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Parias. Por Gustavo Gac-Artigas

Se dice que solo un ser humano puede comunicarse con otro ser humano, aunque no siempre sea cierto, hay humanos que no quieren comunicarse, que solamente quieren sentirse escuchados sin interesarles la opinión de su interlocutor.

Se dice que el ser humano, a diferencia de las máquinas o de la inteligencia artificial puede ver, analizar y emocionarse, aunque al parecer hay una parte del ser humano que se niega a ver aquello que le produce sentimientos de culpa.

Se dice que solo un paria puede reconocer a otro paria.

Fui un paria. Llevado por los vientos tormentosos de la dictadura en Chile hace 45 años me convertí en un paria, temí a las fronteras y a los funcionarios, un pasaporte me pareció un bien tan lejano como lo es la fortuna para un director de teatro o un escritor que no hace concesiones a una literatura light como se llama hoy a lo anodino.

Durante años, como todo buen paria, llevé a mi familia conmigo y culpable hacía cruzar a mis pequeños hijos una nueva frontera prometiéndoles un futuro de sonrisas, sin temores, un suelo en que pudieran pisar de sentirse parte de, y no de sentirse pisando un suelo que no les pertenecía. Y cada vez que cruzaba una frontera, un escalofrío recorría mi espalda sin saber si una vez más nos cerrarían para siempre una frontera.

Fui un paria por buenas razones, dije alguna vez en una charla, y me arrepiento. Ello implica que hay parias por malas razones, y que se es un buen paria al huir de una dictadura, pero se es un mal paria al huir del hambre; se es bueno al huir de la tortura, pero se es malo al huir de la violencia cotidiana del hogar, se es bueno cuando al cruzar una frontera se puede observar alrededor y escribir un poema, pero se es malo cuando se tirita de miedo y de frío agachando la cabeza avergonzado, avergonzado por lo que se es un mal paria.

Al ver a los niños agarrados de las faldas de sus madres observando el puente que marca la frontera de Rumichaca entre Colombia y Ecuador, temerosos, mirando sin entender el porqué otros niños pueden cruzar, soltarse de las faldas y jugar, me veo, me siento paria.

Durante siglos, el agua ―barreno punta de diamante― fue construyendo el puente que nos unía con la constancia del minero que cavó los socavones en las altitudes para arrancar el fruto de la tierra, y fue horadando la roca para formar un puente natural, símbolo de mi continente, cáscara de piedra a la que le habían sacado el corazón.

Por él pasó Huayna Cápac para conquistar el sur de Colombia, por él pasamos nosotros para conquistar los escenarios, por él no pueden pasar hoy los venezolanos, los parias que surcan mi continente 45 años después para unirse a mi canto.

Dije, fui un paria, les pido perdón, SOY un paria puesto que cada vez que uno de los míos es detenido en la frontera soy yo a quien detienen, cada vez que un niño llora, son mis hijos quienes unen su llanto al de ellos. Les pido perdón puesto que no hay buenos o malos parias, quizás simplemente existimos los condenados de la tierra.

Se dice que el fuego purifica o calienta el alma, pero hay fuegos como el del infierno de Dante que atormentan el corazón cuando arrasan un campamento construido de latas, cartones y esperanza en Pacaraima en la frontera entre Venezuela y Brasil y duele aún más cuando son los pobladores de la miseria quemando la miseria.

Se dice que los muros se construyeron para proteger al hombre de la intemperie, pero los muros hieren al hombre cuando sobre él aparecen pintadas cruces gamadas pidiendo la expulsión del extranjero nicaragüense que huyendo de un régimen autoritario llega "a poner en peligro la seguridad de las mujeres y los bienes en Costa Rica", o son muros para impedir el ingreso de los centroamericanos por el sur de México, o en el norte, intentan impedir el paso de los inmigrantes y sus familias a los Estados Unidos, y se les separa y se les devuelve, mercancía humana que no tiene cabida ni precio en un mercado global.

Se dice que el mar alimenta, que el mar une y acaricia, pero no se dice que el vientre insaciable del Mediterráneo se alimenta día a día de los cuerpos de los parias que prefieren desafiar la muerte al hambre o la tortura en manos de los suyos.

Se dice que solamente un ser humano es capaz de ver la injusticia, desviar su mirada y dormir, que solamente un ser humano es capaz de cerrar sus oídos a la marcha de los parias del mundo quizás por lo que teme que algún día sea él, o uno de sus hijos, quienes se unan a la marcha de los que caminan por la tierra reclamando un pedazo de tierra donde soñar, junto a sus hijos, soñar.

Yo, un paria, les invito a construir un puente de esperanza, y que junto a los parias del mundo nuevamente caminemos sonriendo por la tierra.

Gustavo Gac-Artigas. Escritor y director de teatro chileno, miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE).

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