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Los monolitos del pensamiento conservador. Por Luis Nitrihual Valdebenito

Para todos los estudiantes de Chile por su digna lucha

La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos

Marx. El 18 Brumario de Luis Bonaparte

Lo que actualmente aqueja a las universidades públicas y privadas, cuyos estudiantes nuevamente de manera ejemplar están movilizados, es ya una constante desde hace casi una década y aún antes. Lo más preocupante de esto es que nada, o muy poco, cambia. Marchamos, se paran las universidades, hay tomas de espacios, etc. En este sentido he entendido una de las últimas entrevistas realizadas al historiador chileno Gabriel Salazar quien enfatiza el hecho de que llevamos marchando durante años y no cambia nada, o muy poco. No es que no sirva hacerlo. Este tipo de acciones colectivas tienen su papel y su importancia. Sin embargo, debemos dar un paso más. Debemos, en algún momento, generar un punto de inflexión. Las generaciones actuales debemos pensar una sociedad más allá del Chile postdictadura. Me gustaría extenderme sobre dos modos de conservadurismo que aunque distintos han mantenido el orden hasta hoy imperante en nuestras universidades y, en general, en el modelo de educación chileno.

1. El monolito fundamental: la derecha y su modelo de educación.

Lo primero, y tal vez una de las cosas más relevantes a considerar de forma urgente, es la necesidad de superar la ideología neoliberal que supone que nada puede cambiar. Para las actuales generaciones, ya se sientan de izquierda o sencillamente si tienen una sensibilidad social, la visión de este país es la de un bloque simbiótico que se ha repartido el poder. Unos se quejan de que nada puede hacerse y los otros repiten que efectivamente esto es así. En este sentido, me gustaría esbozar la hipótesis de que se trata de un doble conservadurismo que contiene estrategias y, lógicamente orígenes, distintos.

La primera de ellas es la más evidente. La instalación del neoliberalismo como modelo de desarrollo del país. Sobre este aspecto existe una abundante literatura que nos muestra como ha impactado este modelo en el desarrollo del país. En las universidades esto se muestra como un modelo que si bien ha expandido las posibilidades de estudiar y tener un título universitario, ha generado sus propios problemas y vicios. Uno de ellos es el endeudamiento. Puedes estudiar, pero para realizarlo debes pagar. En la actualidad han aumentado la cantidad de becas, pero lo cierto es que toda una generación de actuales profesionales se encuentran endeudados a 15 o más años. Cómo comprar una casa o un automóvil, la educación hay que pagarla en cuotas. El segundo aspecto es que las universidades y los institutos han producido tantos profesionales que hoy es prácticamente imposible que todo/as tengan trabajo en lo que estudiaron. En un país donde las industrias son escasas, donde los medios de comunicación están concentrados, donde hay una escasa participación de la empresa privada en reinversión industrial, donde continuamos dependiendo de la venta de nuestros recursos naturales, hemos llegado a un callejón sin salida. Las frustraciones están a la vuelta de la esquina. Hoy existen muchos profesionales trabajando en las más variadas ocupaciones, pero pagando por algo en lo que nunca ejercerán. Esto es terrible pues la universidad de antaño era garantía de movilidad social, pero la de hoy no lo puede asegurar.

Por esta razón, desde la racionalidad económica, hace algunos años se viene introduciendo la variable de empleabilidad para discutir la pertinencia de las formaciones profesionales en las universidades. El problema de esto es que en un país tan deficiente y limitado en su desarrollo económico, las universidades podrían terminar convertida en una mega facultad de salud y algunas (sólo algunas) ingenierías.

Existe un bloque de defensores de este modelo. Matices más, matices menos, alegan que es necesario perfeccionar este modelo. Lo que estos defensores olvidan es que el sistema de créditos es el corazón de un modelo que vive del endeudamiento. Esto no es un vicio o un error del modelo, sino su modo de funcionamiento. Es su batería. El endeudamiento y la especulación financiera es la forma de organización del capitalismo monopólico actual.

Hay que decirlo con toda claridad. No es posible seguir sosteniendo un modelo de educación basado en el endeudamiento. La educación gratuita es una cuestión de máxima urgencia. La educación no puede seguir sometida al mercado. Los padres no deben hipotecar su futuro en el intento de asegurar movilidad social a sus hijos. Los que quieran hacerlo, adelante, pero el Estado tiene la obligación de fortalecer decisivamente la educación pública y entregar a la mayoría de la población chilena las posibilidades de lograr lo mismo que quienes pagan grandes sumas de dinero por tener a sus hijos en colegios privados.

La desregulación -entendida como una estrategia- fue la forma de organizar el sistema educativo chileno. En este aspecto, si bien es cierto que buena parte de la población estudiantil chilena está en instituciones privadas o particular subvencionadas, también lo es que esto ha sido un proceso económico-político que ha desfavorecido lo público y fortalecido lo privado. Entre otras estrategias para conseguir esto se puede observar un proceso de regulación de las universidades públicas. Para muestra un botón. El efecto chilecompras sobre la institucionalidad pública no es sólo un modelo de caución de los dineros fiscales, sino un modelo de lentitud que roza el absurdo. Y sin embargo, en el otro lado, las instituciones privadas han podido funcionar a plenitud en el modelo de mercado de la educación chilena.

2. Otro monolito: la izquierda y el establishment.

Si bien es cierto, esta ideología se implantó e implementó desde los sectores de la derecha chilena e internacional, está se articuló luego, durante el largo periodo de la transición, con una izquierda profundamente debilitada y carente de proyectos. La idea fundamental de muchos de estos sectores ha sido situarse en el poder aún a costa de traicionar sus propios principios. Los escándalos de la clase política en los últimos meses han dejado en evidencia que estamos en presencia de un sistema corrupto que ha funcionado de manera bastante más articulada de lo que parecía. Ponce Lerou financiaba a sus antiguos adversarios y me aventuro a pensar que no será lo último que veremos en materia de financiamiento de la política chilena.

De todos estos escándalos lo más preocupante es el desprestigio que sufre el significante “izquierda”. Esto, por supuesto, será utilizado en las próximas elecciones. Se ha producido una fatal sincronía en las prácticas políticas de los sectores de la antigua derecha y de la izquierda institucionalizada.

Ahora bien, en el caso de las universidades, esta izquierda ha funcionado como una suerte de soporte moral, un verdadero muelle donde han atracado los desastres de la dictadura militar. Los miedos y las cicatrices han sido tan eficaces en el control de estos sectores que llevamos más de 20 años con un modelo de universidad heredado de la dictadura. Es tan poco democrático este modelo que opera sobre la base de Juntas Directivas que poseen el soporte legal para decidir el futuro de las instituciones. Ante esto, gritos más, gritos menos, los académicos han sido incapaces de articular estrategias de transformación de esta realidad que opera de facto y sobre la base de los miedos heredados.

El mayor conflicto de la situación anterior es que muchos de los directivos de estas instituciones son académicos que se describen como de izquierda. Entonces, es imposible no pensar que la mantención de este modelo se debe también, en el mejor de los casos, a la inmovilidad de este sector del mundo académico. En otros casos se trata de una abierta reconversión neoliberal. En otros, mucho ruido y pocas nueces.

Por está razón, es necesario constatar que el pensamiento conservador en las universidades se ha asentado transversalmente en todos los sectores, incluidos aquellos que se describen como progresistas. Ni aún en sus más pequeños espacios han cambiado las prácticas antidemocráticas heredadas de la dictadura. Vale la pena estudiar este fenómeno más allá de consideraciones políticamente correctas. Con esto quiero decir que más allá de valorar el trabajo de recuperación democrática que emprendieron las generaciones de los años 70 y 80, es necesario superar el miedo a transformar nuestros espacios universitarios.

Es obligación de todos y todas, incluidas esas generaciones de la dictadura, no sólo tener un discurso de izquierda, sino actuar de forma transformadora. Pienso igual que Salazar que esto no pasa por asistir a una marcha y sentirse contento por ello. Tampoco pasa por vivir, como el sentido común suele reclamarnos, una vida seudo franciscana para aparentar pobreza. Se trata más bien de asumir que si hablamos, por ejemplo, de democracia universitaria debemos comenzar a incorporar a estudiantes y funcionarios en la elección de las autoridades universitarias. Soy de los que cree que esto no terminará con la universidad. No existirá un cataclismo comunista. Cuando estos estamentos participen sus votaciones de fragmentarán de la misma forma en que se fragmentan todas las votaciones en Chile. Estudiantes ≠ comunistas. Funcionarios ≠ comunistas. Ambos son ciudadanos que quieren elegir a las autoridades que los representan.

Temuco, junio de 2015

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