En junio de 2007, Marc-Olivier Fogiel, animador del programa T’empêches tout le monde de dormir (No dejas dormir a nadie) del canal M6, al recibir a Bernard Laporte, el entrenador del XV de France (equipo nacional de rugby) algunos días antes de que Nicolas Sarkozy lo nombrara Secretario de Estado de Deportes, lo instaba a hablar de su simpatía por el nuevo Presidente, antes de deslizar: "El escudo fiscal, eso también debe venirle bien…" "¡Oh, no tanto como a usted, Marco!", exclamó Laporte, provocando las risas y los aplausos cómplices del público. O cómo hacer que la plebe aplauda la buena broma de su propia expoliación, brindándole el sentimiento adulador de "pertenecer". Para prevenir su venganza, basta con hacerle este insigne honor: que se la deje asistir a sus intercambios de codazos, a participar de su júbilo por haberla engañado tan bien. En el modelo marxista, se invita al trabajador a deshacerse de esa mentalidad servil y auto despreciativa que le prohíbe comparar su suerte a la de los afortunados para reivindicar sin complejos la división de la riqueza; al mismo tiempo se identifica con sus semejantes, asalariados o desocupados, nacionales o extranjeros, por quienes siente empatía y solidaridad. La ingeniería de la derecha consistió en invertir este esquema. En adelante el trabajador se identifica con los ricos y se compara a los que comparten su condición: el inmigrante cobraría subsidios y él no, el desocupado duerme hasta tarde mientras que él "se levanta temprano" para ir a trabajar... De esa manera su resentimiento se desvía hábilmente de su legítimo objetivo y se observa cómo se pone en marcha un temible círculo vicioso: cuanto más se deterioran sus condiciones de vida, más vota por políticas que la deteriorarán más aún.
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