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Eutanasia

Un derecho fundamental: morir dignamente

“Al principio, cuando mi madre, enferma de Alzheimer, estaba todavía lúcida –cuenta Diane, una maestra– no dejaba de repetir a todo el personal médico que quería morirse. Un día me dijo: ‘¿A quién le pertenece mi vida? ¿Qué les costaría darme un caramelo y dormirme? ¿Se lo dirás cuando haya perdido la cabeza?’”

Hoy –cuatro años después– Diane lo dice, lo repite, pero nadie escucha. No quieren escuchar. El personal médico se limita –según la palabra de moda– a “acompañar”: “Controlan las escaras, le dan un antibiótico apenas le sube la fiebre (aunque no sepan su origen), esperan que el paciente muera”. Casi totalmente inconsciente, la madre de Diane ya no reconoce a su hija. Constantemente con suero yace en su cama rodeada de otros enfermos postrados como ella, que nadie visita y suplican –cuando aún pueden expresarse– que los alivien. “Pero, con la excusa de que puede seguir viviendo mucho tiempo, los médicos se niegan a acelerar su final”.

Ancianos inconscientes y condenados a un plazo más o menos breve de vida, ancianos postrados que asisten cada día a lo que viven como una decadencia insoportable, tetraplégicos e inválidos que no soportan más el sufrimiento y reclaman un gesto salvador, personas en coma irreversible –pero que pueden seguir viviendo décadas–, cancerosos que saben que su muerte es inminente y quieren acabar de una vez… En Francia, es larga la lista de aquellos a los que se les niega el derecho a morir dignamente.

Artículo completo: 266 palabras.

Texto completo en la edición impresa del mes de noviembre 2006
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Maurice T. Maschino

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