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Sobre el deseo contenido y el contenidodel deseo: cuerpo y catástrofe en la disputa por la matriz energética. Por Bruno del Maipo

Deseo y energía son dos realidades que están íntimamente relacionadas. Uno podría imaginarse el deseo, en este sentido, como una forma de energía contenida, que antecede al momento de su propia realización. ¿Cómo podría interpretarse entonces el simple y, al mismo tiempo, complejo “deseo de energía”?: ¿como pura autoreproducción?, ¿como su propia materialización en tanto pura fuerza?, ¿como pulsión insondable?

Es posible que, para un país sísmico, el deseo de un tipo de energía como la nuclear sea un útil expediente para hacer visible algo que uno podría denominar sus pulsiones fundamentales. Por lo pronto -y siguiendo con esta especie de registro psicoanalítico-, el deseo de energía nuclear podría interpretarse, en el caso de un pais altamente sísmico como Chile, o bien como un caso de narcisismo autodestructivo o como un signo de profundo e inconfesado amor por la catástrofe. Como algo que, ciertamente y en ambos casos, se movería en un terreno absolutamente pulsional.

Pues de no ser así: ¿cómo interpretar, entonces, el incipiente deseo de un tipo de energía que, llegada la no muy improbable circunstancia de tener que enfrentar una catástrofe natural, sobrepasaría nuestra capacidad de dominarla? El escenario de un eventual accidente nuclear no es, en ningún caso, una exageración en el contexto de una catástrofe natural en Chile. A este respecto basta rememorar los dos fuertes terremotos de los últimos veintisiete años para proyectar las posibles consecuencias que tendría uno similar a ellos sobre la infraestructura destinada a resguardar la integridad de una futura planta nuclear.

La producción de energía nuclear es uno de los mejores ejemplos de lo ambigua que puede llegar a ser la idea de bienestar. A través de sus usos pacíficos -conocidas son sus aplicaciones bélicas-, dicha energía ha ido reduciendo el horizonte de posibilidades de un desarrollo energético sustentable, ofreciéndose como una energía limpia, eficiente y comercialmente conveniente. A esto ha contribuído, sin duda, el sigiloso proceder de centrales nucleares que alimentan día y noche fábricas y urbes a escala planetaria. La aterradora imagen de los hongos atómicos de Hiroshima y Nagasaky ha ido siendo lentamente desplazada, en nuestro imaginario, por la de las herméticas, eficientes e inmaculadas cúpulas de las centrales nucleares.

Primero fue el desastre de Chernobyl, empero, el que disipó este espejismo de absoluta eficiencia y, actualmente, es el de Fukushima el que lo volvió a mostrar en su real dimensión. A causa de la incontestable evidencia de una central semidestruída y terremoteada, ha retornado la pregunta acerca del precio a pagar por una tecnología que puede llegar a sobrepasar la capacidad de dominarla. Y es que algunas de las cosas que la actual realidad de Fukushima muestra son, entre otras, cierta futilidad en el celo absoluto y una especie de locura, oculta tras este deseo de control total.

La realidad de la energía atómica es tan seductora en sus rendimientos como aterradores son los efectos de la pérdida de control sobre ella. Esta particular mezcla de bienestar y calamidad pareciera ser uno de los factores clave que, a su vez, alimenta la tensión del debate social en torno al uso de esta energía. En algunos países esta tensión se disimula a fuerza de lobby y de políticas inconsultas en pro de su expansión. En otros, los menos, se discute y se informa de manera más o menos pública acerca de las ventajas, los riesgos y los efectos implicados en el uso de ella. En ocasiones, sin embargo, es su producción misma la que nos enseña que el deseo de control absoluto es el anverso de un potencial descontrol total. Chernobyl y Fukushima son dos trágicas realizaciones de esta última posibilidad. Para Chile y, en general, para todos los países con un alto índice de movimientos telúricos de mediana y gran magnitud, el caso Fukushima resulta ser, entonces, de singular importancia.

Observarlo atentamente sería, en este sentido, una forma de enfrentarse al incipiente deseo de producir y proveer un tipo de energía que, a corto o a largo plazo, se puede convertir en extremadamente dañino. Quizás exista para estos casos una operación matemática, u otra de índole distinta, que entregue proyecciones medianamente convincentes respecto a un potencial balance resultante del uso de ella. Sin embargo, en estos tiempos de maximización de ganancias a corto plazo -tiempos en los que la rentabilidad es el principio por antonomasia-, seguramente no existe ni hay un verdadero interés por desarrollar dicha operación. No obstante, incluso desde esta perspectiva netamente economicista, convendría observar atentamente el caso Fukushima y reparar en su balance definitivo.

Porque en definitiva la pregunta es si merece la pena -”pena” más bien real que figurada en este caso-, el embarcarse en el proyecto energético del control total. Aquí es pertinente preguntarse si se será capaz de contener el potencial descontrol sin perder vidas a corto y largo plazo. Es oportuno oponer aquí, en los inicios de estudios de factibilidad, de lobbys, etc, la incontestable realidad de Fukushima a este incipiente deseo de energía. Por cierto que también cabe, a partir de esta situación, reflexionar acerca de la relación entre cuerpo y catástrofe en el contexto de la proyección de la matriz energética en Chile.

En efecto, dicha reflexión no sería menor si se piensa en la historia social y natural de Chile. El deseo de un tipo de energía como la nuclear bien podría hablar sobre aquello hacia lo cual tiende este particular deseo, esto es, sobre aquello que podría denominarse su falta -su contenido-: aquello que le da vida y moviliza como deseo.

Es así que mientras cierto discurso define, por una parte, dicha falta como la imposibilidad de dejar de depender de proveedores externos de energía, con lo cual el contenido del deseo se explicita aquí en términos de una anhelada autosuficiencia en favor de la consolidación de un cierto estatus de pais independiente y desarrollado (1), la realidad histórica sociopolítica y natural enseñan, por otra, una huella de fracturas a nivel territorial y de violentas rupturas al interior del cuerpo social (2).

De manera que habría que pensar no sólo en el contenido explícito u oficial de este incipiente deseo de energía; también cabría pensarlo a él mismo en tanto conteniendo otro deseo, esto es, en tanto deseo que contiene de manera encubierta, algo que late en él. De esta forma se tendría acceso a una lectura de la relación entre cuerpo y catástrofe que, en el caso del deseo de energía, permitiría interpretarla como una relación sintomática.

En efecto, la actual disputa en el contexto del dominio del mercado energético y la proyección de su matriz -contexto en el cual es posible ubicar tanto el deseo de energía nuclear como el deseo de energía en general-, nos permitiría una vez más reconocer la huella que marca la histórica relación entre cuerpo y catástrofe en Chile. A través de esta disputa nos sería permitido rememorar y proyectar, de forma más o menos consciente, aquellos momentos catastróficos en los cuales se ha visto -y podría serlo- amenazada y violentada la existencia del cuerpo natural y social en Chile.

De esta forma, no es extraño que este ejercicio de rememoración resulte ser en el contexto de la disputa energética, simultáneamente, uno de proyección. En efecto, en dicha disputa se harían patentes dos lógicas -dos sensibilidades- que pugnan por conformar el presente y el futuro del pais: una basada principalmente en la rentabilidad y la otra en la sustentabilidad (3).

Sensibilidades y lógicas que se hacen patentes, por cierto, en la disputa originada por el megaproyecto energético HidroAysén. Efectivamente, este último megaproyecto representa para un número considerable de ciudadanos algo que, en primer lugar, amenaza con violentar el cuerpo social -por cuanto con su aprobación se está ignorando el deseo de fomentar otras fuentes de energía limpias y renovables disponibles en el pais, dando lugar, de paso, a un gigante comercial con el poder de controlar fuertemente el futuro del mercado energético- y que, en segundo lugar, amenaza con fracturar innecesariamente un territorio natural como el de una parte de la región de Aysén. No sería menor, pues, interrogar el deseo contenido en este deseo de energía. No sería del todo inútil hacer una relación entre Fukushima y Aysén en el sentido de reconocer en estos lugares las huellas de catástrofes reales y posibles, tanto en el plano natural como social. Interrogar este deseo sería entonces una forma de rememorar la historia proyectando a su vez el futuro bajo la figura de un cuerpo que, de forma más o menos consciente, procura o conjura la catástrofe.

brunomap@yahoo.es

NOTAS:

1) Retórica del desarrollo que, por lo demás, tanto mas pareciera agudizarse cuanto menos se tiende, realmente, hacia él. Dicha retórica resulta ser así una especie de movilización del deseo que lo instala en el vacío de un relato cuasi mítico: país de tradición democrática ininterrumpida, republicano, actualmente ejemplar, etc., privándolo así del necesario “roce“ que le permita ir consumándose: reconocimiento y legitimación de las distintas posiciones y sensibilidades de los ciudadanos, valoración del disenso democrático como otra forma de desarrollar el espacio cívico, fortalecimiento y profundización de la memoria histórica, etc., en suma, una especie de retórica del movimiento perpetuo y de la inercia, es decir, del no movimiento, del statu quo social permanente e invariable.

2) Basta revisar la historia natural y social de los últimos cien años en Chile para encontrar en ella una serie de catástrofes naturales y sociales: terremotos y dictaduras son aquí los casos ejemplares de esta huella.

3)Esta misma disputa entre una lógica -¿una sensibilidad?- de lo rentable y otra de lo sustentable se puede constatar en torno a las demandas en el campo de la educación. Al ser esta última , al igual que la energía, parte fundamental del cuerpo social, las actuales exigencias por un acceso igualitario a ella, junto a una mejora sustantiva de su calidad, no hacen más que expresar el deseo de sacarla del estado semicatastrófico en el que se encuentra en ciertos casos.

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