¿Por qué interesarse por la noción de imperio? ¿No vivimos en un mundo de Estados-Naciones? Aquellos que, por ejemplo, forman parte de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), con sus banderas, estampillas e instituciones.
A menos que, comparada con la longevidad del Imperio Otomano (seiscientos años), por no mencionar la sucesión de dinastías chinas a lo largo de varios milenios, la “era del Estado-Nación” pudiera considerarse una anomalía pasajera en la historia de la humanidad. Y más aún cuando muchos conflictos recientes -en Ruanda, Irak, Afganistán, la ex Yugoslavia, Sri Lanka, el Cáucaso, Israel, etc.- se explican por las dificultades para encontrar nuevas formas de organización que reemplacen a los imperios, en 1918, 1945 o después de 1989.
Nadie sugiere hundirse en la nostalgia imperial: los mundos perdidos del Raj británico o la Indochina francesa no esclarecen nuestras reflexiones políticas modernas. Tampoco el recurso sistemático a los términos “imperio” o “colonialismo” -atajos a menudo insuficientes destinados a desacreditar cualquier intervención estadounidense, francesa u otra- contribuye al análisis de la geopolítica contemporánea. Sin embargo, el estudio de los imperios, antiguos o recientes, permite descubrir las raíces del mundo contemporáneo y profundizar nuestra comprensión de los modos de organización del poder político, ayer, hoy y, por qué no, mañana...
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