Inexplicablemente, cuando se enumeran las múltiples amenazas que atentan contra la salud del aire, del clima, de la tierra, de los mares y, en fin, de todos los seres vivos de nuestro planeta, raramente se habla de una fundamental: la diseminación de las heces humanas en el medio ambiente sin un tratamiento previo adecuado. Sin embargo, la carencia de sistemas sanitarios eficaces para buena parte de la población mundial es una fuente potencial de devastadoras enfermedades.
En nuestro mundo preocupado por las emisiones de gas carbono y los contaminantes químicos y nucleares, la contaminación que generan los excrementos patógenos no suscita inquietud alguna. Desde la Gran Peste de Londres, los países industrializados destinaron importantes recursos a limpiar y sanear el medio ambiente urbano. En los países en vías de desarrollo, una mejor comprensión de las causas de las enfermedades redujo el temor al “mal aire” (mala aria), considerado responsable de diversas contaminaciones durante siglos.
Pero la creciente urbanización genera una nueva preocupación. Gran parte de la población de las ciudades habita en viviendas precarias: chozas, galpones, villas miseria, favelas... Mil millones de ciudadanos sufren la falta de instalaciones sanitarias y sus consecuencias en términos de miseria, dignidad y salud...
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