A tres años de su estallido, las protestas en el mundo árabe, amenazadas hoy por injerencias extranjeras y divisiones confesionales, buscan una nueva bocanada de aire. Mientras Siria padece una cruenta guerra civil, Túnez confirma que las aspiraciones a la ciudadanía y la búsqueda de compromiso pueden convertirse en una realidad.
En sus inicios, la “primavera árabe” hizo volar en pedazos los prejuicios occidentales. Desacreditó los clichés orientalistas acerca de la incapacidad congénita de los árabes para concebir un sistema democrático y puso en duda la creencia según la cual no se merecían nada mejor que ser gobernados por déspotas. Tres años más tarde, siguen intactas las incertidumbres en lo que respecta a la evolución de ese proceso, que entra en su cuarta fase. La primera etapa, concluida en 2011, vio estallar una ola gigantesca de reivindicaciones concernientes a la dignidad y a la ciudadanía, alimentada por protestas masivas y espontáneas. La etapa siguiente, en 2012, fue la del repliegue de las luchas sobre su contexto local y su ajuste a la herencia histórica de cada país. Simultáneamente, fuerzas externas empezaron a reorientar estos conflictos en direcciones más peligrosas, llevando a los pueblos a la situación en la que se encuentran hoy en día…
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