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¿Quién es usted?

Cuando digo “yo también soy periodista” lo hago con mucha humildad, porque hasta mi memoria llega una amplia galería fotográfica y en ella están los rostros de Juan Pablo Cárdenas, que por ser un gran periodista fue rehén personal de Pinochet, de Pepe Carrasco, que por ser un gran periodista fue asesinado por Pinochet, de Rodolfo Walsh, que por ser además de escritor un gran periodista fue asesinado por la dictadura argentina, de José Luis Lopéz de La Calle, que por ser un gran periodista fue asesinado por ETA, y a ellos se agregan otros ilustres colegas del gremio que he ido encontrando en el camino, de tal manera que, al decir “yo también soy periodista” lo hago además con orgullo, pero con un orgullo que no dura mucho pues la profesión está en franca decadencia.

Hace seis años me tocó acompañar a Rynzard Kapuscinsky, el Maestro de maestros, cuando recibió el premio Príncipe de Asturias de Comunicación. Caminábamos por Oviedo, y Kapuscinsky me confesaba el pánico que sentía cada vez que lo entrevistaban. Quise saber si se trataba del síndrome del entrevistador entrevistado o un caso de simple timidez, pero Kapuscinski sugirió que dejáramos el tema y buscásemos un lugar donde sirvieran buen café.

Ahí estábamos, en una terraza, cuando se acercó una chica muy joven, bastante bella, y que se presentó como periodista de un canal de televisión. Solicitó una entrevista breve, un par de minutos, dijo, total es para la televisión, agregó, y a continuación sacó un espejito, arregló su maquillaje mientras un colega disponía la cámara y otro preparaba el micrófono para el entrevistado. -¿Quién es el importante?- consultó el técnico. Su pregunta interrumpió la labor embellecedora de la periodista. Era sin dudas una buena pregunta, así que, fiel a lo aprendido en su facultad de periodismo nos miró a los dos, tal vez para deducir experiencia, años de circo, o para recordar las fotos vistas a la rápida en google y, finalmente, se ayudó echando una mirada al programa de los premios.

¿Quién es el premiado? preguntó, y entonces Ryszard Kapuscinsky me indicó con un dedo acusador. Dejé que me pusieran el micrófono, el camarógrafo mostró los dedos, cuatro, tres, dos, uno, y la periodista empezó la entrevista, breve, total es para la televisión. -¿Quién es usted y por qué lo premiaron? Una pregunta doble merece una respuesta meditada, así que me presenté como un escritor lituano, autor de una novela cuyo argumento resumí: un hombre sufre muchas traiciones, va a dar a la cárcel, pasa varios años en las peores condiciones, se fuga, y como no olvida ni perdona a quienes le ofendieron consagra su vida a la venganza.

La joven periodista se despidió, ni un solo segundo se preocupó por la mirada atónita de Kapuscinsky, y lo más seguro es que esa entrevista haya sido vista por mucha gente que tiene derecho a ser responsablemente informada, pero ese derecho está en peligro pues la precariedad en que ha caído el periodismo hace que nadie sea responsable de lo que se escribe, dice, o emite. Salvo contadas excepciones, y que son los pocos periódicos hechos por periodistas que, con absoluto rigor, asisten al funeral de una profesión tan hermosa como necesaria.

Muchas veces, al decir "también soy periodista", siento que grito "y también soy de los últimos mohicanos", de los que huelen a tinta y a tabaco, de los que se queman los ojos documentándose, y claro, de los que recibíamos un sueldo digno, estábamos sindicalizados, y no dependíamos de los miserables salarios que reciben los becarios. Sí. Sé que es una opinión de veterano, pero de un veterano que todavía ama su profesión justamente porque conoció y conoce a otros veteranos más interesados en la calidad de la información que en conservar la asepsia de las modernas salas de redacción.

Hace un par de meses mi última novela obtuvo un premio importante, naturalmente tuve que conceder muchas entrevistas y, lo digo con dolor, muchas de ellas empezaron con el “¿quién es usted?” al que respondí con paciencia. “¿De qué trata su novela?” es otra de las preguntas inevitables. Estoy seguro de que si respondo: mi novela cuenta las historias de un señor que de tanto leer se creyó caballero andante y confundió los molinos de viento con gigantes, más de alguno o alguna publicará esa respuesta qué, más que un homenaje a Cervantes, es mi llanto por el conocimiento despreciado.

También soy periodista, digo, y me siento como Don Quijote de La Mancha, derrotado al fin, viendo como en el patio de su casa la ignorancia baila feliz junto a la hoguera en la que arden sus libros.

Luis Sepúlveda, Gijón, 1 de junio de 2009

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