veces, una conmemoración constituye una relectura del pasado en función de los interrogantes del presente. La evocación de 1968 no escapa a esta regla. Bajo la referencia “1968” se agrupa un repertorio de agitaciones sensiblemente heterogéneo –manifestaciones, ocupaciones de edificios, marchas, secuestros, enfrentamientos con las fuerzas del orden– que, visto en retrospectiva, la idea de contracultura logró amalgamar.

Según el caso, la agitación duró o no, se encendió o decayó por sí misma, o bien se amplificó al punto de cuestionar a los equipos de gobierno, como sucedió en Checoslovaquia. Los movimientos de protesta se diferenciaron también por su configuración social. Según los lugares y momentos, movilizaron a obreros, estudiantes, campesinos o artistas; se acotaron, como en el caso de Italia, a algunas universidades; se diseminaron por las calles de las capitales, como en Berlín o ciudad de México; o se propagaron por muchos sitios, desde la gran ciudad hasta las capitales provinciales, como en Francia.

Por otra parte, muchos movimientos del ’68 parecen no haber empezado ese mismo año: para describir los diversos conflictos sociales que alcanzaron su apogeo en esa fecha conmemorativa, sería más justo hablar de “los años ’68”. Probablemente, comparando Mayo del ’68 con otros acontecimientos análogos, como la “primavera de los pueblos” de 1848, la dinámica de conjunto se aprecie mejor. No todos los protagonistas vieron colmadas sus esperanzas, pero todos resultaron marcados por las circunstancias. Lo demostraron además en sus ulteriores actividades, con su participación en política, en educación, en salud, o en el área social, teatral, culinaria, etc. Y entonces, en el proceso de retorno al orden se reestructuraron las interpretaciones formuladas en el fragor de la acción.

Sucesivamente, Mayo del ’68 ha sido presentado como un complot (teledirigido desde Moscú o Washington), como el ensayo general de un gran día, como una crisis mundial de la juventud, un conflicto generacional, una crisis de crecimiento de la universidad, el complejo de Edipo en las calles, una revuelta de civilizaciones, un conflicto de clases (antiguo o moderno), o una crisis política. Ninguna de estas ideas totalizadoras satisface. La idea de que Mayo del ’68 podría haber sido un movimiento interno o internacional tampoco es mejor, dado que el observador nunca se enfrenta a grupos sin contacto entre ellos ni a cuestionamientos sin referencias mutuas. A veces, el éxito de algunas manifestaciones las convirtió en banderas en otras partes; esto confiere particular importancia al caso francés. Más allá, Mayo del ’68 habría sido inconcebible sin las multitudes que le otorgaron un carácter excepcional. Además, la energía de los colectivos de coordinación congregó a esas multitudes dispuestas a proseguir las acciones iniciadas.

En todas partes, frente a los tanques soviéticos en Praga, en la organización de sentadas en Berkeley, coexistieron “organizados” y “no organizados”. En todas partes, esos delegados, representantes o portavoces contaron con el peso y el apoyo de los extrapartidarios dispuestos a la acción: solidarios frente a la represión, indignados frente a las injustas relaciones de fuerzas internacionales, o movilizados para hacer suya la esperanza de liberación de continentes o masas de explotados. Por elemental que sea, toda revisión de Mayo del ’68 hace palpable el enfrentamiento cardinal que lo atraviesa: entre los que nada tenían que objetar al mundo tal cual era –ya sea que estuvieran sometidos a él o sacaran partido de él– y todos aquellos que lo concebían y anhelaban distinto.

¿Pero cómo se impuso eso que los profesionales de la política vieron como un castigo, y todos los interlocutores válidos como una crisis mayor en la que la expresión de desobediencias se articulaba con la inevitable crisis de confianza?

Engrenajes

Tres mecanismos genéricos esclarecen la cuestión. En primer lugar, las circunstancias favorecieron la revalorización de ciertos temas condenados hasta ese momento a una circulación confidencial entre iniciados. Si nos atenemos al caso francés, son muchos los que admitieron la relevancia de ciertas ideas consideradas nuevas, y encarnadas por algunas revistas de reducida (...)

Artículo completo: 2 354 palabras.

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Bernard Lacroix

Profesor de Ciencia Política de la Universidad de París X, Nanterre. Miembro del Instituto Universitario de Francia. Autor de L’utopie communautaire. Mai 68, histoire sociale d’une révolte, P.U.F., París, 2006.

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