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Semana Santa Cool para un Chile solidario, pero injusto. Por Humberto Palma

Al igual que toda realidad, el significado y sentido de Semana Santa está irremediablemente vinculado a la lectura que cada sujeto hace de ella. Algunos participarán fervientemente del memorial en que la Iglesia Católica, junto con otras confesiones religiosas, revive y celebra la plenitud de la Redención. Otros, en cambio, viven estos días como un festivo más, carentes de toda conciencia e interés religioso. Y entre un extremo y otro, se ubica la expresión de una fe postmoderna, la de aquellos que disponen el espíritu y la conciencia para vivir una Semana Santa en perfecta concordancia con lo que es su vida entera, una existencia cool. Tal disposición y actitud responde muy bien, además, al llamado de solidaridad que se nos ha hecho en estas últimas semanas, pero se aleja diametralmente de la justicia social que venimos exigiendo por décadas.

A partir del siglo XVIII en adelante, la Modernidad preconizó el compromiso político, social y económico. El ideal religioso también giró en esa misma línea, y desde una fe vivida al margen del mundo, más bien como apología de la Revelación, pasamos —en tiempos de Juan XXIII y Pablo VI— a una experiencia de Dios que exigía el mismo compromiso, especialmente en el contexto de las dictaduras latinoamericanas de los años sesenta a ochenta. Pero lo que ahora observamos dista mucho de aquel ideario social, la relación con la naturaleza y los otros está cambiando. La expresión que mejor refleja la nueva actitud es “Cool” (que en castellano significa algo así como “Relájate, no te hagas problemas”), pus si antes la consigna fue compromiso con el mundo, para cambiar ese mundo, hoy el llamado es a disponerse para gozar el mundo, “una suerte de desenvoltura con respecto a uno mismo, pero también a los demás” (Michel Maffesoli, Iconologías…, 2008). Parte de la nueva jerga son los anglicismos: “be cool”; “relax”; “don’t worry”; “no problem".

Esta actitud relajada y cariñosa ante el mundo y sus estructuras, ante sí mismo y los demás, expresada con el término “cool”, tiene su ícono más preclaro en la vestimenta. A juicio de Maffesoli, el estilo desestructurado (con sus ropas holgadas, pantalones baggy, sombreritos, zapatillas combinadas con pantalón de vestir y corbata a medio anudar) nos ayuda a comprender una mitología en que el “dejar vivir” prevalece sobre la pretensión de revolucionar la Historia. El placer intramundano (aquí y ahora) prima sobre la razón social.

La sensibilidad cool encuentra en la moda su expresión iconográfica, pero trasciende la moda para lanzar todos los estadios de la cultura: religión, política, economía, trabajo, valores y procesos de socialización. Vivimos en la cultura cool, y de ella nadie se libra. A veces podemos estar más atentos a sus influencias, pero pretender asepsia total es como pretender existir fuera del mundo. Y entre las influencias más notorias destaca lo que ha venido ocurriendo con el fenómeno religioso en Chile. De un marcado compromiso con la promoción humana, con la opción preferencial por los pobres y sus causas de libertad, justicia y verdad, hemos ido transitando hacia un catolicismo coll, cariñoso, espiritual y carismático, donde todos cabemos y donde todo puede ser, porque en el fondo de lo que se trata es de “sentir a Dios dentro de mí”, y con eso nos basta. Atrás quedó el Concilio Vaticano II, y atrás también el esfuerzo por responder al llamado que nos han hecho los Obispos en Medellín (1968), Puebla (1979) y Aparecida (2007), bajo aquella sabia metodología: Ver, Juzgar y Actuar. Atrás quedó la Teología de la Liberación, así como las señeras figuras de sacerdotes y religiosos: Cardenal Silva Henríquez, Pierre Dubois y Mariano Puga, entre otros. El viento del desarrollo corre a la par con la religiosidad cool, que vuelve a aparecer en Semana Santa en forma de procesiones, retiros y liturgias, instaladas junto a las ofertas del turismo, del cine, del encuentro familiar, los paseos a la playa y los huevitos de Pascua. Todo vale, todo es posible, porque lo que importa no es la redención humana, sino la distensión del espíritu y la comunión de lo contrarios (vida y muerte, guerra y paz, abuso y fe, solidaridad e injusticia, verdad y falsedad)

En tal afán de distensión y sosiego, obviamente no caben los molestos temas que se desprenden de un Dios comprometido (y no cariñoso) con el mundo, hasta el extremo de entregar su vida por él. Me refiero una vez más al hambre, abandono, desigualdad y desprecio en que vive la mayoría de los chilenos. Somos un país religioso, democrático republicano, como nos gusta decir, que avanza en su desarrollo económico a pasos agigantados, pero al mismo tiempo con el coeficiente de desigualdad más alto de Latinoamérica (Gini: 0,59. Fuente: Cepal 2010). A este país, una religiosidad cool le viene muy bien, para olvidar los escándalos y contradicciones en vivimos. Quizás por ello, nos sea tan natural unirnos en campañas solidarias para ayudar en cuanta desgracia sobreviene a los compatriotas: antes fue el terremoto del 2010, luego los mineros, terremoto del norte e incendio de Valparaíso, por citar los eventos más recientes que nos han convocado y conmovido. Sin embargo, hay algo que no nos resulta tan natural como la solidaridad, y es el debate y los acuerdos por hacer de ésta una nación más justa que solidaria. La solidaridad es loable cuando sucede a la justicia, pero cuando la precede, como en nuestro caso, deja dadas las condiciones para que las tragedias se sigan instalando como el destino trágico de un pueblo habituado al sufrimiento.

Mientras algunos hermanos viven por estos días su propia pasión, otros la contemplan desde la paz de sus espíritus. Y entre tanto una cantidad de voluntarios se mueve en ayuda de los damnificados, el sentimiento cool, aplaudido y difundido por quienes detentan el poder económico y político, sigue extendiéndose en todos, para que una vez pasada la emergencia, como ha ocurrido en todas las ocasiones anteriores, volvamos cada uno a lo suyo, a vivir en la quietud de la conciencia y seguridad del metro cuadrado, en tanto que el anhelo por un Chile más justo se posterga tragedia tras tragedia. Al parecer nos tranquiliza que somos un país solidario, religioso, republicano y, ahora para estar a la moda, viviendo la más cool de las culturas.

P. Humberto Palma Orellana
Profesor Universidad Finis Terrae
Facultad de Educación

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