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Recuerdos de dos revistas que en realidad eran una. Por Luis Sepúlveda

Cierta mañana de 1996 me encerré en la Biblioteca Nacional de París, con la idea de buscar y rebuscar rastros de mi memoria en la formidable hemeroteca internacional que, sin anteponer la menor traba, los bibliotecarios franceses ofrecen a los lectores o investigadores. No sabía bien lo que buscaba y no me importaba, vengo de un tiempo social muy rico y cada mirada al pasado me depara siempre más de un sorpresa llena de ternura y emociones fuertes. Así, pasé por cientos de páginas de “Okey”, “Rico Tipo”, “Topaze” y otras docenas de publicaciones de los años sesenta y setenta, todas ellas creadas por dibujantes excepcionales y escritores que hacían de guionistas, para conseguir eso tan difícil que se llama “mirada irónica” de la sociedad.

En eso estaba cuando, de pronto, en una tarjeta leí dos palabras: “La Chiva”, y ponía además que la colección completa estaba microfilmada. Me sentí orgulloso y de inmediato pensé en todas y todos mis compañeras y compañeros de militancia -muchos de ellos no están entre nosotros, desaparecieron tragados por la máquina del horror de la dictadura de Pinochet y sus secuaces civiles- porque todas y todos fuimos lectores fanáticos de La Chiva.

A finales de los años sesenta muchos de nosotros nos preparábamos para ser protagonistas de los cambios que, inevitablemente, habrían de llegar a la sociedad chilena. Nos educábamos, leíamos a Marx y a Sartre, a Gramsci y Ho Chi Min, al Ché y a Willy Brandt, a Marta Harnecker y a Olaf Palme, y entre tantos autores de los que algo aprendíamos, leíamos también La Chiva.

En la jerga popular chilena, una “chiva” es una mentira cuya intención depende de quién la diga, y del contexto histórico en que se exprese. Para comprensión del lector español contemporáneo pondré dos ejemplos: las mentiras de Aznar culpando a ETA de los horrendos atentados del 11-M, repetidas aún dos años más tarde por Acebes, son una miserable “Chiva”. El revés de la medalla lo da el conductor que, tras soplar en un control de alcoholemia y demostrar muy poca sangre en el torrente alcohólico, se justifica indicando que viene de hacerle respiración boca a boca a un náufrago borracho.

Algún día de 1967, en una casa de Santiago, un grupo de creadores de humor entre los que se contaban los hermanos Jorge y Alberto Vivanco, Palomo, Hervi, y un largo etcétera, formaron una suerte de cooperativa con muchas ideas y pocos medios, para dar vida a “La Chiva”, una revista de humor ácido, de formato horizontal, cuyo primer número salió a las calles de Chile sin tapas, porque el dinero no alcanzó para cubrir los gastos de ese detalle.

Desde el primer número, “La Chiva” empezó a ser parte de nosotros. Era una revista que pasaba de mano en mano, de lector en lector, la compraba uno y la leían cien, con el natural daño para sus editores, pero aún así continuó apareciendo gracias a la fidelidad de los pocos que la compraban y a campañas solidarias inolvidables, como “la lucha por la tapa”, destinada a financiar una portada en forma, o “la campaña de la bolsa de té”, con que los lectores ayudaban que los creadores soportaran las frías tardes del invierno santiaguino.

Por sus páginas, una galería de personajes populares, de barriadas, marchaban enarbolando las banderas de sus reivindicaciones a lo largo de la “Avenida General Descontento”, y cuando los profesores y estudiantes empezamos las duras huelgas para democratizar la enseñanza, en el que fue nuestro “68”, también los personajes de “La Chiva” fueron a la huelga y se negaron a protagonizar las historias de costumbre. Los editores, contrataron a unos miserables esquiroles llamados Pato Donald, Ratón Mickey, Los Tres Cerditos, El Llanero Solitario, Fantomas o Popeye, y “La Chiva” generó todo un rico debate respecto del derecho de huelga y de la necesaria solidaridad de clase.

Paradojalmente, “La Chiva” tenía cada vez más lectores, pero no llegó jamás a ser un éxito de ventas, porque su propio contenido socializante hacía que los lectores la socializaran. Pero es indudable que “La Chiva” nos acompañó en la formidable senda de activismo político y social que culminó el 4 de Septiembre de 1970, con la victoria electoral de Salvador Allende.

La importancia movilizadora de “La Chiva” fue reconocida por los dirigentes del Gobierno Popular, y se decidió que sus personajes también debían unirse al esfuerzo transformador de la sociedad chilena. Nuestra realidad dejaba de ser “una chiva”, y todos teníamos la obligación de decir las cosas tal como eran, sin ambigüedades ni eufemismos. Nos esperaban años de sacrificio y mayor esfuerzo, íbamos a construir en seis años las bases de un socialismo democrático, sabíamos que la discusión en el seno de la izquierda sería dura, y que la oposición de la derecha y los Estados Unidos, feroz.

Así, “La Chiva” pasó a llamarse “La Firme”, que en jerga chilena significa verdad rotunda. Durante los mil días del Gobierno Popular se editaron cientos de cuadernillos de educación social y política; debíamos explicar por qué nacionalizábamos el cobre, por qué nos negábamos a una economía de monopolio estatal y preferíamos tres áreas diferentes, privada, mixta y estatal, debíamos combatir el absentismo laboral, el alcoholismo, el machismo, y promover una conciencia ecológica para preservar nuestro patrimonio natural. Ningún folleto o cuadernillo encaró esas tareas con la brillantez y la claridad pedagógica de “La Firme”. No es una exageración sostener que en “La Firme” se sintetizó el esfuerzo creativo de un pueblo, el chileno, que quiso ser protagonista de su propio destino.

Treinta años más tarde, la colección completa de “La Chiva” se conserva como una reliquia en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, en París. En Chile, casi no existen ejemplares y los pocos que se encuentran son joyas de coleccionistas. Y esto no significa que los chilenos no tuviéramos apego a las dos publicaciones, sucede que, cuando en 1972 la industria papelera nacional, un monopolio en manos de la derecha, se negó a entregar papel para la prensa gubernamental, independiente y de izquierda, cuando no podíamos imprimir los libros de la editorial estatal Quimantú - y valga señalar que un libro, por ejemplo de Máximo Gorki, tiraba cincuenta mil ejemplares que se vendían en dos o tres días, cuando eso ocurrió y nos faltó papel, cumplimos con el deber de reciclar para seguir imprimiendo.

Así desaparecieron la mayoría de las colecciones de “La Chiva” y “La Firme”. Hermoso destino para dos revistas de clara vocación reivindicativa.

“La Chiva” y “La Firme” , todos los y las que trabajaron en ellas, sus personajes entrañables, son parte de mi memoria de escritor y de chileno. Son dos llamas que iluminan algunos de mis recuerdos más sentidos y bellos .

*Escritor, adherente de ATTAC y colaborador de Le Monde Diplomatique.
Luis Sepúlveda dirige el Salón del Libro Iberoamericano de Gijón. La 9ª Edición, del 10 al 15 de mayo 2006, está dedicada a “Humor y Literatura”.

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