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Recetas para el desastre. No llores por ti Argentina. Por Ángel Saldomando

Nuestros países parecen condenados a repetir la historia, Sísifos obligados, pese a las nuevas posibilidades que se habían generado: revigorización del regionalismo abierto, incremento de reservas presupuestarias, programas sociales, crecimiento y disminución de la pobreza. Pero se acabó la bonanza de las materias primas, se invirtió la tendencia a la reducción de la pobreza, se redujo el crecimiento, vuelve el endeudamiento y las crisis políticas se están extendiendo. Tres de los países más grandes México, Brasil y Argentina tienen niveles de descomposición, violencia y resquebrajamiento institucional. Y otros están viviendo difíciles situaciones de arrastre.

Lo que está ocurriendo en Argentina es quizá el signo de los nuevos tiempos. Una coalición de derecha, gana por margen estrecho pero arremete contra todos los avances realizados, aquellos defendibles los destruye y los indefendibles los profundiza. Ejemplo del primero: la cobertura social que incorporó a más de tres millones de argentinos, ejemplo del segundo: la profundización del extractivismo.

Con una instrumentalización acelerada de la institucionalidad estatal, la justicia y la policía han triangulado un modo de gobierno que articula intereses de los grupos económicos, y financieros sensibles a las concesiones extranjeras y un personal político eterno operador de esos intereses.

En poco tiempo, los resultados comienzan a aparecer, represión sistemática, muertos y presos políticos. Aumento del desempleo, de la pobreza, endeudamiento insostenible que retrotrae el país a 20 años atrás.

El jueves 14 de diciembre de 2017, un punto de inflexión pareció manifestarse en esta dinámica. La intentona de reducir las pensiones de los jubilados y las asignaciones sociales para los más vulnerables se saldó por manifestaciones, un congreso militarizado, diputados golpeados hasta en el interior del recinto y una sesión que al final se tuvo que suspender, mientras en los alrededores se escuchaban explosiones y balazos. Por primera vez el frente social apareció en primera línea y unido por la fuerza de la agresión, superando a las direcciones sindicales y políticas opositoras, empantanadas en ajustes de cuentas y negociaciones paralelas con el gobierno.

El fin de ciclo político de Cristina Kirchner, dos periodos, con mejora social y económica indiscutible, tuvo limitaciones evidentes en materias de renovación política del viejo peronismo, de apertura a innovaciones en el modelo económico y de lucha contra la corrupción. Sin embargo, el brutal retorno a una política conservadora manejada por una pequeña elite de empresarios, muchos de ellos investigados por corrupción, incluido el presidente, ha convertido el margen de maniobra salido de las elecciones en una agresión directa a la sociedad.

En la mente de todos está la crisis del 2001, explosión de la deuda, pobreza, caída del gobierno y varios años de incertidumbre en que el país pareció naufragar. Lo sorprendente es que sean sectores sociales y políticos de la oposición que estén llamando a la calma y a correcciones negociadas. Nadie quiere tierra arrasada. Sin embargo, el gobierno y sus funcionarios parecen conducirse sonámbulos al abismo y con ellos arrastrar al país. Con un discurso provocador y protegido por los principales medios de comunicación los funcionarios de gobierno no pueden responder preguntas básicas sobre su gestión.

Las políticas aplicadas por decretos o forzadas sin discusión, como la apertura comercial, la derogación de la ley de prensa, los tarifazos que quintuplicaron en algunos casos los servicios públicos, la recesión, el cierre de pequeñas y medianas empresas, la disminución de proyectos públicos en universidades, tecnología e investigación configuran un panorama de ajuste económico propios de los años 90 del siglo pasado y no de una nueva visión del ciclo económico.

Macri llegó gobierno a contra mano de todo. Su visión neoliberal de final de siglo 20 era risible en la reciente reunión de la OMC que tuvo lugar hace poco en Buenos Aires. Pero es una visión en el fondo histórica: una oligarquía privilegia la posición rentista basada en el control de los recursos agropecuarios y los monopolios comerciales en alianza con grupos externos. Elle genera una sociedad estratificada y rigurosamente más desigual. Una visión y un modelo de sociedad que ha hecho llorar a Argentina muchas veces en su historia.

El próximo paso, un acuerdo con el FMI, anunciado en medio de las crecientes turbulencias financieras, los vencimientos de los bonos de deuda empezarán a vencer este mes, pone a la Argentina con un pie en el despeñadero. Lo dramático de esta situación es que la receta para el desastre tiene dos caras igualmente funestas.

La primera, en el caso que el gobierno evite desbarrancarse y contener la crisis financiera, lo que será considerado como un éxito para el gobierno, lo pagará la sociedad, fundamentalmente los pobres, los trabajadores y la clase media. Y si por el contrario se desbarranca, la crisis tendrá costos económicos, sociales y políticos que de todos modos afectará a los mismos sectores. En el primer caso los costos incluyen estabilidad bajo el yugo, en la segunda los costos incluyen crisis abierta. La cuestión de fondo es de modelo socioeconómico y no de escoger entre una política u otra. Si la cuestión de fondo aparece, al menos las decisiones se tomarán bajo otro enfoque, aunque haya que considerar diversas transiciones. Sin embargo tampoco es posible tapar el sol con un dedo, los actores tradicionales en lo político y en lo económico están anquilosados en sus propias viejas creencias. El modelo oligárquico nunca desarrolló el país y sin dictaduras no cierra. El peronismo que oferta capitalismo nacional no es viable porque carece justamente de una parte de la ecuación: no tiene una burguesía que le ofrezca una alianza consistente. Pero su búsqueda es suficiente para crear una zona gris entre peronismo y capital que engendra juegos de colusión, cooptación, corrupción y prebendas; hasta constituir un volátil sector social y político. Ese que históricamente abandonó a los trabajadores, la democracia y la aspiración desarrollista. Que 17 años después Argentina se asome al abismo conocido debiera hacer reflexionar sobre los caminos que conducen allí. Pero también hay destinos de Sísifo y contra eso solo queda tratar de evitar que la piedra te aplaste.

A. S. 8 de mayo de 2018

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