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No Justificar lo injustificable. Por Víctor Hugo de la Fuente

Hoy en Chile estamos viviendo algo realmente insólito, una especie de mundo al revés. Los civiles que promovieron y apoyaron el golpe de Estado, que participaron con cargos en la dictadura militar, que se apropiaron de empresas estatales, que fueron participantes o cómplices -activos o pasivos- del régimen, han conseguido no sólo no ser juzgados sino además seguir ejerciendo cargos políticos y hoy se encuentran hasta en el gobierno. La extrema derecha golpista y sus herederos han logrado incluso que los medios de comunicación (especialmente el duopolio que también apoyó el golpe) los califique de “centro derecha”. Con su nuevo ropaje atacan a quienes defienden los Derechos Humanos y el deber de memoria, mientras intentan defender la dictadura, buscando “contextos” que justifiquen el golpe, los asesinatos, las torturas, las desapariciones, etc. Sin embargo hay algo evidente y que nunca debemos olvidar: un golpe de Estado y una dictadura son crímenes y no hay “contexto” que los justifique. Intentan ocultar el terrorismo de Estado, los salvajes crímenes cometidos durante 17 años, cayendo en el negacionismo, que en países como Alemania, Francia, Bélgica y Suiza es castigado incluso con cárcel.

El golpe que terminó con la democracia en Chile fue preparado por civiles y militares, con apoyo directo de Estados Unidos, en una de las más graves intervenciones extranjeras en nuestro país. Hoy intentan justificar lo injustificable y falsear la historia acusando a las víctimas de ser los responsables. Se pretende incluso señalar que Salvador Allende, fallecido en medio de La Moneda bombardeada, sería culpable de ese putch. Jamás se debe confundir a las víctimas con los verdugos y nunca lo que haga una víctima justifica el crimen contra ella.

Los que dieron el golpe de Estado y eliminaron la Constitución, hoy tienen la desfachatez de plantear que la Constitución de la dictadura sólo debe modificarse según las normas que allí se establecieron de la manera más antidemocrática, y se niegan a llamar a un plebiscito -lo más democrático- para aprobar una nueva Constitución.

Con el paso del tiempo, resalta aún más la figura de Allende y su clarividencia. Basta recordar sus discursos, desde el que pronunció en la FECH el día que ganó las elecciones, pasando por el realizado en la ONU, el 4 de diciembre de 1972, criticando “el poder y el accionar nefasto de las transnacionales, cuyos presupuestos superan al de muchos países...” hasta su impresionante última alocución, desde la Moneda el 11 de septiembre de 1973. Quisiéramos destacar el compromiso y la fidelidad de Allende, hasta su muerte, con las causas sociales y políticas de los más pobres y al mismo tiempo su realismo político, su capacidad de agitar, de educar y sobre todo de unir fuerzas en torno a un programa popular, dirigiendo ese gigantesco movimiento democrático que llevó al pueblo al gobierno en 1970. Hay que recuperar la memoria de un presidente que hizo de la ética su más alto valor, recalcando su combate por un socialismo democrático y revolucionario. Allende no es un simple mártir, no se debe olvidar que bajo el gobierno de la Unidad Popular Chile recuperó el cobre, profundizó la reforma agraria, defendió la enseñanza pública y gratuita, creó el área social de la economía y promovió la participación popular en las decisiones. Con Allende los chilenos recuperaron la dignidad. Y hoy Allende es un ejemplo para los movimientos sociales que luchan con antiguos y nuevos sueños.

V.H.de la F.

*Director de la edición chilena de Le Monde Diplomatique.

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