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Política y cultura: encuentros y desencuentros. Por Bernardo Subercaseaux

(A propósito de Cataluña, la Araucanía y los permanentes “gallitos” entre Chile y Bolivia)

Hablar de una nación plurinacional, que contiene a más de una nación parece para el ciudadano de a pie una contradicción. ¿Cómo puede ser que lo que es UNO sea también DOS y hasta TRES? Si aclaramos la génesis de los dos conceptos de nación y los ámbitos que involucran, la contradicción desaparece. Por una parte tenemos el concepto de nación como institución política, heredero de la ilustración y de la revolución francesa. Así concebida la nación implica un Estado, una base territorial, una unión de individuos gobernados por una constitución y unas leyes. Se trata de una institución propia de la modernidad que reemplaza a otras formas de territorialización del poder como fueron los imperios, los principados o las monarquías. Es dentro de este marco que Chile, Perú y Argentina emergen como republicas en las primeras décadas del siglo XIX, rompiendo con esa forma arcaica que fue el imperio y la Colonia.

La concepción política de la nación, va a ser, empero, rearticulada y cuestionada por el pensamiento alemán, con ideas que van a significar un viraje en el uso del concepto. En el romanticismo germano se gesta una concepción cultural de la nación que es antagónica a la ilustrada, en la medida que pasa a ser definida por sus componentes no racionales ni políticos. Contra la universalidad ilustrada abstracta, el romanticismo alemán rescata los particularismos culturales, lo singular e infra intelectual, la etnia, el origen, la lengua y el habla, aquello que el concepto de ciudadano invisibiliza. En este uso del concepto la base del mismo pasa a ser no una frontera geográfica definida desde la política, sino un fondo cultural y espiritual: la nación como memoria compartida, como alma, como espíritu y tradición, como sentimiento y lenguaje, como cultura. Desde ambos usos se entiende que la nación política pueda acoger a más de una nación cultural, y puede ser plurinacional o pluricultural. Canadá es un caso, un ejemplo de convivencia armónica entre la lógica política y la lógica cultural, cohabitación que se logró mediante el dialogo y los acuerdos en un contexto de democracia.

Acostar por la fuerza a la nación cultural en el lecho de Procusto de la nación política ha probado ser históricamente inconducente. Como también lo ha sido recurrir a una ortodoxia culturalista y en base a ella anular y reprimir otras dimensiones, como ocurrió, por ejemplo, con el pangermanismo nazi o con ISIS (desde un fundamentalismo etno cultural o religioso en que se desconoce el concepto de ciudadano y los derechos políticos, civiles y sociales que este concepto implica). También resulta inconducente independizar un territorio en base a su unidad cultural desgajándolo de una nación política, con pérdidas mutuas para los dos ámbitos. La concepción ilustrada y la concepción romántica de la nación apuntan a dos realidades, a dos matrices y a dos lógicas que en aras de organizar la convivencia vale la pena armonizar.

Pasado y futuro

Un ejemplo histórico de desencuentros y encuentros, fue la guerra franco prusiana por Alsacia y Lorena a fines del siglo XIX, los criterios para legitimar o cuestionar el derecho de conquista resumían las dos concepciones de la nación. Mientras los franceses defendían el principio de cuño ilustrado de la voluntad ciudadana y la definición político institucional, los alemanes, con Theodor Mommsen a la cabeza, afirmaban que Alemania tenía el derecho de anexar estas provincias basándose en una concepción de la nación que la definía como una comunidad de lenguaje, de costumbres, de modos de ser y de cultura. Luego de un tratado posterior a la segunda guerra mundial, en que se articularon ambas concepciones, hoy la región es sede del parlamento europeo, y en Alsacia conviven y se retroalimentan ambas lógicas, haciendo de una provincia que en el pasado estuvo en disputa y fue ocasión de guerra, un símbolo de la paz franco alemana.

La matriz ilustrada proclama –al menos discursivamente- la dignidad y los derechos de todo ser humano, de allí que desde esa mirada no siempre las prácticas culturales por ser culturales deben preservarse, es el caso, por ejemplo, de la mutilación genital femenina en Guinea o Mali, o el trato que se le da a las mujeres en Saudi Arabia. El pasado también nos enseña la extraordinaria perdurabilidad de la dimensión cultural en relación a una determinada institucionalidad política. En Perú el imperio incaico como institución sucumbió hace más de cinco siglos, sin embargo sus vasos sanguineos siguen vivos y circulando. La cultura tiene una notable maleabilidad para mimetizarse, para hibridizarse, para perseverar y resurgir. Piénsese en Los ríos profundos, la novela de José María Arguedas, escrita en limpio castellano en el que subyace, empero, una sintaxis quechua. La utopía arcaica de alguna manera reaparece en diferentes costumbres y manifestaciones artísticas.

En la Feria Artesanal que se instala los domingos en San Pedro de Atacama, no se vende música peruana, ni música boliviana, ni música argentina, ni música chilena, se vende “música andina”. Es un hecho significativo. La cultura trasciende las fronteras y congrega lo que el recorte político nacional suele separar. Otro tanto ocurre en el extremo sur en que Argentina y Chile comparten la cultura patagónica. En América Latina las fronteras políticas no coinciden con las fronteras culturales.

¿Quién articula a quién?

Si bien la lógica cultural a menudo puede ser contradictoria con la lógica política, en la necesidad de armonizarlas la pregunta es ¿quién articula a quién? ¿lo político a lo cultural? o ¿lo cultural a lo político? Ya Ernest Renan en su famosa conferencia de 1882 ¿Qué es la nación?, esgrimió una respuesta. Aunque él no lo expresa así, sus ideas pueden ejemplificarse con la metáfora de la mano y el guante: la matriz política de cuño ilustrado debe ser la que articula los dedos culturales, si los ignora y los desconoce corre el riesgo de ser un mitón, que puede servir como guante de box pero no para tocar el piano de una democracia plural. Una lógica, la política, tiene entonces preeminencia sobre la otra, pero no puede desconocerla. La mano necesita los dedos y los dedos a la mano.

Amortiguar los chovinismos

Hace unos años un investigador de la Universidad de Santiago descubrió un documento de 1722 en Coquimbo, zanjaba definitivamente -según él- la vieja polémica de si el pisco era de origen chileno o peruano, no se prestó sin embargo demasiado atención a un hecho significativo: en 1722 Chile estaba bajo el alero del virreinato del Perú, y operaba en algunos aspectos como provincia: debía, por ejemplo, solicitar al Perú autorización para acuñar moneda. Operaba en muchos aspectos como una provincia. Con el criterio de derechos de origen y el recorte nacionalista a posteriori, Perú y Bolivia serían riquísimos, puesto que todo el mundo y hasta la cadena Mc Donald tendría que pagarles derechos de origen por la invención y cultivo de la papa. El hecho es que los préstamos y las apropiaciones de expresiones culturales, de ideas y hasta de productos gastronómicos existen desde siempre y resulta inútil delimitar lo que es propio y lo que es ajeno, pues lo que ayer era de allá hoy o mañana es o será de acá. La cultura y las ideas trascienden las fronteras políticas, sobre todo en América Latina, que llegó a sentarse a la mesa de la modernidad cuando la misma ya estaba servida, dejando debajo de la mesa a las poblaciones autóctonas.

Otro tanto se puede decir de las identidades culturales que no pueden considerarse como un conjunto de rasgos más o menos fijos, como una esencia más bien inmutable constituida en un pasado remoto, pero operante aún y para siempre. Menos que nunca en un mundo globalizado y de crecientes migraciones. Con cierta socarronería, Jorge Luis Borges decía que “mentalmente el nazismo no es otra cosa que la exacerbación de un prejuicio que sufren todos los hombres: la certidumbre de que su patria, su lengua, su tradición y su sangre, son superiores a las de los otros”.

Hibridez e interculturalidad

Los ejemplos de circulación, préstamos y apropiación cultural abundan. La Araucana, un poema épico del renacimiento español, es considerado desde Andrés Bello como un poema fundacional de la literatura y de la nación chilena, y así se estudia en nuestro país. En la fiesta de los mil tambores en Valparaíso la mayor parte de los bailes y disfraces son altiplánicos. En el campo maulino se escucha casi más música ranchera que cuecas, y a ningún campesino se le ocurriría decir que los corridos mexicanos no son propios. La cultura hip-hop que nació en la década del 80 en Harlem y Nueva York, puede escucharse hoy, en versión rapera, en los buses del transantiago, pero referida no a Nueva York sino a la vida de las poblaciones periféricas de la capital. En Perú se acaba de realizar una enorme superproducción cinematográfica con productor peruano y director británico, en base a una historieta y a un pájaro considerado emblema de la chilenidad: me refiero a Condorito. Los ejemplos de préstamos e intercambios culturales podrían multiplicarse hasta el infinito.

Cabe mencionar lo que ha acontecido en el plano de la gastronomía con un país vecino, “restaurante peruano” es hoy día una marca registrada, pero más allá de la marca las apropiaciones, vale decir el fenómeno de hacer propio lo que viene de afuera, se está dando en la Vega Central incluso en los supermercados, donde se comercializan entre tomates, paltas y cebollas productos peruanos como el ají amarillo, el camote, la yuca, la Inca Cola, el rocoto, la cancha o maíz seco y la chicha morada, que son adquiridos no solo por los miles de peruanos que han llegado a Chile en las últimas décadas, sino también por consumidores locales que van gradualmente haciendo propia esa gastronomía. En la cultura letrada, en la cultura popular y en la cultura de masas se dan intercambios y flujos de interacción de ida y vuelta.

La nación en su dimensión política tiene mucho que aprender de la nación en su dimensión cultural, y, también, viceversa. No cabe duda entonces que el encuentro y la armonización de ambas lógicas y el reconocimiento y valoración de la variable cultural en el desarrollo y en las relaciones internacionales, puede contribuir a armonizar la convivencia, y de paso darle algo de lubricación a una democracia que a los ojos de los jóvenes y del ciudadano de a pie se percibe bastante oxidada.

Bernardo Subercaseaux

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