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Nuevas y originales formas de protestar La militancia AVATAR

Ante las originales nuevas formas de protestar de los estudiantes chilenos, reproducimos íntegramente este artículo publicado en la edición chilena de LE MONDE DIPLOMATIQUE, noviembre de 2010:

En febrero de 2010, cinco militantes palestinos, israelíes e internacionales desfilaron por localidad ocupada de Bil’in, con el cuerpo pintado de azul como los Navi, el pueblo protagonista de la película de ciencia ficción Avatar, de James Cameron. El ejército israelí lanzó gases lacrimógenos y bombas sonoras contra esos manifestantes de piel azul ataviados con keffiehs y pañuelos, que lucían colas y orejas puntiagudas. Imágenes video del incidente, yuxtapuestas a secuencias tomadas de la película hollywoodense, fueron luego difundidas en YouTube. Allí se puede oír a los personajes proclamar: “¡Vamos a mostrarle al Pueblo del cielo que no puede apropiarse de todo lo que desea! ¡Esta es nuestra tierra!”.

La ficción de James Cameron hizo correr mucha tinta. Un crítico cinematográfico del Vaticano dijo que es una apología del “culto a la naturaleza” (1), mientras que para algunos militantes ecologistas es “la mayor epopeya jamás captada en celuloide en honor del medio ambiente” (2).

Muchos militantes de izquierda se burlaron de las contradicciones de la película, que a la vez condena el colonialismo y reproduce los fantasmas de culpabilidad de los blancos progresistas; y la rebautizaron “Baila con Pitufos”. Un militante de la comunidad cherokee, Daniel Heath Justice, estimó que el film llama la atención sobre el destino de los pueblos originarios, aún cuando Cameron simplifica a ultranza los males del colonialismo al crear una representación odiosa pero confusa del complejo militar-industrial (3). Sin embargo, cada uno a su manera, esos críticos rompen con la visión de una cultura de masas trivial e insignificante, que apunta a distraer de los problemas del mundo real.

Los manifestantes de Bil’in vincularon la lucha de los Navi por su Edén, a sus propias tentativas de recuperar sus tierras (el video difundido por YouTube insiste en el contraste entre los exuberantes bosques de Pandora y las tierras áridas y polvorientas de los territorios ocupados). La desmesurada imaginería de Avatar les brindó una representación de su propio combate. Y gracias a la poderosa maquinaria publicitaria hollywoodense, esas imágenes son ahora reconocibles en todo el mundo. La visión de una extraña criatura de piel azul retorciéndose de dolor en medio del polvo, sofocada bajo el efecto de los gases lacrimógenos, causó impresión y reactivó mensajes que se busca ignorar.

Al apropiarse de Avatar, los militantes neutralizaron algunas de las objeciones más corrientes que se hacen a la película. Cronistas conservadores le reprochaban fomentar un sentimiento anti estadounidense, pero en la medida en que las imágenes de Navi fueron retomadas por grupos de protesta en todo el mundo, el mito fue recentrado en las encarnaciones locales del complejo militar-industrial. En Bil’in, aquel enfrentaba los palestinos al ejército israelí; en China, la población autóctona al gobierno de Pekín; en Brasil, los indios de la Amazonía a las compañías forestales.

Sin llegar a pintarse de azul, intelectuales como la novelista india Arundhati Roy y el filósofo esloveno Slavoj Zizek, aprovecharon los debates generados por Avatar para recordar la situación crítica de las tribus originarias indias Dongria Kondh, que tratan de impedir el acceso a sus territorios sagrados, codiciados por las minas de bauxita. Es decir, que Estados Unidos no es el único “Imperio del mal” del planeta Tierra. Algunos críticos de izquierda temen que haber puesto el acento en los protagonistas humanos blancos de la película haga que los espectadores se identifiquen fácilmente a ellos. Pero quienes protestan eligieron vestirse de azul.

En realidad, los “militantes Avatar” no hacen más que explotar un antiquísimo lenguaje de la protesta popular. En su ensayo Woman on Top (4), hoy en día convertido en un clásico, la historiadora de la cultura Natalie Zemon Davis, recuerda que en los comienzos de la Europa moderna los manifestantes ocultaban su identidad por medio del juego de roles, llevando vestimentas de pueblos reales (los moros) o imaginarios (las amazonas), vistos como una amenaza para la civilización. En el Nuevo Mundo, los buenos ciudadanos de Boston perpetuaron esa tradición disfrazándose de indios americanos para tirar cargas enteras de té en el puerto de la ciudad. Y en Nueva Orleans, los negros estadounidenses formaban sus propias tribus indias el martes de Carnaval, recurriendo a la imaginería del “Wild West Show” de Buffalo Bill para expresar su demanda de respeto y de dignidad; costumbre que recientemente volvió a sacar a la luz David Simon en su serie Treme, emitida por HBO.

En su libro Dream, el activista Stephen Duncombe afirma que la izquierda estadounidense adoptó un lenguaje racional, frío y elitista, que apunta a la mente más que al corazón (5). Proscribiendo el vocabulario demasiado sofisticado de la mayoría de los discursos políticos, podría extraer su fuerza emocional de los relatos apreciados por el público en general.

Hace poco, un equipo de investigadores de la Escuela Annenberg de comunicación y periodismo, de la Universidad de California del Sur, elaboró una lista de grupos que retomaron la cultura pop para defender la justicia social. Esos investigadores se interesaron particularmente en la “cultura participativa”: a diferencia de los medios masivos, los sistemas digitales permitieron a un gran número de usuarios apropiarse de los medios de comunicación, y aprovechar la cultura para alcanzar sus propios objetivos. Los relatos compartidos constituyen la base de poderosas redes sociales y generan espacios donde se pueden debatir ideas, producir conocimientos y crear una cultura. En esos procesos, los seguidores adquieren una preparación y construyen una infraestructura local parar poder compartir sus puntos de vista sobre el mundo. Así como en los pueblos de cazadores los más jóvenes se divierten disparando con arco y flechas, en la sociedad de la información los jóvenes se distraen manejando esta última.

El fundador de la Alianza Harry Potter, Andrew Slack, califica ese fenómeno de “acupuntura cultural”, sugiriendo que su organización habría identificado un “punto de presión” vital del imaginario común, que él quisiera vincular con preocupaciones sociales más amplias. La Alianza Harry Potter ya concientizó más de cien mil jóvenes en todo el mundo respecto de las guerras en África, los derechos de los trabajadores, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la colecta de fondos para Haití, o las campañas contra la concentración de los medios. El joven Harry Potter, afirma Andrew Slack, ya entendió que el gobierno y los medios mentían al público para ocultar el mal que ambos escondían en su seno, y formó junto a sus camaradas el Ejército de Dumbledore para cambiar el mundo. Así fue que le preguntó a sus discípulos qué males de este mundo debía combatir el Ejército de Dumbledore. En el Estado de Maine, por ejemplo, la Alianza organizó una competencia entre las distintas casas de Poudlard la escuela de brujería que frecuentaba el joven mago en la que los participantes debían reunir el mayor número posible de electores para un referéndum sobre la igualdad de derechos matrimoniales. Esta visión lúdica de la militancia permitiría, por otra parte, movilizar a jóvenes que se sentían excluidos del proceso político. Tales iniciativas pueden parecer cínicas (por renunciar al poder de la razón para convencer a las masas) o ingenuas (por confiar más en los mitos que en la realidad). Pero siempre llega el momento en que uno emerge del clima reconfortante de lo imaginario y se enfrenta a las dificultades de la realidad.

Esa “militancia” no exige necesariamente que uno se pinte de azul, pero si que uno muestre creatividad ante las imágenes que difunden los medios. La derecha también recurre a ese tipo de acciones. En Estados Unidos, el dibujo animado Dora The Explorer, que relata las aventuras de una niña latinoamericana y de su mono, fue aprovechado por los dos campos políticos para demostrar las consecuencias de la nueva ley sobre la inmigración votada en Arizona. De su lado, en su batalla contra su reforma sanitaria los “Tea Parties” ultraconservadores utilizaron una caricatura del presidente Barack Obama con los rasgos de El Guasón, el malo del film The Dark Knight Returns, de la serie Batman.

Evidentemente, semejantes analogías no dan cuenta de las sutilezas de esos debates políticos, de la misma forma que no se pueden reducir las diferencias entre el Partido Republicano y el Demócrata a las que separan los elefantes de los asnos, sus respectivos emblemas, heredados de historietas políticas de otra época. Avatar no puede hacer justicia en el largo combate por los territorios ocupados, y el video en YouTube no puede suplantar a un discurso informado sobre el tema. Pero su aspecto espectacular y participativo provee a algunos recién venidos a la cosa política, la energía emocional necesaria para continuar el combate. Y los lleva a otras formas de acción.

NOTAS

1 Federico Lombardi, L’Osservatore Romano, 10-1-2010.

2 Harold Linde, Mother Nature Network, Mnn.com, 4-1-2010.

3 “Guest Blogger: Daniel Heath Justice on ‘Avatar’ “, First Peoples, 20-1-2010.

4 Natalie Zemon Davis, “Women on Top: Symbolic sexual inversion and political disorder in early modern Europe”, in Barbara Babcock, The reversible world: Symbolic inversion in art and society, Cornell University Press, Ithaca, 1978.

5 Stephen Duncombe, Dream: Re-imagining Progressive Politics in an Age of Fantasy, The New Press, Nueva York, 2006. Ver el extracto publicado en “Culture: mauvais genres”, Manière de voir, n° 111, junio-julio 2010..

Por Henry Jenkins, ex director del programa de estudios comparados de medios, en el Massachusetts Institute of Technology (MIT); decano del departamento de comunicación, periodismo y arte cinematográfico de la Universidad de California del Sur. Autor de Fans, Bloggers and Gamers: Exploring Participatory Culture, New York University Press, 2006.

Traducción: Carlos Alberto Zito

Artículo publicado en la edición chilena de LE MONDE DIPLOMATIQUE, noviembre de 2010

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