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Rebelión en la granja. Por Ángel Saldomando

En la célebre novela de Orwel los cerdos lideran la sublevación de los animales contra los humanos que los explotan pero terminan imponiendo una dictadura. Luego los otros animales se sublevan contra ellos para emparejar las cosas. Al final triunfan los buenos.

En el Chile actual los cerdos se quejan de que sus privilegios se vean contestados después de su dictadura. Eso ni Orwel lo hubiera imaginado.

Aunque al leer la introducción de estas líneas se pueda hacer la asociación con el desastre provocado por la criadora de cerdos Agrosuper, en realidad se trata de llamar la atención sobre la reciente reunión de grandes empresarios. En ella manifestaron su preocupación por la agresividad de los consumidores y de las instancias de fiscalización contra ellos. Es más, no se sabe si en serio en broma, uno de sus más conspicuos representantes del retail afirmó que habría que crear “un servicio de defensa del vendedor”. El mundo al revés. Es como si los leones se quejaran de la agresividad de las cebras.

El punto es que detrás de esta reacción se esconden cuatro aspectos particularmente graves. Los privilegios, La competitividad sucia, La posición intransigente, las consecuencias políticas.

El orden de los privilegios

La cuestión del orden de los privilegios es hoy una cuestión reconocida por la opinión. Prácticamente no hay terreno en que no primen los privilegios, los desbalances desmedidos y abusivos a favor de los grupos económicos en desmedro de los ciudadanos incluso en su simple condición de consumidores.

Esta es una economía usurera y de expoliación. Incluso dentro de los países que cubren los grupos económicos internacionalizados le han reservado a Chile los precios más y tasas de intereses más altos contra salarios, eso sí, igualmente bajos. Esta situación en parte heredada de la dictadura tiene una larga tradición en el país, dónde nunca ha habido un pacto social fundador de una redistribución estructural del crecimiento y en derechos establecidos con un horizonte de progreso. Acostumbradas a la impunidad y a los privilegios de casta, las elites resienten los reclamos como una amenaza y no como un problema a reparar en términos de justicia social.

El otro aspecto que aparece, igualmente feo, es el tipo de crecimiento basado en competitividad sucia por medio de la violación de derechos establecidos incluso universalmente, laborales, ambientales y con un régimen fiscal leonino a favor de las empresas. El cacareado crecimiento no se traduce en beneficios para el país, algo que hasta la tímida OCDE reconoce. Bien por el contrario lo tiene al borde de la catástrofe ambiental y al borde de la ruptura social apenas los reclamos comienzan, tan poco es el margen de maniobra que otorgan los grupos económicos.

Esto revela una intransigencia fundamental en las cuestiones estructurales que la derecha disfraza de valores, tradición, eficacia económica y otras pamplinas.

Si fueran una minoría sin poder serian un grupo social pintoresco recordando viejos tiempos mejores. La cuestión es que son un grupo con poder condicionante real, entonces surge la pregunta inevitable. ¿Qué se puede hacer a menos costo político para obtener más democracia y justicia social con un sistema tan rígido? Porque costos habrá, la cuestión es si estos serán controlados por el proceso político en dirección de hacer avanzar los cambios necesarios. O si por el contrario estos crecerán en torno al inmovilismo y el conflicto por superarlo.

Por mucho que se hable de modernización política y la elite se disfrace, la cuestión de fondo es que en este país el poder económico y político no valora el pacto social progresista y dinámico por encima del conflicto y del orden en torno al defensa de sus privilegios. Quienes sostenga la tesis contraria se les pide por favor ejemplos concretos que demuestren que sus afirmaciones son reales.

Algunos creen que por guardar un volvo en el garaje despertaran en Suecia, desgraciadamente no es así, el contractualismo entre actores sociales no existe en Chile y por ello la política se juega al margen de una cancha delimitada por el poder económico y corporativo.

El trauma del 73 y el aprendizaje hecho por la clase política en torno a la autolimitación, como estrategia que permite gobernar sin entrar en conflicto abierto con el poder real, generó un país auto limitado para los cambios pero no para el poder factico, que no solo lo conservó, además lo extendió y lo naturalizó. Fue la doctrina de las transiciones exitosas. Sea, pero la doctrina no nos dice nada sobre qué hacer cuando los cambios se hacen más necesarios, eventualmente se forma una opción política en torno a ellos o cuando el gobierno debe hacerse en función de nuevas demandas que incluyen cambios.

Admitamos que ni las viejas doctrinas del cambio social ni las modernas de la autolimitación, tienen respuestas en el Chile actual. Las grandes generalizaciones teóricas pueden servir de telón de fondo como experiencia y con precaución, pero en ningún caso de escena principal. Hay que hacerse cargo del problema y ello depende de los contextos y especificidades de cada país.

Puede decirse que en los últimos 30 años si bien hubieron experiencias políticas de diverso tipo ninguna de esas experiencias de por si constituyó un proyecto político de estatura nacional.

La línea de evolución principal se hizo sobre el partidismo tradicional y sobre una generación vinculada a él. Sobre esa tendencia central se construyó el eje que teorizó y encarnó la doctrina de la autolimitación pero con una convergencia inédita para sostenerla, de la izquierda y de la democracia cristiana, en una coalición centrista.

La continuidad en el tiempo de la coalición desde la transición, con cuatro gobiernos y la llegada del quinto de la derecha, el otro interlocutor en la doctrina de la autolimitación, mostró a que niveles de continuidad política había llegado el modelo de país.

Esa es la cuestión que se elude cada vez que se discute de la cuestión de fondo. Esa es la cuestión que ignoran propuestas como la de los demócrata cristianos renovadores de Océanos Azules, con su propuesta de construir un nuevo pacto social ¿Había uno antes? O aquellos que sueñan con un gobierno Bacheletista que ahora si asuma lo que no se hizo y lo que la ciudadanía ahora reclama.

Toda la complejidad de la cuestión no se origina en el desconocimiento de la agenda, esta es más que evidente. Los problemas del país asumidos por la opinión pública a través de las recientes movilizaciones sociales y las reivindicaciones de los últimos años no han hecho más que hacerla inocultable. Salvo en los discursos oficiales.

La dificultad se origina en la extrema distancia existente entre lo que la elite económica y política conservadora está dispuesta a reconocer y muy eventualmente a negociar y el enorme pasivo acumulado que se debe absorber en la sociedad. Esto es lo que tiene tensionada a la elite política cuestionada, todo lo que ofrecieron e hicieron como política al margen se agotó. Poco importa ahora si fue lo único posible, esto es ahora materia para historiadores, ahora la cuestión es si se puede avanzar en otro programa que incluya cambios favorables a los ciudadanos de a pie, si habrá una mayoría política y que estrategia se aplicará frente a la condicionalidad fáctica conservadora.

Si bien no existe una situación de crisis generalizada que abra el escenario político de una sola vez, las bases de legitimidad del modelo país, construido una vez más por la fuerza, se hayan severamente cuestionadas. Esto alcanza para flexibilizar las fronteras políticas y abrir espacios para nuevos planteamientos, empujados por la experiencia de los ciudadanos sobre las consecuencias del modelo político y económico.

Pero nada de esto es equivalente a la formación de una eventual nueva mayoría política instalada en el gobierno dotada de un programa de cambios o con una ciudadanía mas movilizada exigiéndolos. Ese día las cosas comenzarán en serio.

La política no es una ciencia ni tiene formulas pero inevitablemente cada quien la formula desde su experiencia e ideología, desde su inserción y desde los recursos que posee para actuar.

Lo que se puede anticipar es lo atado que estamos al pasado. La derecha vive replegada sobre sus fantasmas que regularmente salen del armario para mostrar que son el fruto del atraco más grande y sangriento que haya vivido el país. Su actitud es sublimar esa historia mediante tergiversación y justificaciones o transformarla en ataque. Pero no pueden cortar el cordón umbilical. Como bien lo demuestran sus personajes menos sofisticados como los más sibilinos. La concertación vive con sus dos almas replegadas también sobre el trauma no resuelto y convertido en doctrina. Tal es así que la simple ampliación de la coalición a las expectativas de cambio surgidas en estos años es asimilada a la radicalización por la izquierda y a una suerte de ¡unidad popular bis!. La suma de esto da una elite enferma discutiendo en lenguaje codificado, cuando no abiertamente, del pasado. Y algunos electrones libres de izquierda siguen elaborando el pasado en códigos igualmente añejos. Mientras que en la derecha se pasan películas sobre una deriva del país hacia un populismo a la Evo Morales.

Todo ello paraliza las energías para inventar e innovar y sobre todo para discutir de los problemas del país. El pasado tiene su valor qué duda cabe, pero no puede paralizar el abordaje de nuevos planteamientos en un contexto específico.

La historia tiene sus tendencias y continuidades pero no es determinismo pero aun no encontramos como romperlo. Las movilizaciones abrieron un espacio frente a lo que se reconoce ya como un nuevo ciclo político, histórico arriesgan incluso algunos, las posiciones sobre cómo enfrentarlo está aún por descubrirse. Mientras la granja sigue descontenta

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