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Reflexiones sobre la COP 21 de cambio climático. Por Luis Alberto Gallegos

En nota anterior expresábamos nuestros temores respecto a la evolución del proceso preparatorio de la Cumbre COP 21, en referencia a los resultados de la reunión de Bonn de este mes de octubre 2015.

Esperábamos que la firme iniciativa de los países en desarrollo más China agrupados en el G77, en donde reaccionaron vivaz y oportunamente ante un texto de borrador que resultaba desfavorable a los países pobres, pudiera mantenerse a lo largo de toda la semana de sesiones. E incluso nos atrevimos vaticinar que, por fin, se instalaría un documento que permitiera avanzar en las negociaciones de la COP 21.

Nos equivocamos. El poder fáctico de las grandes potencias y las transnacionales de los combustibles fósiles fue más hábil y poderoso en imprimirle a los técnicos negociadores de la reunión de Bonn, el ritmo y las definiciones finales.

Conclusión: el documento final de Bonn resultó peor que el presentado inicialmente, más extenso, con más corchetes (que indican los temas no resueltos) y con más desequilibrios entre las potencias mundiales y los países en vías de desarrollo.

¿Cómo se explica esta situación previa a la COP 21?

Resulta oscuro y complejo desentrañar las tramas que están armando los diversos intereses que se oponen a unos resultados óptimos o por lo menos satisfactorios de la COP 21.

Uno de los hechos que ha llamado poderosamente la atención es que recientemente las grandes transnacionales de los combustibles fósiles, se hayan decidido a intervenir directamente en el debate y pretender incidir en las decisiones de la Cumbre Climática de París.

Bajo el disfraz de contribuir, desde su propia perspectiva, a arribar a unos acuerdos transables en la COP 21, estas corporaciones por primera vez en la realización de todas las COP anteriores, se están jugando un papel de lobby potente a fin de evitar un consenso de los 195 países participantes de esta Cumbre que limite sus negocios o les dificulte la libertad de mercado de sus ganancias. Incluso, el propio Obama ha incursionado en incorporar en esta campaña a grandes empresas de los EEUU.

En la COP 15 de Copenhague en 2009 fueron los delegados políticos de los EEUU y sus aliados quienes de modo abrupto y abiertamente antidemocrático irrumpieron en la Plenaria y trataron de imponer un texto de acuerdo que nadie conocía. En este caso, al parecer, los políticos le están dejando este papel directamente a quienes manejan la economía fósil causante de las emisiones globales de CO₂. Las máscaras se van cayendo y ahora los negacionistas del cambio climático intervienen directamente en evitar un acuerdo que les afecte sus inversiones.

¿Cómo lo están haciendo?

Al parecer, los preparativos de las grandes potencias para diseñar su estrategia ante la COP 21, se remonta a una reunión de Baviera, Alemania, en junio de este año, donde el Grupo de los Siete, G7, Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido, más la Unión Europea, propuso en forma sorprendente, entre otros audaces planteamientos de adaptación y financieros, mitigar las emisiones de GEI entre 40 y 70%, para 2050, respecto de los niveles de 2010. Varios analistas alertaron de inmediato que esta propuesta resultaba extremadamente ambiciosa e imposible de cumplir.

¿Por qué el G7 se jugó esta arriesgada carta ante la ONU en junio de 2015? Probablemente como instrumento de distracción, generación de falsas expectativas y ocultamiento de otras intenciones. En definitiva, un volador de luces. Si no, ¿por qué no reiterarla y ratificarla mediante sus negociadores en la Cumbre de Bonn del 19-23 de octubre y evitar que el borrador de acuerdo resultara un fiasco? A menos que se esté guardando esta cartita bajo la manga para París, a fin de introducir más confusión de la que ya existe.

Las transnacionales del petróleo

Sin embargo, estos preparativos van más allá e incluyen a las transnacionales de los combustibles fósiles. En mayo de este año, las seis grandes corporaciones petroleras privadas de Europa (British Gas Group (BG plc), British Petroleum (BP plc), Ente Nazionale de Idrocarburi (ENI, SpA), Royal Dutch Shell plc, Statoil ASA y Total SA), informaron a la CMUNCC de una propuesta aprobada en su evento de intervenir y “aportar” en el diseño de los sistemas de precios del carbono que la COP 21 y otros eventos globales pudieran abordar.

Este es el nudo gordiano. Bajo el ropaje de pretender contribuir a la mitigación de emisiones globales y otros disfraces verdes, las transnacionales de combustibles fósiles deciden y anuncian que participarán en el lobby, debate y acuerdos sobre el precio global del carbono. Es decir, en los asuntos cruciales para sus negocios.

Por cierto, las corporaciones petroleras de los EEUU, como la Chevron, de inmediato se opusieron a establecer un sistema de precios del carbono en el seno de la COP 21 o de la CMUNCC. Pero las transnacionales europeas arremetieron nuevamente en este mes de octubre. Esta vez con más fuerza, ampliando su alianza y organizándose en la denominada Iniciativa Climática de Petroleras y Gasistas (OGCI) compuesta por BG Group, BP, Eni, Pemex, Reliance Industries, Repsol, Saudi Aramco, Shell, Statoil y Total.

¿En qué consiste el precio del carbono?

Según el Banco Mundial, “la fijación del precio del carbono ayuda a hacer recaer el daño en los que son responsables del mismo y pueden reducirlo. En lugar de dictaminar quién, dónde y cómo debe reducir las emisiones, la fijación del precio del carbono da una señal económica y quienes contaminan deciden por sí mismos si reducen las emisiones, disminuyen la magnitud o suspenden su actividad contaminante o siguen contaminando y pagan el precio”.

En otras palabras, en esta lectura, las decisiones sobre la mitigación de emisiones de GE, el cambio climático y el futuro del Planeta quedarían en manos del mercado y sus actores económicos. Con esta alternativa se eliminan las responsabilidades, compromisos, metas y desafíos de los responsables del cambio climático y se traslada el tema a las leyes del neoliberalismo. Esta es la fórmula que el sistema capitalista ha entregado a la ONU para “resolver” la tragedia del calentamiento global que el mismo ha creado desde 1850. De aceptarse esta fórmula, ¿para qué las cumbres mundiales, los debates democráticos y la participación y decisiones de la comunidad global y local, si el mercado capitalista ya tiene resuelto el problema? Obvian comentarios.

En resumen, podemos estimar que, en el fracaso de la cumbre de Bonn y en el actual estancamiento de las negociaciones del texto base para la COP 21, es muy probable que encontremos manos negras de las corporaciones globales de combustibles fósiles que insisten en esta fórmula anti histórica. Frente a ello, el gobierno francés, perspicaz y atento a los movimientos de los poderes fácticos de las petroleras globales, ha convocado a una reunión de emergencia de los Ministros de Medio Ambiente para el 8-10 de noviembre en París, a fin de evitar un fracaso de la COP 21 y la reedición de la cumbre de Copenhague. Por cierto, el prestigio francés está en juego.

¿Por qué?

¿Por qué las empresas fósiles se convirtieron ahora en actores protagónicos en este proceso, cuando tienen otras opciones de desarrollar sus negocios con el esquisto, los biocombustibles, transportes híbridos y acceder con sus inversiones al concepto energético de la diversidad de las matrices de energía con las ERNC?

Probablemente la explicación se le puede encontrar, no necesariamente en los acuerdos más o menos ambiciosos de evitar llegar al incremento de dos grados de temperatura global, sino en otros asuntos referentes a un acuerdo planetario que, no por ser prosaicos dejan de tener un rol clave: el financiamiento de la adaptación y mitigación de los países vulnerables ante el cambio climático; y, por supuesto, en lo señalado sobre la creación de un eventual sistema de precios globales sobre el carbono.

Las empresas transnacionales saben que, de aprobarse obligaciones más exigentes para cumplir los compromisos financieros -por ejemplo, el Fondo Verde del Clima que se propone obtener 100 mil millones de dólares anuales para el 2020 para solventar los costos de adaptación de los países en riesgo-, en sus países de origen de sus matrices, no van a ser sus gobiernos los que únicamente abran las billeteras para cumplir con estas responsabilidades, sino que las autoridades políticas respectivas van a adoptar medidas, normativas, impuestos y exigencias a fin que sean las empresas fósiles las que aporten decididamente con recursos para cumplir con estos compromisos. Las empresas saben que la tendencia y demanda global es que los costos de los pasivos ambientales-climáticos, finalmente, incluso en un sistema capitalista neoliberal, se transfieran al productor y al contaminador, bajo la premisa de que “el que contamina, paga”.

Es decir, las empresas fósiles saben que, de acordarse exigencias globales para financiar el cambio climático global, la plata finalmente y en gran medida la van a tener que aportar ellas. Y, además, porque jamás van a permitir que la regulación del precio del carbono estén en manos que no sean las suyas; o, por lo menos, en donde no puedan incidir. Y eso es lo que pretenden impedir a toda costa. Simplemente porque ello reduciría sus tasas de ganancias y la rentabilidad de sus inversiones.

Ese es el meollo del asunto. El tema es, finalmente, la plusvalía que las transnacionales no estarían dispuestas a compartir con nadie. Y menos con países desconocidos como los Estados insulares que se van inundando ante el aumento del nivel del mar, o como los países pobres del África en donde sus inversiones ya emigraron hacia zonas de mayor tasa de ganancia.

Cumbre de Bonn y la COP 21

En esta COP 21, por tanto, las máscaras habrán caído y se podrán ver cara a cara los gobiernos, ambientalistas, ciudadanía y municipios, con los agentes de las transnacionales o sus representantes técnicos y/o políticos.

Las discusiones en las Plenarias, más que científicas o éticas, serán técnicas y financieras. Por un lado, en la disposición, metas y ambiciones para reducir las emisiones de GEI y, por otro, en torno a las responsabilidades ante los compromisos financieros. Allí, se verán las caras las delegaciones reticentes o de la denominada Parte Anexo I, o países desarrollados, frente a las demandas de recursos para su mitigación y adaptación de los representantes incluidos en la Parte Anexo II, o países en desarrollo y/o vulnerables ante el calentamiento global.

Pero, las discusiones técnicas y financieras es probable que no sean sino la forma en que se manifiesten las potentes y soterradas estrategias políticas por el poder de decisión global acerca del cambio climático a largo plazo. La COP 21 marcaría un hito de mayor alcance largoplacista que las cumbres que le precedieron. O aquí se definen las decisiones y metas para sentar los pilares de una estrategia global y de las COP siguientes (incluido el Protocolo de París que reemplazaría al de Kioto), o simplemente se cierra un ciclo de reiterados fracasos de la humanidad para hacer frente al flagelo del cambio climático.

La Cumbre reciente de Bonn, en este contexto, virtualmente se convirtió en la antesala, el ensayo y la puesta en escena de lo que probablemente se nos avecina en la reunión de París el 30 de noviembre.

Los países en desarrollo agrupados en el G77 desde el primer día reaccionaron ante un texto de 20 páginas que no les favorecía y lograron, “golpeando mesa”, modificar el documento sustancialmente. De proseguir esta tendencia democrática, los resultados de Bonn hubieran sido diferentes a los previstos, cosa que las transnacionales y las potencias no estaban dispuestas a aceptar. Por ello es que prefirieron arruinarle a los alemanes una cumbre preparatoria que se esperaba allanara el camino a la COP 21 y las cosas terminaron como terminó: un tremendo fracaso.

Algunos representantes del G77 calificaron este encuentro de Bonn como el testimonio de la presencia del fantasma de Copenhague, en referencia a los temores a que se repitiera lo que allí ocurrió. Desde nuestra perspectiva, lo reiteramos nuevamente, la reunión de Bonn no hace sino prefigurar que quizá y lamentablemente la historia se podría repetir. Parafraseando a un clásico historiador, el escenario próximo probablemente se nos presentaría del modo siguiente: “Copenhague como tragedia, París como comedia”. Ojalá -y lo decimos y anhelamos desde nuestras profundas convicciones y esperanzas-, nos equivoquemos.

¿Todo perdido?

No obstante, no todo está perdido. Estos actores subterráneos de los poderes fácticos de las corporaciones petroleras globales tratarán de usar, magnificar y manejar su capital financiero y poder como instrumentos de influencia o presión ante algunos actores y decidores de la COP 21; mediante el consabido uso del péndulo de la zanahoria y el garrote. Pero no disponen necesariamente de las herramientas directas de acceso al poder político; salvo excepciones, por cierto. Y este es su talón de Aquiles.

Y es ahí precisamente en donde reside el capital, el empoderamiento y la capacidad de actuación y negociación de los demás actores de la COP 21: gobiernos y Estados democráticos, países vulnerables ante el cambio climático, municipios y ciudades sustentables, organizaciones sociales y los propios anfitriones y organizadores de la COP 21.

¿Qué podemos hacer?

Esta COP 21 tiene un matiz más definido que la de Copenhague: se ha identificado con más precisión los intereses de los oponentes antidemocráticos y antisustentables que se resisten a un acuerdo global de futuro, como los apetitos del G7 de las potencias y el OGCI de las corporaciones petroleras. Y esto le confiere a esta Cumbre un componente –y oponente- político más preciso y focalizado, tanto en las Plenarias Oficiales, como en las actividades del entorno en el recinto de Le Bourget y, en particular, en las manifestaciones ciudadanas en toda la ciudad de París y en las redes sociales globales virtuales.

La COP 21 será decididamente una confrontación política cuyo desenlace dependerá en gran medida de las acciones globales como también locales. Las organizaciones sociales de los países democráticos y vulnerables pueden declararse en alerta permanente con manifestaciones simultáneas a las de París; los gobiernos locales y los movimientos ambientalistas podrían generar actividades informativas, de diálogo y acción ciudadana en torno a la COP 21; los partidos políticos pudieran incluir en sus agendas públicas, parlamentarias y oficiales, comentarios y respaldo a un acuerdo ambicioso, democrático y eficaz en la Cumbre de París; los medios de comunicación democráticos y comunitarios pudieran generar informativos permanentes, reportajes y entrevistas sobre este tema; la ciudadanía, nuestra gente, pudiera participar con acceso a los medios de prensa, con actividades en sus organizaciones comunitarias, con opinión y testimonios propios acerca de cómo el cambio climático les afecta y sus propuestas.

La COP 21 es nuestra, no es del G7 ni del OGCI. Es de todos nosotros, los habitantes de esta Casita que se llama Planeta Tierra. No permitamos que fracase. Démosle un pequeño apoyo desde donde estemos y vivamos. Apoyémosla con una pequeña ayuda de mis amigos.

Santiago, Chile
Martes 3 de noviembre de 2015

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