A diferencia de una familia, o de una empresa, un Estado que se ve forzado en última instancia a pagar sus deudas... no las paga, sin por ello desaparecer del registro de comercio o de la superficie de la Tierra; vale decir, sin que liquiden su patrimonio para compensar a los acreedores. Sin embargo, no faltan alternativas para que los Estados enfrenten la deuda pública.
En el caso de una familia, la quiebra se paga mediante una liquidación: se rematan la casa de verano y la platería familiar para pagar como se pueda los últimos sueldos de los empleados domésticos y las cuentas del hogar, el escribano o el banquero. El lector puede imaginar por su cuenta qué hace en este caso una familia que vive bajo el umbral de pobreza...
En el caso de una empresa, se venden (bien o mal) las máquinas, los inmuebles, los títulos, el parque automotor, etc., para pagar (más mal que bien) a los proveedores, banqueros, demás prestamistas y, si alcanza, a los empleados.
A diferencia de una empresa en dificultades, que apenas puede intentar “rehacerse” aumentando los precios cuando sus clientes la abandonan, y que no siempre tiene la posibilidad de reducir costos, el Estado dispone de los medios políticos para conjurar el escenario catástrofe de un default aumentando sus ingresos o comprimiendo sus gastos...
Texto completo en la edición impresa del mes de marzo 2010
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