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Reformas estructurales, política pública y fortalecimiento comunitario; las encrucijadas de la administración de la nueva mayoría. Por Marco Silva Cornejo

El creciente movimiento de descontento que diversos actores sociales vienen expresando cada vez con mayor consistencia en el plano local, regional y nacional, solo permiten evidenciar la crisis constante y progresiva que el modelo neoliberal y sus dispositivos de reproducción cultural y económica han experimentado en los últimos diez años. La bonanza y la administración idílica y continuista que la concertación hizo de la herencia del modelo creado por la derecha pinochetista se desdibuja en medio del humo de las barricadas de pobladores, sin casa, portuarios, estudiantes, profesionales, pueblos originarios y minorías activas.

Si entendemos la política pública como la acción del estado orientada a la satisfacción de necesidades especificas en el campo de lo público o el bien común (Villanueva, 1996). Asumiremos que las reformas del presente período obligan a que su generación y su fundamento sean constituidas a partir de la dialogicidad de los diversos actores implicados en la trama de la convivencia nacional.

La reforma tributaria su gestación y desarrollo nos da una mala señal al observarse la reproducción de viejos e institucionalizados vicios donde el duopolio político constituido por la nueva mayoría/alianza genera convergencia de administración y determinan el sentido y los matices de la política pública. Relegando al movimiento social y al conjunto de los actores de la sociedad civil a formar parte de una gran tribuna expectante pero a su vez una tribuna que ha venido tomando consciencia y desarrolla una actitud crítica de estas prácticas. Pero que por sobre todo estamos en presencia de una ciudadanía que está dispuesta con más energía y decisión que nunca a salir a la calle a instalar el descontento contra una clase política ciega y sorda que parece no haber comprendido que los movimientos sociales han despertado en Chile para quedarse y para desvelar el sueño de los que creen en la democracia de los acuerdos y las transiciones tuteladas.

Chile requiere de una política pública que sea sostenida por reformas estructurales, como las inspiradas en los sectores de educación y tributario. Sin embargo, estas reformas y las políticas públicas que desde ahí se constituirán deben ser sancionadas de manera democrática, dialógica y participativa. Solo una democracia real, madura y participativa, es capaz de generar los espacios institucionales para la incorporación del legítimo aporte, demandas y necesidades de nuestros actores locales, sociales y gremiales.

Demandamos una política pública y en particular una política social al servicio del fortalecimiento comunitario, una política pública que comprenda la relevancia de un estado que tienda a la integración de sus servicios y sectores temáticos pero en actitud dialogante y fortaleciendo la autonomía y el desarrollo de capital social de los territorios y los diversos actores del campo social. Esta es una forma concreta y posible de sostener procesos de integración y desarrollo participativo en los diversos campos de la acción pública.

Resulta incoherente e inconsistente que desde La Moneda celebren la participación nos inviten a expresarnos y a marchar por las demandas sociales, pero que a la hora de sancionar las orientaciones más duras y definitorias de las políticas públicas en los diferentes sectores de administración del estado sean los mismos actores económicos y políticos los que estén acomodados en la primera línea para firma de los acuerdos de espaldas a la ciudadanía y al movimiento social organizado.

Es tarea de los operadores sociales iniciar el proceso de generación de consciencia (Uxar, 2009) en los diversos actores y territorios. Los avances del último periodo histórico así lo definen, pues hemos logrado que la comunidad y la ciudadanía entiendan que la demanda y el reclamo a través de la protesta social son la única alternativa concreta para trasformar este modelo fundado en la explotación y el culto al consumo. Entendemos también que ha prendido en las capas sociales populares y medias y en algunos sectores de las minorías activas y gremios el profundo sentido de alteridad y solidaridad. Es hora entonces de generar la correlación de fuerzas para que la participación se transforme en materialidad de poder. Y así instalar con capacidad de influencia nuestra voz en la mesa donde históricamente han sancionado por nosotros las corbatas y los grises ternos de los políticos transicionales y las tonalidades de la burguesía de distinto tono pero con el mismo acento, esos que nos hicieron creer por años que la democracia era en la medida de lo posible.

Marco Silva Cornejo
Mg. Ciencias Sociales Aplicadas

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