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Mundos opuestos. Por Bruno del Maipo

Hace un tiempo leí una entrevista realizada a un integrante de la banda de música Los Miserables (1). En ella dijo algo que, no obstante su obviedad, no deja de ser digno de ser citado o, al menos, parafraseado escuetamente: que no se necesita montar un programa de “reality“ para mostrar las desigualdades que ya existen en el país. A esto uno podría agregar, ahora por cuenta propia, que todo el afán televisivo en pos de lograr una especie de reactivo socioemocional -algo así como una pequeña dosis de identificación con el drama de los participantes por parte de los espectadores- se torna fútil y presuntuoso frente a esta simple pero feroz idea de rodar un Mundos Opuestos in situ, vale decir, en los lugares mismos de la desigualdad(2).

Y es que el reality se ha convertido hace ya mucho tiempo en una forma más de visualizar en horario estelar aquello que el resto de la jornada pasa casi inadvertido gracias al entramado de relaciones que, cual velo tejido indiscerniblemente, componen la textura de la vida social. Lo interesante del caso reality sería, empero, atender a la forma en que se ofrecen los “nudos” de este velo, vale decir, reparar en aquellos momentos de “tensión” que permiten percibir una especie de relato social en sordina y que, en el caso de Mundos Opuestos, se ofrece en clave entre farandulera y rocambolesca: el ritual de los equipos de competidores como un eco de la competencia social, los estratos sociales de los participantes como reflejo del de los espectadores, el mundo del pasado y del futuro como dos formas de convivencia radicalmente opuestas -mas no en términos temporales sino, más bien, materiales, como se puede apreciar tras cada paso de un mundo a otro-.

Se podría seguir aumentando la lista con otro tipo de programas que reproducen esta especie de relato de la desigualdad, aunque en clave distinta. Quién quiere ser millonario, por ejemplo, lo ha hecho también recurriendo a una especie de encierro emocional (3) pero, en su caso, indagando los motivos de los participantes para requerir el dinero, motivos que no pocas veces reflejan las necesidades de una mayoría situada “del otro lado“, en el ”mundo opuesto“ (4). Llenar, entonces, el vacío que produce la carencia de una narración propiamente dramática (5) , vacío narrativo típico de programas extremadamente formateados y que no son más que una interminable cadena de repeticiones y sobreentendidos de una determinada forma de “concurso“ o “competencia”, podría ser visto, desde cierta perspectiva, como un modo un tanto bizarro de mostrar, acaso involuntariamente, una especie de relato mayor.

En este mismo sentido, sería interesante ver una parte de las manifestaciones sociales que tuvieron lugar durante el año pasado con motivo de las demandas por una educación pública gratuita y de calidad -y que comienzan a tener lugar nuevamente-, como otra especie de intento por mostrar frente a la “ciudadanía audiencia” -pero siguiendo en esto el registro de la ejecución (performance) pública de contenidos propios del pop aparentemente menos politizado (6) - otra especie de dramaturgia al servicio de la narración del relato de la desigualdad.

En efecto, conscientes del papel que juegan los medios de comunicación masiva -internet y televisión principalmente- en la edición y transmisión de dichos contenidos, el intento por farandulizar en forma sui generis un cierto tipo de discurso político ha articulado, al parecer, otro registro para la interpelación social y política. Y es que mientras ciertos programas concurso de la televisión apelan implícitamente a una competencia social real, ciertas formas y cierto lenguaje empleado en parte de la movilización estudiantil, por su parte, expone y trastoca abiertamente los manidos registros provenientes de algunos circuitos del drama de televisión para reutilizarlos, en este mismo acto, como símbolos para la significación y apelación política.

De manera que no es extraño ver presente en parte de la retórica de la movilización, esto es, en la forma de interpelar al poder político y de apelar a la ciudadanía, un tipo de lenguaje que traspasa las fronteras de la tradicional interpelación y apelación política. En este sentido, cabría proponer que, tras buena parte de la movilización, late el deseo de ejercer una acción que vaya más allá de los objetivos específicos de tal o cual grupo y, que, valiéndose de formas y contenidos usualmente calificados de apolíticos y degradados a la categoría de consumo masivo, es capaz de oponer situaciones, articular diferencias y narrar contenidos, dejando en esto la tarea política de tramar sentidos y de interpretar una historia común. Un ejercicio propiamente apelativo, de persuasión, de exigencia política, que posiciona el deseo mayoritario en el codiciado lugar del horario estelar.

Notas:

1) Se trata de una entrevista a Claudio García. Cf. Gallo, M., Cuando era pendejo no entendía las canciones de Silvio. Ahora tampoco. En Revista The Clinic, versión en línea: http://www.theclinic.cl/2012/03/07/cuando-era-pendejo-no-entendia-las-canciones-de-silvio-ahora-tampoco

2) Los lugares que él propone para rodarlo son, en este caso, los barrios de La Dehesa y La Legua. Hollywood, por su parte, ya ha rodado sus propios mundos paralelos. El Show de Truman (The Truman Show, 1998, EE.UU) es un ejemplo de lo que un reality total podría significar. Todo el mundo que rodea al personaje principal de esta cinta es un mundo “prefabricado” con el fin de emitir, por televisión, un programa sobre él en horario estelar. No obstante, una de las diferencias principales respecto a Mundos Opuestos es que el personaje central de El Show de Truman desconoce la naturaleza del montaje, borrándose así para él la línea que separa ficción y realidad.

3) La escenografía y el movimiento de luces conforman buena parte de la dirección dramática de este programa. El escenario en forma de medialuna que prácticamente “cerca” a los participantes -y que les hace evocar a ellos y a nosotros las figuras del rodeo y del coliseo, entre otras -, más el uso de una iluminación penetrante e inquisidora -fuertes tonos enfocados directamente a los rostros y cuerpos de los participantes en los momentos de interrogación y respuesta- hablan, a su modo, de una especie de encierro emocional, de un tipo de exposición mediática extrema que sirve al propósito de contar y exponer breves historias de deseos, sueños, éxitos, fracasos y necesidades.

4) No pocos participantes confiesan necesitar el dinero para cubrir necesidades como, por ejemplo, seguir estudios superiores o iniciar una actividad comercial que les permita salir adelante. En cualquier caso, lo que cabe destacar aquí no es tal o cual necesidad -cosa que, por cierto, ya habla por sí misma- sino más bien las urgencias sociales que se dejan ver tras el paso de tal o cual participante.

5) La carencia de una narración de acciones que contengan un sentido a descubrir, esto es, que apelen a cierta capacidad de tejer una trama por parte del espectador.

6) La representación pública de una parte de Thriller -la del baile de los zombies- de Michael Jackson, frente a La Moneda, sirve aquí como ejemplo de dichas representaciones.

brunomap@yahoo.es

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