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Movimiento, juego y poesía visual: “Pareidolia” de la Compañía La Llave Maestra. Por Paquita Rivera y Alex Ibarra

La propuesta de esta obra recupera aquella tradición teatral en que la expresión del cuerpo sobrepasa los límites de las palabras, buscando un lenguaje poético sofisticado que apela a la sensibilidad apartada de una razón alerta y vigilante. Es decir, la realización de un encuentro con las emociones más prístinas del ser humano. Un lenguaje al ritmo palpitante del corazón desnudo de sus velos, desplegados en el rítmico movimiento primitivo de la danza.

La propuesta de esta Compañía de teatro chilena-española se atreve a la experiencia del juego poético convertido en la orientación clara reflejada en esta puesta en escena titulada “Pareidolia”. Término que sirve como definición para referirse a aquel fenómeno neuro-sicológico en el cual aparecen caras y figuras en objetos inanimados, es decir, la representación maravillosa de algo que no es realmente. En otras palabras, un despertar de las capacidades de la imaginación, a veces olvidadas en el contexto de nuestras vidas agotadas en sociedades cargadas de trabajo y de sobre explotación.

El clima que permanece en los distintos actos de la obra es la manifestación de la fantasía, una representación próxima de la ensoñación, que es parte, de nuestro cotidiano vital. Ocurren acontecimientos que interpelan nuestro ser, desplazándonos de la latencia a la patencia. Aquello que en nuestro cotidiano de habitantes de la “gran urbe” se ha ido encapsulando como en un capullo que muchas veces olvidamos debe ser necesariamente destruido para dar a luz no una vez sino en forma constante, el asombro y la capacidad lúdica, nuestra olvidada genética del ser creado para vivir, y no tan sólo para sobrevivir. Así es como la experiencia “Pareidólica” nos sumerge en un viaje de resignificaciones que apelan a nuestro niño perdido en esta delirante “mátrix” de la globalidad y la alienante híper-conectividad; de la cual al parecer no podemos escapar, aún cuando luchemos contra ella; y regala un destello de lo que puede llegar a ser la respuesta a esta búsqueda. Es el caso, a modo de ejemplo, del divertido vibrato del canto de uno de los personajes que emerge de otro personaje tanto o más enigmático y jocoso, que nos abre a la risa fácil sin necesariamente haber vivenciado previamente algo similar, tal vez apelando a la intuición de la experiencia artística a través de la música y su diversidad expresiva, inseparable por cierto, del ser completo en todas sus dimensiones y yendo más allá, indivisible. Arte como universo. Cuerpo, espíritu, danza, teatro, plástica-visual, música. Un todo directo a lo sensorial sin el tránsito por la sobre-explotada y “pseudo-necesaria” racionalidad.

Yendo un poco más allá de los límites sicológicos, se puede decir, que hay una apertura del portal del misterio -cercano, aunque no idéntico- a aquellas creencias espirituales de la religiosidad mapuche en la concepción de objetos o seres que aparecen y desaparecen siendo parte del gehmapu.

Junto con la fantasía se interpela a la inocencia como elemento del juego, por eso que los niños, presentes en la obra, reían a carcajadas y los adultos se ríen como niños en varios de los actos. Esa risa que no se comprende, como la del chiste aburrido y reiterado del payaso de circo, que consigue siempre hacernos reír. La risa va apareciendo no como contagio sino como experiencia. “Pareidolia” regala un momento en el cual nos entregamos a la fantasía y al juego a partir de la recuperación de la inocencia. Dicha experiencia no resulta invasiva, dado al hecho de que el lenguaje creado es una expresión de poesía visual conmovedora.

Podemos recordar la concepción wittgensteniana que concibe al lenguaje como un juego, cuestión esencial de contenido con alcances existencialistas considerando que este filósofo afirmó que “los límites de mi mundo son los límites del lenguaje”. También es válida aquella afirmación atribuida a Ionesco en torno a la posibilidad de transformar el mundo a partir de la transformación del lenguaje. La relevancia política de estas cuestiones relacionadas al lenguaje ayudan a la radicalización que rompe con la economía de lo simbólico, o más bien pobreza del logos instrumental perteneciente a las sociedades mercantilizadas y consumistas. Los objetos recobrados, desde una práctica pedagógica del reciclaje, son revividos, desde la creatividad. Aquello que parece inútil es resemantizado en cuanto posibilidad que esconde la existencia de un producto capaz de intervenir las formas opresoras del hastío, acercándonos a la convicción de que lo auténtico de la vida tiene que ver con esa vocación colectiva por la felicidad.

Hemos sido testigos de esta propuesta escénica sintiéndonos interpelados a dialogar con ella, siguiendo el encuentro sonoro con la música de la poesía que genera siempre un pensamiento dinámico, abierto a la interpretación del espacio que compartimos. Sólo agregamos la invitación a ser parte de esta experiencia, ya que la obra volverá a ser exhibida en el mes de marzo en este mismo espacio de Matucana 100. Además, esta Compañía teatral exhibirá, entre el 22 al 24 de enero, la obra “Los niños del Winnipeg” en el Teatro El Zócalo.

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Foto Andrés Olivares

Autores: Paquita Rivera.
Alex Ibarra Peña.
Colectivo Música y Filosofía:
“desde la reflexión al sonido que palpita”.

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